28/12/20

(...)

Las cosas van mal y seguro se acercan muchos problemas 

 

Confío en que todo estará bien

 

¿Y si no? 

 

Confío en que sabré resolver lo que se presente o encontraré la manera de hacerlo

 

¿Y si no? 

 

Confío en que habrá alguien a mi lado que me ayude 

 

¿Y si no? 

 

Confío que, al menos, alguien me acompañe

 

¿Y si no? 

 

Confío en que hallaré luz en la soledad 

 

¿Y si no? 

 

Ya no habrá problemas.

 

 

Dicen que todo tiene solución excepto la muerte, pero la muerte no es un problema que haya que solucionar
North Wind

22/12/20

(...)

 -Se me están acabando las cosas a las cuales agarrarme-

-Tal vez ese es tu error, seguir queriendo agarrarte de algo. Tal vez sea tiempo de que saltes al vacío-

15/12/20

(...)

Tal vez no sepa la respuesta correcta, pero puedo sentir que me he equivocado. 
 
En la búsqueda de cambiar las cosas caíste en la trampa de tener que cambiarlas desde adentro. Pero, meterse al laberinto implica perderse, aunque exista la pequeña esperanza de encontrar el camino si se dejan suficientes marcas que te guíen. 
 
Pero quedarse afuera tampoco parece mejor. Al menos adentro tienes la seguridad de no estar solo, tal vez perdido, pero no solo. 
 
Pero… Quedarse afuera ofrece la seguridad de ir a lo desconocido. Quedarse adentro ofrece la esperanza, tal vez falsa, de no perderse. 
 
¿Qué hacer cuando te das cuenta de que te has tragado una mentira, pero que tampoco sabes cuál es la verdad? 
 
Es que ese es el gran mal. No te das cuenta de que te han convencido de que sólo hay una verdad, y ésta es que el laberinto es refugio y el descampado es riesgo.
 
Y tal vez sí, afuera hay fieras y frío. Pero, al menos… 
 
¿Al menos qué?

2/12/20

Tengo miedo de morir

Temerle a la muerte es algo increíble. Le temo al dolor porque he sentido dolor, les temo a las amenazas porque me han amenazado, le temo al sufrimiento porque he sufrido, a las pérdidas porque he perdido, a la humillación porque he sido humillado, pero ¿Temerle a la muerte? 
 
¿Cómo le puedo tener miedo a algo que jamás he experimentado y que, cuando lo haga, no habrá manera de expresar o compartir la experiencia? Temerle a la muerte es temerle a lo nuevo, a lo extraño, lo diferente y lo desconocido. 
 
Nunca seré o haré lo suficiente como para no morir. Nadie, al menos no por el momento, puede evitarlo y, aún si hubiera forma, no sé si optaría por la inmortalidad. Puedo intentar no morir pronto, evitar morir a toda costa, pero es un hecho que, lo más probable, es que muera sin haberlo previsto, sin haberme preparado, sin más, un día me reintegraré a la eternidad. 
 
Cierra los ojos y cuenta un segundo, así se siente la eternidad
 
No recuerdo ni percibo lo que fue el mundo y el universo antes de haber nacido, ni siquiera sé que olvidé ese pasado completamente inaccesible. Del mismo modo, el futuro después de mí es un vacío atemporal del cual no sabré ni tendré modo alguno de conocer, al menos hasta donde sé con certeza. 
 
Pero ¿Qué es saber con certeza? El no poder medir algo científicamente no es razón suficiente para negar categóricamente su existencia. Hasta hace unas décadas no podíamos medir los átomos, los agujeros negros, las galaxias del universo primitivo y, no obstante, ahí estaban. Así, hay cosas que hoy no podemos medir, pero no por ello significa que no existan. Pero tampoco significa que existan. 
 
Morir es cambio. Es continuar con aquel proceso de transformación que inició con energía, dio paso a partículas, átomos, que formaron estrellas y luz, que al morir me dieron vida y, así, al morir daré vida a otros seres, otras cosas. Los átomos que hoy forman lo que soy fueron parte de otras personas, de animales y plantas hoy extintas, de meteoritos, de planetas, de galaxias distantes. A su vez, cuando el Sol devore nuestro planeta dentro de eones, los átomos que hoy me forman volverán a aquella forja estelar antes de ser liberados al cosmos, en espera de formar parte de un cometa, una estrella, un planeta y, quien sabe, tal vez nueva vida. 
 
