25/2/14

El renacer de cada día.

Percibes una luz muy tenue, acompañada de un ruido blanco, amorfo, como el que genera un aspiradora o un secadora de cabello. La presión generalizada alrededor de tu persona asemeja un gigantesco abrazo y te sientes como dentro del vientre materno, cálido y húmedo, donde un ligero vaivén te arrulla. Entonces resuenan las trompetas celestes, y un ángel de voz metálica anuncia solemnemente: próxima estación... El arrullo se convierte en fuerza de inercia que te proyecta hacia adelante aunque, como si fueses una rebanada de fruta dentro de una gran gelatina, vas y regresas sin que tus pies se muevan un centímetro. Esto ha bastado para que abras los ojos y la luz fluorescente inunde tus pupilas para darte cuenta que más que estar dentro de un vientre, tu situación asemeja más a un tamal en su olla, y la alegoría es bastante acertada; te rodean decenas de tamales, de dulce, de mole, de rajas... Entonces el alto total, la calma que precede a la lucha encarnizada entre dos titanes antagónicos: los que desesperadamente intentan huir de la tamalera y los masoquistas resignados que desean intensamente entrar y unirse a la gran masa. Este avance de fuerzas imparables es entorpecido por el macizo inamovible de los que quieren permanecer dentro. Mientras las personas descienden, la presión se alivia un poco únicamente para que una nueva ola, un tsunami de personas trajeadas, arremeta y te vuelva a envolver en una camisa de fuerza. Es en ese momento en que te sientes parte de lo que bien podría competir por el récord Guinness del show de contorsionistas más grande del mundo. Resuena el cuerno que indica que la lucha entre las tres potencias que buscan entrar, salir o permanecer ha terminado y que aquellos que hayan logrado su objetivo pueden sentirse aliviados y los que no, deberán esperar a que se reanude la batalla en cuanto llegue el siguiente tren. Las exclusas se cierran cortando la comunicación con el exterior un vez más, el dragón resopla y vuelve el arrullo.
Te das cuenta de que en el caos surgido en el juego de las olas y corrientes te has desplazado y ahora frente a ti se encuentra una nuca anónima, pero a pesar de no saber su nombre ni conocer su rostro, debido a la cercanía y que, producto de los reacomodos sucedidos hace unos instantes, tu mano ha quedado a una altura socialmente incomoda tanto para ti como para el dueño de la nuca; se genera sensación confianza plena en cuestión de instantes, lo que posiblemente no hubiese sucedido si tu encuentro fortuito con aquel otro se hubiera dado en una librería o en el cine. Es en ese momento en el que notas que algo flota en el aire. No sabes con seguridad si siempre ha estado ahí y a penas lo registraste o bien, es un pequeño regalo que el conductor les ofrece... música, de la más alegre que has escuchado. Pareciese un tanto incoherente escuchar esa tonada en un ambiente como ese, algo tan aparentemente ilógico como los funerales en días preciosos de primavera. Si no fuese por la completa inmovilización a la que estás sometido, no resistirías la necesidad de bailar al compás de la melodía que ahora inunda tu persona. Ves a tu alrededor y te preguntas si alguien en ese tren, cargado de caras molestas y estresadas, aquel carbón que mueve la maquinaria del mundo, se ha dado cuenta de aquellas canciones. La música se interrumpe. Trompetas, ángel, inercia, titanes, oleaje, cuerno, dragón y se reanuda la melodía. Si bien a ti te alegra, pareciese que aquel mar de caras y nucas ignotas fuese completamente sordo. Incluso el conductor es presumiblemente inmune a las notas y ritmos, a juzgar por el irritado tono de su voz al pedir, o tal vez rogar, a los pasajeros que permitan que las puertas se cierren para proseguir con aquel viaje cíclico e interminable. Mas para ti sí tiene un final, el cual ha llegado más tarde que pronto y es hora de que te unas a uno de los bandos de aguerridos individuos.
Lo curioso es que, al contrario de la generalidad de la vida, es más difícil salir que entrar. Para entrar simplemente basta con tomar suficiente impulso y clavarte entre las personas llevando a límites insospechados la capacidad de compresión del cuerpo humano. Mientras que la manera mas sencilla y efectiva para descender es ubicar a tus compañeros de equipo, y unirte a ellos en alguno de los pequeños ríos que se formarán liderados por alguien que hábilmente, o por suerte, ha quedado en la puerta. Claro que si quieres salir en alguna de esas paradas que parecen haber sido establecidas en satisfacción de las mismas quince personas que son las únicas que la usan, la situación se complejiza además de volverse psicológica y físicamente más demandante. Pero esta no es la ocasión, hoy te unirás a una de las hordas que, a raudales, buscarán dejar la lata de sardinas en la que han vivido los últimos cuarenta y cinco minutos. Trompeta, ángel, inercia, la lucha inicia. Te unes a la fila y procurando que tus pertenencias no queden atoradas entre los que ahora se perfilan como tus ex-compañeros, sales dificultosamente entre empujones. Vuelves a pensar en el vientre materno, estas naciendo y las contracciones te invitan a salir disparado a la vida. Ya afuera, como obra de Moisés, vislumbras aquellos muros de agua que rodean a los esclavos que huyen del faraón, siempre a punto de derrumbarse y esperando ansiosamente el momento en que alguien ceda a sus impulsos y se lance al interior del vientre-lata para dejar colapsar ambas paredes y, sin la intención de hacerlo, arrastrar de regreso en el oleaje a aquellos infelices que hayan quedado al final de la caravana.
Ya afuera, como un hormiguero pisado, cada quien toma su rumbo y aún cuando todos ahora comparten un lazo de hermandad al haber renacido juntos, cualquier atisbo de compañerismo o solidaridad que se pudiese haber formado en el proceso, se desvanece. El tren se aleja con su carga de carbón estresado y tú por tu parte, vas a engranarte a donde sea que pertenezcas.

