31/7/12

Un extraño extrañar.

Es extraño, pero te extraño.

Viene gente aquí donde estoy escribiendo y me ofrece ofertas y descuentos.  Yo les digo que sí, que iré, que esa noche saldré a vagar como gato, que en la tarde iré a comer su comida, pero no lo hago. Porque ¿Con quién voy? Con alguien, claro está. Porque ir solo no es mi estilo, porque siempre viajo con alguien. Y veo, veo a la gente. Siempre viaja con alguien, cómo yo.

Nadie aquí viaja solo. Sólo yo viajo solo.

Y todos hablan inglés. Yo hablo inglés, pero no es mi idioma. Es un idioma falso para mí. Yo hablo español. Y para mí todos los que hablan inglés son tan falsos como yo hablando inglés. Incluso los que hablan verdadero inglés. Como los ingleses que duermen en mi mismo cuarto, como la australiana que ayer se fue.

Y también están los que hablan español. Verdadero español. Español de otros lados, pero español al fin. Con ellos sí puedo hablar mi verdadero español. Pero se van. Todos van y vienen. Nadie es de aquí y nadie aquí se queda.

Aquí, donde ahora escribo, todos son de todos lados y todos hablan inglés y por eso el inglés es falso. Falso porque el inglés no es su lengua. Incluso los ingleses y los australianos, que adaptan su acento para darse a entender. Hablan forzado. Intentan hablar el inglés de este lugar. Cómo hacerme amigo de alguien falso, falso como mi inglés. Eventualmente mi falso inglés será mi verdad y seré amigo de una verdadera falsa persona. Seguro. Pero aún no.

Y estoy aquí, escribiendo en español, con el estilo del libro que leo, que está en falso español porque el autor es alemán y seguramente lo escribió en su verdadero estilo alemán, un estilo que alguien pasó a falso español. Así que escribo en verdadero español con un estilo falso. Y pienso en que te extraño y que es extraño extrañarte.

Es extraño porque no te extraño a ti, si no a lo que simbolizas. No extraño el nombre ni la persona sino la esencia y el significado. Si estuvieses aquí, tal vez no mentiría en inglés falso a los que vienen a ofrecerme cosas y seríamos un par de gatos vagabundos aliados de la noche y el frío. Seríamos unos expertos en comida internacional, porque nada de aquí es de aquí. Todo es falso inglés.

Y es extraño extrañar algo que no es, sino algo que significa, porque los significados no son. Los significados son lo que hacen a las cosas ser, porque si no significaran nada, las cosas no serían. Y aquí, intentando apartar de mi mente ese falso inglés con el que hablo con todos, escribo en verdadero español lo extraño que es extrañarte sin extrañarte, porque no te extraño a ti, extraño un significado que no es.

26/7/12

Somewhere in middle of nowhere.

Aún cuando el título esté en inglés, seguiré escribiendo en español. Al menos hasta que pueda hacerlo bien en inglés.

Te asomas a la ventana y no ves más que nubes. Pones atención y no oyes más que el ruido blanco de los motores. Aprovechas lo moderno del avión en que estás viajando y pones en pantalla el mapa de vuelo para poderte ubicar.

Estás en medio de la nada. No hay lugar al que puedas nombrar. Sólo hay cielo bajo de ti y agua sobre de ti. Y allá en el horizonte, el disco solar que muere.

Pasa el tiempo. Ahora es de noche. Una noche oscura sin estrellas ni luna. Cenas algo.

Te asomas a la ventana y no ves más que una total oscuridad. Pones atención y no oyes más que el ruido blanco de los motores. Aprovechas lo moderno del avión en que estás viajando y pones en pantalla el mapa de vuelo para poderte ubicar.

Estás en medio de la nada. No hay lugar al que puedas nombrar. Sólo existe la oscuridad bajo de ti, y oscuridad sobre de ti. Y allá en el horizonte, un amanecer que te persigue, del cual huyes desesperadamente.