Romantizar la muerte, el eterno cambio hasta que la entropía del cosmos detenga su propia maquinaria. No obstante, no estaré para ver nada de eso. Mi ser se transformará en algo más durante el resto del tiempo, pero mi ego morirá sin duda alguna. Quien soy, lo que soy, lo que fui y seré se quedará atrapado para siempre en esta rebanada de tiempo que me tocó, aunque la materia que me da forma la trascienda. 
 
¿Qué es morir realmente? El uróboro. Es regresar al inicio de todo al llegar al final de todo.
 
Nunca me había preocupado tanto morir, y no es para menos. Pero no son las circunstancias que han puesto a la muerte a la orden del día, porque la muerte ya estaba ahí, desde siempre. Tampoco es que recién me de cuenta de mi propia fragilidad, porque esta también siempre ha estado ahí. Lo que sí, es que fue hasta hace un par o trío de años que, tal vez por primera vez en mi vida y por un lapso tan amplio de tiempo, he disfrutado vivir. Durante tanto tiempo me sentí tan miserable que la muerte no era amenazante, y desde entonces, desde que aprecio lo que tengo, temo perderlo. 
 
Que ironía. 
 
Pero, así como dice el chiste malo, si tener dolor de cabeza es bueno por ser señal de tener cabeza, entonces tener miedo a morir, supongo, es señal de querer vivir. 
 
Y eso es bueno.

21/10/20

Que así sea

Me leo, releo el pasado, mí pasado, que ha quedado plasmado a través de las letras, de las frases, de imágenes y títulos. Poemas, reflexiones y cuentos que han nacido de aquellos momentos donde algo o alguien llegó tan profundo, resonó tan fuertemente, que dio paso a la creación de algo. Un catalizador. 
 
Me leo y releo mi pasado, plasmado aquí, los años que transcurren, y me entristezco. Veo, como poco a poco va desapareciendo la belleza. La belleza como motor se apaga, quedando el dolor, la confusión, la desesperación… 
 
¿Es que acaso ya no hay belleza en el mundo? 
 
Hoy más que nunca la necesitamos, ya que ha quedado oculta tras el velo que ha levantado el polvo de la guerra contra un enemigo que tiene a toda la humanidad de rodillas. Hoy más que nunca necesitamos recordar que vale la pena seguir luchando, por nuestro futuro, por nuestro presente, por quienes nos aman y por quienes amamos. Hoy más que nunca no podemos dejar que nos venza la oscuridad, que nos trague el dolor y la desesperanza. 
 
No todos estamos en el mismo barco, pero todos estamos en el mismo mar. Hoy más que nunca, hoy más que nunca en la historia de la humanidad, nos necesitamos. Tiremos las cuerdas y salvavidas, dejemos que todos suban, hoy más que nunca tenemos que evitar más náufragos en esta tormenta que parece que no amaina. Que suban todos a todos los barcos. 
 
No todos estamos en el frente de batalla, pero todos estamos en la misma guerra. Hoy más que nunca, que se abran todos los refugios y los lugares seguros, hoy más que nunca, estemos prestos a escuchar el llamado de auxilio, a ayudar como podamos. Hoy más que nunca, que se abran las puertas y los brazos. Hoy más que nunca. Por todos nosotros. 
 
Hoy más que nunca, aún si existe una posibilidad prácticamente nula de que sirva de algo, elevemos una oración, un pensamiento, un momento de nuestro tiempo, un grito, tal vez, tal vez haya alguien quien nos escuche, y si no hay nadie, al menos espero que el resonar de todas nuestras voces al unísono nos de la seguridad de que aquí estamos, acompañándonos bajo la lluvia. Hoy más que nunca. 
 
Por todos nosotros y por todos a quienes amamos. 
 
Dedicado a quienes hoy luchan en esta guerra, 
esperando que regresen con bien.
Viento del Norte.

4/10/20

Poesía nocturna XI

     veces 

               pareciera...

...que el caminar hacia el futuro...

es

cómo         

     retornar                         

al

pasado.

