2/7/11

Tras el velo de la niebla.


Él estaba ahí sentado, viendo como la lluvia repiqueteaba en la ventana de su habitación. Acababa de regresar a su humilde morada después de un día que lo había dejado con muchas cosas que pensar. Habían pasado años desde que no veía a esa persona tan amada para él, ya fuera por compromisos, por problemas o por simple desgano, nunca hubo oportunidad de reunirse hasta aquella tarde lluviosa. Esa persona la conoció cuando era más joven, más inocente y un poco más tonto. Se encariñó y confió en ella como nunca lo había hecho con nadie, y lo hizo de forma rápida y vertiginosa, a tal grado que a los pocos meses de conocerse, ya sentía un gran aprecio por ese ser que encontró por casualidad un día.

Esa mañana al despertar estaba ansioso por el reencuentro, hacía mucho que no hablaban y recordaba esas charlas extensas que consumían horas como el fuego consume el papel. Recordaba sus risas, sus gestos y la felicidad que se respiraba en el ambiente en torno a ambos. Muchas noches soñó con ese día, el día en que sus miradas se cruzarían de nuevo, en que reirían y dirían cualquier sarta de tonterías que les viniera a la mente en el momento. Más no fue así. Las expectativas y la realidad chocaron desde el inicio, un silencio prolongado, una falta de interés por hacer algo en concreto, ningún tema de conversación que durara más que unos instantes. La tarde corrió lenta y espesa, casi aburrida, sin risa y sin charla aún habiendo años de experiencias por contarse el uno al otro.

Y ahí estaba él, mirando la ventana, tratando de vislumbrar la razón de este encuentro desabrido. Tal vez fue el tiempo el que los distanció tanto, o acaso fue la edad. Más se dice que si entre dos personas hay algo real, ni el tiempo lo puede disolver. ¿Es que acaso no había algo real entre ellos? O ¿Acaso todo lo que habían vivido juntos no fue suficiente para formar un lazo fuerte? Él no lo sabía, pero quería con ansias descubrir el motivo de aquello. Pedía con frenesí que las gotas de lluvia le dieran la respuesta, que el viento le susurrara al oído alguna pista o que la razón le llegara de golpe y hasta el fondo de su ser como el frío calaba sus huesos.

La lluvia cedió, mas las nubes continuaban tapando el cielo. Por la hora seguramente las estrellas ya estarían alumbrando con su fulgor el techo de su casa y la luna bañando con su luz todo lo que se podía divisar con la mirada, pero no era así, las gruesas nubes llenaban el cielo oscureciendo más la noche. Él cerró los ojos e imaginó esas estrellas titilantes y esa luna blanca, redonda; y en ese momento la respuesta llegó a su mente como uno de los rayos que hacía unos minutos surcaban los cielos. Todo lo que había entre ellos era producto de su imaginación, era un sueño brumoso donde el se dedicó a interpretar casa gesto, cada palabra y cada momento, y darle el significado que el quería que tuvieran.

Nunca hubo un lazo fuerte, si es que hubo un lazo. Todo era un juego de sombras y espejos creado por su propia necesidad de compañía. El estaba solo, anhelante de amor y comprensión cuando se topó con esa persona, quería alguien con quien hablar, reír, disfrutar y compartir bellos recuerdos, y cuando esa persona le tendió la mano, puso su imagen al instante en un lugar que aún no se había ganado. Le hizo un altar en su corazón el cual llenó de flores y dulces palabras, aún cuando no se conocían el uno al otro en lo más mínimo. Se abrió hasta los secretos mejor guardados y se los entregó en una caja de oro en muestra de su confianza y cariño incondicional cuando apenas conocían sus nombres. Al final el deseo pudo más que la razón y el sentido común. Por eso esa tarde no había sido nada digno de recordar. Porque el humo con el tiempo se había disipado y todo se mostró tal cual en realidad era. Al fin salieron las estrellas de detrás de las nubes de lluvia dejando ver su verdadero brillo atenuado por las luces de la ciudad y no el magnífico resplandor que el imaginaba que estas proyectaban.

Pero así era su relación. Era una obra de teatro que en algún momento montaron juntos y que ahora se acercaba a su desenlace inevitable a menos que alguien siguiera escribiendo los guiones de la siguiente escena. Y la verdad así estaba bien. Tal vez no compartían tanto como el quería creer, ni eran tan inseparables. Tal vez eran más como un par de viejos conocidos, pero quien sabe, tal vez algún día esa puesta en escena se convertiría en la realidad. Si, el tenía esa esperanza mientras las nubes dejaban entrever el blanquecino brillo de la luna.

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