Pasa el tiempo. Tienes sueño. No sabes qué hora es, cada reloj dice algo diferente. El del celular, el del avión y el biológico. Intentas dormir un rato.

Cierras los ojos y no ves más que el tenue resplandor de las pantallas de los otros y luces de lectura. Pones atención y no oyes más que el ruido blanco de los motores. Aprovechas lo que te dieron junto con tu asiento y te pones tapones para los oídos.

Estás incómodo. No hay manera de que concilies el sueño más de dos horas consecutivas. Viajas en un estado de semi-conciencia hasta que finalmente te apagas. Y allá en el horizonte, un nuevo mundo por llegar.

Pasa el tiempo. Despiertas y desayunas. Estás por llegar, lo sabes y el mapa lo confirma, pero impera la oscuridad.

Abres los ojos, te asomas a la ventana y no ves más que una pequeña estrella. Pones atención y no oye más que el ruido blanco de los motores. Aprovechas lo moderno del avión en que estás viajando y pones en pantalla el mapa de vuelo para poderte ubicar.

Estás a unos minutos de tu destino. Te rodean pequeños países insulares. Solo hay fronteras y nombres de ciudades bajo de ti y una estrella solitaria sobre de ti. Y allá en el horizonte, las titilantes luces de una ciudad distante.

Has llegado. Que el viaje comience.



Escrito parte en el aire, parte en la tierra; parte en ningún lugar y parte en algún lugar.

25/7/12

Mátame pero no me mates

Como  algunos sabrán, he salido de mi país para embarcarme en una gran aventura en lo desconocido, sólo y sin mucha más ayuda que la que se me pueda proporcionar por este tipo de medios. Y, mientras contaba los minutos para que fuera hora de iniciar con los preparativos finales, dígase ropa, última revisión de cosas, fotos y despedidas, me dio miedo. No nervios, no ansiedad, no emoción. Miedo, puro y simple. Crudo y cortante como solo el verdadero miedo puede ser. Casi terror, casi pánico. Un miedo envolvente y tangible; denso e incontrolable. Una reacción que raya en los instintos más primarios de huir o luchar. Sí, miedo.

Pero, ¿Miedo a qué precisamente? ¿Qué es lo que me aterrorizó tanto de momento que me hizo quebrarme hasta el llanto? ¿A qué le tuve miedo? Porque, aun cuando voy en solitario a un país lejano, se comunicarme, tengo contactos, tengo dinero y como bien se sabe, el dinero mueve montañas. ¿Entonces? ¿Qué asustó a mi “ello” que terminó sacando de sus cabales a mi “yo”?

Lo mismo que a todos. La muerte.

La muerte es la razón de todo miedo. Es el motivo básico y único de todo lo que nos atemoriza en mayor o menor medida. Y no solo a morir, sino también a no morir. Veámoslo así, aquel que le tiene miedo a volar no le tiene miedo al hecho de volar en sí mismo, sino que le tiene miedo a que el avión se desplome. El que le tiene miedo a las alturas, no es a la altura por sí sola, el miedo es a la caída y la potencial muerte. Incluso, los miedos más simples, a los insectos, a los ratones, a casi cualquier cosa, es desencadenado por un incontrolable e irracional miedo a que eso nos mate. O peor aún, que no nos mate. Aquí entra el miedo al dolor, al sufrimiento, a la tortura.

La agonía y el sufrimiento son la perfecta representación de la no muerte. Así pues, tenemos miedo a morir o a no poder hacerlo. Bastante extraño, ¿Cierto? Nos da miedo la muerte tanto como si viene y cumple su deber, cómo si se niega a presentarse y hacer su trabajo.

Así que volviendo a la pregunta inicial, ¿A qué le temí? ¿A la muerte o a la no muerte? Estoy casi seguro que la respuesta es a la no muerte, porque sinceramente veo difícil el morir allá, a menos claro que se caiga el avión, se acabe el mundo este diciembre o cualquier otro evento fortuito y fuera de lo normal.

