26/4/13

Biblias, mentas y jabones.

¿Qué esconden los hoteles tras las biblias en los cajones y las mentas sobre las almohadas? ¿Tras los jabones de cortesía y las toallas dobladas de formas curiosas? Porque un hotel que se respete tiene biblias en los cajones de la mesa de noche, jabones en el baño y una mucama que carga consigo mentas y conocimientos de origami.

Dicen que es por buena voluntad. No por nada son de cortesía.

Cortésmente nos gritan en la cara que debemos bañarnos y que tenemos mal aliento. No nos dan la oportunidad de tener una excusa para molestar a la recepcionista o al mesero con nuestra halitosis o lucir nuestro cabello grasoso en los camastros alrededor de la alberca. Nos quitan el placer de dejar el baño diario necesario para la convivencia cotidiana de oficina a la que estamos acostumbrados y el lujo de dejar que nuestras palabras reflejen nuestra adicción al tabaco y a la comida encebollada.

Jabones y mentas que, con una fachada de detalle, evitan que nos sintamos a nuestras anchas, que nos olvidemos de la rutina diaria y que disfrutemos de nuestra humanidad tal como es: apestosa. Porque, ¿Cuándo se ha sabido de un animal que busque oler a rosas simplemente porque su aroma animal no es agradable? Al contrario, el aroma es el arma más poderosa, la manera perfecta de marcar un territorio o un lugar en la manada. Hemos perdido el poder del aroma. Ahora nuestras narices se han vuelto fácilmente impresionables y que se aterran con cualquier olor penetrante.

No sólo nos exhortan a olvidar nuestra animalidad, también nos invitan a comportarnos con decencia. Biblias que nos vigilan desde su cómodo compartimiento cuadrangular, o algunas son más directas, juzgándonos desde la superficie del buró. Un recordatorio subliminal pero profundo de que estamos siendo observados constantemente por aquél al que llaman Dios y que todo puede ser y será usado en nuestra contra a la hora del Juicio Final. Tenemos derecho a permanecer callados y a raya. O tal vez es una manera de atraer a clientes sumamente religiosos, diciéndoles al oído “no necesitas cargar el libro, nosotros te lo proporcionamos”. Una manera de consentir a fanáticos y llamarlos a dormir santamente, con las manos sobre las cobijas, en ese hotel en particular.

Sin embargo, salta la pregunta por su clara obviedad. ¿Por qué biblias y no el Corán? ¿Por qué el claro favoritismo hacia los católicos, excluyendo por completo a las demás religiones? O si fuese el Corán ¿Porqué el Corán y no la biblia? No pueden poner todos los libros y símbolos de cada una de las religiones, sin embargo se dignan a poner sólo uno, dando un portazo en la cara a todas las demás. ¿A caso se desarrollan en las playas caribeñas nuevas Cruzadas y evangelizaciones? ¿Será una grandiosa y bien planeada estrategia de marketing?

Coronando nuestra ahora auto-asumida y resignada necesidad de comportarnos con propiedad ante Dios y los hombres, finalmente nos recuerdan nuestra falta de habilidad para doblar toallas. Que, podrá parecer una nimiedad, ya que no tiene nada de malo no saber doblar toallas, o servilletas, o la ropa, o cocinar u otras tantas cosas que podrán no ser importantes para la vida, pero seguramente nos servirían para impresionar a otra persona, ya sea la persona que buscamos cortejar o nuestros familiares.

Un ganso de algodón que nos echa en cara las pequeñas habilidades inútiles pero bellas que no tenemos. Eso que podríamos convertir en un maravilloso regalo de cumpleaños o un detalle memorable. Un perro blanco que nos ladra que nunca le sacaremos una sonrisa doblando servilletas a aquella mujer sentada en la barra o a nuestro hijo de seis años.

Así sea, intentando huir de nuestra tan adjudicada vida diaria yendo a lugares distantes sólo para sumergirnos hasta el fondo de nuestra sociedad y sus cánones. Así sea, siendo bombardeados con mensajes subliminales hasta en la intimidad del baño, sólo para que no nos vayamos a salir del corral.

O… tal vez sólo son jabones y toallas para olvidadizos, caramelos para los niños y biblias por si acaso…

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