30/9/20

(...)

El espectador, mientras ve la obra desarrollarse, sólo puede sentir impotencia. Sufre por la empatía que siente con los actores, y lo peor es que no tiene la posibilidad de ayudarles. Desearía estar ahí, viviéndolo, porque al menos así sentiría que está intentando algo, que está haciendo, pero desde su butaca, sólo ve, se retuerce, se estremece, sufre e intenta convencerse de que no puede hacer nada más que mirar y callar, esperando que, si algún actor le dirige la palabra pidiéndole ayuda directamente, sea capaz de hacer algo, de ayudarle. 

 

Podría voltear la mirada, podría salirse del teatro, pero está ahí, sabiendo que el público es importante para los actores, que es parte de algo más grande y que no puede irse insensiblemente. La obra está ahí y seguirá con o sin quien la mire, así que decide estar, acompañar, deseando lo mejor, viendo, escuchando. Quisiera arrancarse el corazón y no sentir, pero no puede. Ve y calla, no está en posición de decir o hacer. 

 

Pero ¿Y si es parte de la obra sin saberlo? Tal vez los actores son a la vez los espectadores que le ven desde el escenario. Tal vez alguien, desde algún palco del teatro, le ve viendo y reaccionando al acto. No lo sabe, pero al menos se siente tan exhausto como si hubiera estado bajo los reflectores y, quien sabe, es posible que lo esté sin saberlo o sin quererlo saber. 

 

La luz se cubre de nubes, disminuye, se achica, pero no se apaga. La luz ahí queda, iluminando débilmente, adivinándose tras la niebla y el humo, esperando tiempos mejores para brillar de nuevo. 

 

Ya vendrán.

18/9/20

Poesía nocturna X

Para tenerte te tengo que extrañar...

...ya el tiempo lo dirá.

A dónde fui...

...no regresé.

Razones no faltan...

...ni para aquello ni para esto.

No debiste...

...pero igual lo hiciste.

¿Hubiera sido mejor o peor?

...ya el tiempo lo dirá.


8/9/20

Carta a un ladrón

Carnal, será que estudié lo que estudié, será que me he rodeado de gente llena de amor y compasión. Pero sobre todo, lo que necesito es sanar. Por eso te escribo esto. 
 
Sé que no lo leerás y que si lo hicieras tal vez ni te importe, pero te quiero decir que no hay rencor. 
 
Sé, o quiero pensar, que no fue tu primera opción, que la vida está cabrona, que es más una necesidad que un placer y que, de haber sido otras las circunstancias, no lo habrías hecho. Yo tengo el privilegio de poder sentarme y decir “bueno, en un par de meses recupero todo”, pero tú no. Espero de corazón que lo que te llevaste te ayude. Hoy lo necesitas más que yo. Y no te escribo esto viéndote desde arriba, con condescendencia. Te lo escribo de frente, como iguales, o incluso desde abajo, desde donde me hiciste verte, desde donde tus ojos y los míos se encontraron y desde donde viste mi miedo. 
 
No te diré que no estoy enojado contigo. Por supuesto que lo estoy, y mucho, y una parte de mi quiere devolvértelo, pero no en venganza, sino para no volverme a sentirme indefenso. Eso es lo que me enoja, que me hayas hecho sentir indefenso, que me hayas amenazado, que me hayas hecho sentir miedo, que me hayas hecho elegir de una manera tan violenta. Pero sé que, si no hubieras hecho eso, yo no te habría dado nada, no habría elegido. 
 
Espero poder aportar algo a este mundo para que menos personas tengan que llegar a donde tú has llegado. La vida no ha sido justa, la vida te ha lastimado y te ha hecho ser lo que eres cuando pudo haber sido de otra manera. Y estoy seguro de que, de poder sentarnos a platicar, me dirías que, si hubiera sido tu elección, hubieras preferido estar en otro lugar, en otra situación, en otra realidad. 
 
Carnal, estés donde estés, estés haciendo con lo que sea que estés haciendo, te deseo que jamás vuelvas a tener que hacerlo, por ti y por el resto de nosotros. Espero que sea la última vez. Espero que lo que te rodea mejore, que lo que necesitas lo consigas y que la oportunidad llegue. 
 