Y aquel que diga que no le tiene miedo a la muerte, miente. Cualquier miedo, por más pequeño que sea, al final se basa en la muerte. Y es completamente natural. Todo animal huye de la muerte y se aferra a la vida con todo lo que su ser le permite, y aunque no sea un miedo “racional” como el nuestro, es un instinto básico que incluso nosotros tenemos bien programado en nuestro ADN.

Sí, es normal y necesario temer a la muerte. Si no, ya nos habríamos extinto hace tiempo. Así que lo admito con orgullo. Tuve (y posible tenga próximamente) miedo a morir o a no hacerlo. Y gracias a ello, la especie humana seguirá existiendo, al menos, uno que otro siglo más.

9/7/12

Ser implícito

Mientras lees esto, y si es que alguna vez he hablado frente a frente contigo, posiblemente te lo imaginas con mi voz. O me imaginas a mí escribiendo esto frente a una computadora. Pero, los que simplemente no saben quién soy, ¿Qué se imaginan? Obviamente pensarán en un ser humano utilizando sus manos para teclear frente a una computadora, pero fuera de eso, no saben como es la cara de ese ser humano, dígase yo. Es más, se imaginan a un ser humano porque es lo más lógico. ¿O a caso sí se imaginan a un mapache haciendo uso de una computadora? Probablemente no.

Pero sin importar si piensas en un ser humano, un mapache, un pez o un zombie, sigues pensando en que alguien debió escribir esto. Que de la mente de algo o alguien esto surgió como una idea y luego la desarrolló para crear un texto. Es imposible que haya surgido de la nada. Entonces, ese ser que está detrás de este texto es un ser implícito. Es implícito porque aunque no lo ves o conoces sabes que hay algo o alguien detrás de estas letras. Así pasa con todo lo que leemos, vemos en la televisión o en el cine; escuchamos por el radio, cuando vemos un cuadro o una escultura y en otras tantas situaciones donde sabemos que hay alguien detrás que mueve o movió los hilos de lo que estamos experimentando. A ese ser no lo conocemos, pero a través de su obra intentamos acercarnos a ese ente real y necesario para la existencia de la obra en cuestión.

Ahora en la era del chat, el e-mail y del blog, este fenómeno del ser implícito a aumentado considerablemente de proporciones, ya que al final siempre debe haber algo detrás de la pantalla que nos está contestando y, de preferencia, debe ser la persona con la que creemos haber entablado comunicación. Y cosa curiosa, antes se hablaba uno frente a frente (ser explícito), luego por teléfono y cartas, luego llega el e-mail, luego el chat (todas las anteriores con un ser en mayor o menor medida implícito) y hemos culminado con las video-llamadas (ser explícito, de nuevo).

Estamos regresando a la explicitud ya que nuestro instinto y requerimiento de contacto, aunque sea visual, está superando a nuestra costumbre de la implicitud. Esto aunado a nuestra curiosidad innata, o jamás se han preguntado ¿Realmente estaré comunicándome con quien creo que es?. Es más, los que me conocen como ser explícito, ¿Seré “yo” el que siempre escribe estas cosas o seremos varias personas diferentes?

Aunque hay que admitir que esta condición de “ser sin ser” trae la ventaja del anonimato con las personas con las que nunca he tenido contacto; y del anonimato relativo con las personas con las que si he convivido, ya que aunque no puedan estar seguras de que yo soy “yo” en realidad, eso esperan. Por lo tanto, cuando escribo una carta o un mensaje tengo la ventaja de que existe una posibilidad de que el que escribe no haya sido “yo”. Además, no puedes hacerle daño a un ser implícito, por lo que es fácil escribir TODOS USTEDES SON IDIOTAS sin temor a que algún ofendido tome represalias en mi contra.

Pero, ¿Realmente te gustaría saber quién esta detrás de estos textos? O consideras mejor seguir imaginando a un ser humano mientras escribe, vestido decentemente en vez de en pijama como lo estoy ahora.

Aclaro que eso es mentira, los mapaches no usamos pijama.

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