13/2/14

Extraño el bosque

¿Qué sucedió? Todo fue tan rápido que los recuerdos son borrosos. Aún puedo ver aquellas verdes tierras donde vivía rodeado de otros, no siempre como yo, pero iguales al final; sin importar si eran más grandes o pequeños, más fuertes o veloces. Sin importar si volaba o caminaba, era igual a mí y a todos. De pronto el incendio, el humo, el terror. Finalmente cada quién tomó caminos separados, no había nada más que hacer más que arreglárnoslas por nuestra cuenta. Así, un día, me di cuenta de donde estaba. No supe como llegué a allí, supongo que el impacto aletargó todos mis sentidos. Me encontré dentro de un contenedor rodeado de basura, apestosa y desagradable. Alcé un poco la cabeza sobre el borde, era de noche y nadie rondaba por ahí. Salí a despejarme. Entonces, una piedra cayó cercana a mí, luego otra, risas y más piedras. “¡Casi le das!” “¡Pásame otra antes de que escape!”. ¿Qué hice yo para ganarme su odio? Tan sólo estaba en el basurero, sin hacerle daño a nadie, sin meterme con nadie, y aún así, tan pronto me vieron, las pedradas llovieron sobre mí.

Aprendí a alejarme de los humanos. Que eran peligrosos y temibles. Me ocultaba entre las sombras, evitando que alguien me viera, sin éxito en algunas ocasiones, lo que llevaba a más pedradas, gritos o aspavientos. Que tristeza la mía, alejado del bosque y sumergido en un mundo donde por no hacer nada más que ser te intentan hacer pedazos. Durante un tiempo así fue mi nueva vida en las sombras. Llegué a conocer a más seres perdidos como yo, lobos, conejos, mariposas y gatos vagabundos que también buscaban encontrar su lugar.

Poco a poco me fui acostumbrando a los humanos y me empezaron a parecer más curiosos que aterradores. Primeramente pensé que me rechazaban por ser diferente pero luego me di cuenta que entre ellos, entre la misma especie, se rechazan y se apedrean como lo hacían conmigo. Que raros son los humanos. Decidí investigarlos, observarlos, intentar entenderlos.

Aprendí a camuflarme entre ellos. A hablar su idioma e imitar sus gestos. Parecía que con sólo eso bastaba para que mis orejas y mi cola anillada pasar desapercibidas. Era uno más de ellos, o eso parecía. Mi estancia entre ellos me hizo darme cuenta de algo, ellos siempre quieren probar que son más que los demás, más rápidos, más guapos, más fuertes, más “machos”. Siempre buscan competir, demostrarle a alguien que son los mejores en algo. Quieren la mejor casa, la mejor pareja, el mejor coche y lo peor es que no lo hacen conscientemente. Que raros los humanos compitiendo sin saber que lo hacen. Supongo que por eso las piedras que me lanzaban sin motivo aparente, para demostrarse más fuertes que yo. Su vida es eso, una competencia interminable y sin sentido para probar algo a alguien.

Desde pequeños, intentando sacar números más altos que sus compañeros, hasta cuando son adultos, buscando que les paguen más que a sus colegas. De donde yo vengo, lo importante era tener comida, tener un refugio contra la lluvia, no tener el mejor refugio ni las bayas más ricas, sólo tener bayas y refugio. También se odian por el color de su piel, por que son hembras o machos, por que son pequeños o grandes, por viejos o jóvenes, por que creen una cosa y no otra, por que les gusta una cosa u otra; siempre intentando probarle al otro que por ser distinto es inferior, es débil y que debería dejar de ser como es… Un vaivén interminable e ilógico de intentar ser más que los demás

Que raros los humanos en verdad. Yo los veo iguales a todos. Son como los perros, algunos chiquitos, otros peludos, pero perros todos. Y sin embargo ellos siempre buscando someter al otro por razones tontas o mejor dicho, por sinrazones. Observé humanos que dicen sentirse perdidos, que no se hayan entre los suyos, pero vamos, después de unos años entran de nuevo en la corriente. Todo intento de ser diferente, de ser único, es aplastado poco a poco por las rocas, hasta que no queda nada y si lo hace, se mantiene oculto, para dejarlo salir en las noches, cuando nadie ve.

Y me cansa… me cansa siempre tener que ocultar mis orejas y mi cola anillada, pero es que o lo hago o regreso al basurero a cuidarme de las piedras. Al final es más fácil camuflarse, adaptarse e intentar pasar lo más inadvertido posible, aparentando, fingiendo…

Cómo extraño el bosque…

Reprodúceme


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