Carnal, te perdono. Me diste una probada de tu realidad y de la realidad de muchos otros, una realidad que yo no he vivido, que agradezco no estar viviendo y que, sinceramente, espero nunca vivir. 
 
Carnal, te abrazo a la distancia desde el dolor y desde el miedo. 
 
Sin rencor.

30/7/20

Esperanza [La generación del Apocalipsis VI]

El otro día me preguntaba, ¿Será acaso que nuestra generación (asumámonos otra vez todos como de entre 20 y 30 años) es muy pesimista? ¿Acaso siempre nos la pasamos viéndole el lado malo a las cosas, quejándonos y criticando? Tal vez sea así, y nuestra generación es pesimista, negativa y depresiva.


Gran parte de mis pláticas cotidianas con la gente de mi generación siempre termina cayendo en resaltar lo mal que está el mundo, cómo la humanidad hemos arruinado el planeta, nuestra falta de solidaridad y empatía, las crisis económicas, la deslegitimación de las instituciones, la desigualdad social, la violencia, el machismo, el racismo, la contaminación, la explotación… Y es que como no ser pesimistas en un mundo con tanta oscuridad, especialmente este año, 2020, donde ha salido a la luz tanta desgracia y porquería que sabíamos que estaba ahí pero que ahora brilla en todo su esplendor cubriéndolo todo y a todos.


Como no ser pesimistas en un mundo y en un momento donde reina la incertidumbre sobre nuestro futuro. Las generaciones previas a la nuestra ya vivieron, ya hicieron, bien o mal, pero ahí están. Pero ¿Y nosotros? Con una precariedad laboral alarmante, una calidad de vida en picada, un mundo en crisis ecológica, sin haber podido resolver o avanzar mucho en ninguno de las grandes luchas contra la desigualdad social, de género ni racial, por enumerar algo. Cómo no ser negativos cuando el presente en el que estamos pareciera siempre estar al borde del colapso.


Diario pareciera que sólo falta una gota para que el vaso se derrame, pero diario caen más gotas y el vaso no termina por llenarse. Siempre a la expectativa de que, de un momento a otro, todo se vaya directo a la mierda, porque no hay hacia otro lado a donde pueda irse. Y no pasa, no pasa, siguen avanzando los días, sigue profundizándose la crisis, el dolor y el sufrimiento, o al menos eso parece, y nada explota, nada colapsa, nada se acaba estrepitosamente. Crisis permanente que pareciera no tener final ni solución.


Entonces, en un primer momento, por supuesto que mi generación es pesimista. Somos pesimistas, ¿Cómo no serlo viendo el tsunami que se nos abalanza con toda su fuerza? ¿Cómo no serlo pensando en el mundo que nos va a tocar a nosotros o que le vamos a dejar a los que vienen? No por nada cada vez menos personas quieren tener hijos, ya que sería una completa irresponsabilidad de nuestra parte. Traer gente a sufrir. Sí, somos pesimistas.


¿O no?


Me lo sigo preguntando, porque a pesar de todo, a pesar de este presente tan macabro y sombrío, aún cuando nuestras pláticas cotidianas tiendan siempre a caer una vez más en estas reflexiones, aún hacemos planes, aún pensamos a futuro, aún esperamos que algo se pueda hacer, aún tenemos la ilusión de que, de alguna manera, nosotros cambiaremos el curso de las cosas. Aún vamos a la escuela, trabajamos, hacemos (en toda la extensión de la palabra), aunque sea poco, aunque sea chiquito, pero esperando que ayude en algo, que mejore algo. O eso esperamos.


Porque, a pesar de todo, tenemos esperanza.


Tenemos esperanza en que el futuro, sea cuando sea que llegue, será mejor. Que lo haremos ser mejor que el presente. Esperanza en que las cosas cambiarán, porque las cosas tienen que cambiar a no ser que queramos nuestra extinción. E incluso esa idea, la de la desaparición de la raza humana, ya no nos parece tan aterradora, es un posible final que aceptamos, aunque no sea lo más deseable.


¿Cómo podemos ser pesimistas y a la vez tener esperanza?


Me imagino, nos imagino, caminando, uno al lado del otro, hombro con hombro, bajo una tormenta. Una tormenta que a veces parece arreciar y que nos hace pensar que ese día es el día que finalmente moriremos ahogados, pero no sucede. Una tormenta que a veces amaina, pero no cesa. Una tormenta que se convierte en granizo y duele y nos desespera, pero no nos vence. Vamos juntos, sabemos que todos estamos ahí, algunos tienen un paraguas, algunos van desnudos, algunos acaparan y boicotean a los otros, algunos comparten lo que tienen y ayudan.


Todos caminamos con la esperanza de que, algún día, la tormenta cese y salga el sol, de encontrar una cueva cómoda donde refugiarnos o de conseguir las herramientas y materiales necesarios para construirnos un refugio. Sí, algunos son egoístas y sólo piensan en sí mismos, pero muchos otros, (quiero creer que muchos, y aunque no sea así, aquí estamos) pensamos en una cueva grande, donde quepamos bastantes, una cabaña espaciosa donde podamos sentarnos varios, alrededor de la mesa a platicar y compartir el pan.


Vamos caminando, pensando en la utopía, en alcanzar ese horizonte que nunca llega, pero nos impide detenernos.


A veces aparece una cueva pequeña e incómoda, llámese un trabajo miserable, una relación tóxica, un lugar donde no eres feliz, pero al menos es “mejor que nada”. Hay quienes luchan por ella, quienes desean tomarla para sí. Están hartos de la lluvia, del frío, de estar descalzos, de esperar ese día. Y la toman, y viven en ella, con arañas, con serpientes, con rocas, sin poder acostarse o sentarse, con goteras, pero es mejor que la lluvia, que la caminata interminable hacia el horizonte que nunca llega. Hay quienes ven la cueva, pueden tomarla, pero no lo hacen ya que esperan encontrar algo mejor. Otros la toman, pero sólo para descansar un momento, para agarrar fuerza y seguir caminando. También hay quienes intentan mejorar la cueva, hacerla más grande, se esfuerzan, trabajan, la limpian, algunos logran convertirla en una madriguera cómoda y acogedora, amplia, incluso con espacio para más personas, y hay quienes simplemente no lo logran, la roca es muy dura y las arañas muy aguerridas y sólo queda acostumbrarse o salir.


Ninguno de estos enfoques es mejor que otro, cada uno elige según qué tan cansado está o cree estar, que tanta ilusión le queda respecto a encontrar “algo mejor”, respecto a la posibilidad de construir nuestra propia cabaña a nuestro gusto y confort o incluso, que mejor, que salga el sol para todos.


Así vamos caminando en la tormenta, juntos, con esperanza en el corazón, pero tristeza en los ojos. Bajo la lluvia, acompañándonos, algunos de la mano, algunos ayudando y compartiendo, colaborando, trabajando juntos. Otros solos, compitiendo por cualquier cueva, hartos de la lluvia, hartos del frío, con el corazón cansado, con el alma echa pedazos, con los huesos húmedos y helados (seamos compasivos con aquellos quienes no desean seguir caminando, por la razón que sea).


Sí, somos la generación del apocalipsis, del fin del mundo, mira lo que nos rodea, es innegable. El caos, el dolor, el sufrimiento, helo ahí, manifiesto y patente, con sus garras y dientes, destrozando cuerpos y vidas, rasgando la carne y el alma de todos nosotros. Pero eso no nos quita la ilusión del amanecer y el sol, y en el peor de los casos, tenemos el deseo de que al menos el diluvio borre todo para poder empezar de cero y mientras mantenemos la llama viva entre nuestras manos.


¿Llegará el día que deje de llover? ¿Llegará la cueva cómoda o al menos la que podamos acomodar? ¿Construiremos nuestra cabaña tal como nos guste? No lo sé, pero tengo, tenemos, la esperanza de que así será.


Mientras tanto, sólo nos queda seguir caminando.


Si la tormenta nos derrota, que nadie diga que no lo dimos todo.

Sigamos caminando, hasta que el presente sea brillante o hasta que nuestros pies no puedan más.

Hasta entonces, que viva la esperanza.

N.W.

1/7/20

Poesía nocturna IX

Con dolor me pregunto...

Si amar a alguien específico es necesitar a ese alguien específico...

...entonces...

¿Acaso perdí la capacidad de amar?

21/6/20

(...)

Hoy es un buen momento para hacer las pases con la muerte

La Muerte como concepto general

Uno suele temer morir.
¿Acaso me siento listo para m o r i r ?

Pregunta difícil de responder
PERO

Hay una aún más difícil de responder

¿A caso me siento listo para v e r  m o r i r a aquellas personas quienes amo?

Morir no duele|duele ver moriR

No sé si estoy listo
¿Y tú?

17/6/20

Lea las advertencias antes de empezar a meditar

Así que usted desea empezar un viaje de autoexploración y conocimiento. Felicitaciones, está un paso más cerca de alcanzar un bienestar más duradero y profundo que al que la mayoría está acostumbrada. Sin embargo, al explorar las profundidades de uno mismo, los abismos de la mete y del espíritu debe usted tener mucho cuidado. El viaje puede ser muy productivo y, definitivamente, vale la pena hacerlo, sin embargo, no debe olvidar los peligros inherentes que acompañan esta actividad.

En primera, puede usted frustrarse dado que no es un viaje de fácil emprendimiento. No es como montarse a un avión o salir a dar un paseo. Es más como aprender a andar en bicicleta, se requiere práctica y ayuda las primeras veces. Pocos son quienes logran despegar a la primera sin caerse a los pocos segundos. Por tanto, no se avergüence si requiere de “rueditas de entrenamiento”, entendiéndose éstas como cualquier elemento que le sirva de apoyo o empujón en su proceso. Tampoco desista a la primera, inténtelo y verá como con cada vez se vuelve cada vez más sencillo.

Otro riesgo que conlleva es que, una vez logrado un pequeño avance, usted se sienta como si fuese el próximo Buda y tenga la imperiosa necesidad de presumirle a todos sus conocidos su nuevo estado de iluminación. No caiga en las trampas del ego y la búsqueda de reconocimiento por parte de otros. Este viaje es suyo y sólo suyo. Esto no significa que no pueda o deba compartir sus experiencias, sólo manténgalo en un nivel socialmente cómodo. No es necesario que, como algunos turistas, compartan cientos de fotos diarias que lo único que hacen es aturdir. Mejor seleccione las experiencias más significativas, aunque esto queda a criterio de cada uno.

Tome en cuenta que este camino no es un camino cómodo y de placer. Está lleno de dificultades y obstáculos. Es más una aventura o una exploración en terrenos desconocidos y peligrosos, así que prepárese para encontrar cosas que tal vez no le agraden. En aquellos pantanos, cuevas y recovecos suelen morar criaturas sombrías que hemos ocultado y alimentado durante años y, cuando son encontradas nos causan sorpresa, temor o enojo. ¿Cómo es posible que hayamos dejado que creciera tanto aquella alimaña? No se preocupe, una vez encontradas no las perderá de vista por un tiempo y es cuando puede continuar con su viaje y encontrar como eliminarlas o desistir, volver a ignorarlas y regresar a la comodidad a la que estaba acostumbrado. 

Recuerde, además de ser una exploración, este viaje también puede usarse para realizar una limpieza profunda. Sirve para encontrar eventos olvidados, deshacerse de cargas innecesarias, quitar telarañas, luchar con reflejos y sombras, sacudir el polvo y reordenar lo que se encuentre en el camino. Piénselo como deshierbar y preparar un campo agreste y accidentado para convertirlo en un jardín. 

Ahora bien, una última advertencia. Puede que en el camino intente abarcar más de lo que sus capacidades le den, que abra una puerta que luego no pueda cerrar. No se preocupe, es natural e incluso a veces necesario. En caso de verse rebasado, no dude en buscar ayuda, la que más le acomode. Está bien reconocer que ha intentado morder más de lo que podía comer y ahora ni puede escupirlo ni tragarlo. Es doloroso y trae consigo el miedo a la asfixia, pero relájese, respire hondo y contacte a un especialista, que seguro hay como solucionar su situación. 

Dicho lo anterior y si usted desea continuar, adelante. Prepare lo que necesite, haga una pequeña mochila, tome libreta y lápiz y láncese al camino. Como se mencionó al principio, es una marcha que vale la pena hacer y sin duda alguna aprenderá mucho. 

Buen viaje.

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