31/12/16

La Gran Antropófaga (VIII)

Llegas y la calle que se despliega fuera de la terminal de autobuses con su multitud de automóviles y personas te paraliza. Te sientes como un animal en la carretera que ve con pánico como se acercan a toda velocidad un par de ojos iluminando el asfalto. Jamás habías estado en la gran ciudad, siendo que en toda tu vida lo único que has conocido es tu pequeño pueblo de no más de setecientos habitantes, donde todos se conocen entre sí y donde las noticias llegan a cada rincón en menos de veinte minutos. Sin embargo, ahora has decidido dejar la vida de campo para mudarte en busca de nuevas y mejores oportunidades. Tu primo vive aquí hace tiempo y fue él quién te dijo que en la ciudad se gana más dinero, se tienen más cosas y “se vive mejor”.

Una hoja de papel con una dirección y un teléfono es lo único que te guía por las sobrepobladas calles de la metrópolis. El mapa que compraste en la terminal no te sirve de gran cosa, miles de calles, avenidas, cuadras y colonias hacen imposible el encontrar la que buscas. “Disculpe ust…” “Buenas tardes, me…” “Sería mucha mo…” La gente simplemente sigue caminando, te ignora y no le interesa ayudarte. Un hombre de traje te da una moneda con desprecio, una moneda que no pediste ni necesitas, pero que ahora está en tu mano, con su superficie sin brillo y sus relieves pulidos, resultado de las miles de transacciones de las que ha sido parte.

Caminas buscando una tienda mientras intentas descubrir qué hora es. No tienes reloj o celular, tú siempre te has guiado por el Sol, pero lo único que tus ojos ven ahora son edificios altos y grises, un cielo azul cenizo y pavimento. Finalmente hayas una tienda donde compras una tarjeta para el teléfono público. Cuando la insertas en la ranura de la cabina llena de grafitis, la pequeña pantalla se ilumina con un mensaje que te indica que la tarjeta está vacía. La señora mal encarada que te la dio, la ver tu cara de provinciano, con lujo de cinismo te estafó; sin embargo ese tipo de pensamientos no pasan por tu mente. Regresas a la tienda “Creo que se ha equivocado…” Se niega a devolverte tu dinero alegando que seguramente esa es otra tarjeta y la estás intentando engañar “No me importa si llegaste hoy, esa tarjeta no te la vendí”.

Como puedes te mueves entre la gente, cargando tu equipaje e intentando no golpear a nadie con él. Sin embargo te llueven codazos y empujones “Muévete estorbo…”. Los policías no tienen ni idea de dónde queda la calle que buscas y la noche empieza a hacerse presente. Todo comienza a iluminase dejándote boquiabierto, jamás habías visto tanta luz a ras del piso.

El taxista que finalmente se detiene a recogerte te da un paseo de dos horas por la ciudad antes de dejarte frente al apartamento donde vive tu primo, el cual, resulta que estaba únicamente a seis cuadras de donde estabas hacía un rato. Tu primo te recibe con una sonrisa, le pides agua y te da refresco. Te pide perdón por no haber ido a recogerte “Pero ya sabes, uno siempre tiene muchas cosas que hacer…”. Te pregunta por tu viaje, si te fue difícil encontrar la dirección. Tú cuentas tu travesía y él sólo se ríe. “Ya irás acostumbrándote a la vida de ciudad”

Pasas un año alejado del campo, consigues un trabajo y tú te adaptas a la nueva vida. Te importa un bledo la gente, te apañas los lugares en el subterráneo y que la embarazada o el anciano que se jodan, insultas a medio mundo en la calle y pasas de largo frente a las personas que te piden ayuda o dinero. A ti nadie te ayudó, ¿Por qué habrías de ayudarlos a ellos?

Poco a poco, la gente y la ciudad se han devorado tu alma, dejando sólo una sombra, un esqueleto ambulante. Un robot en la calle, un número en el banco, un ticket en el metro, un asiento en el cine, un comprador en la fila del supermercado.
Un citadino.

Nota del autor: Este cuento no se ambienta en el D.F., en Wellington, en Tokio o en Nueva York, este cuento tampoco busca criticar o etiquetar a todos los citadinos, incluyéndome, cómo unos desgraciados.
Este cuento, tal vez un poco exagerado (pero no mucho) nació de la impresión tan fuerte que me provocó el regresar a una ciudad después de haber vivido durante casi nueve meses en pequeños pueblos* que se pueden cruzar caminando en menos de una hora, con sólo dos o tres calles importantes y dónde las estrellas alumbran las noches.
*Esto último es sin contar Christchurch, no obstante, dada la condición en que se encuentra, es casi una ciudad fantasma.

Publicado originalmente en: "Desencuentros, cuentos para leerse al revés", 01 de mayo de 2013, Wellington, Nueva Zelanda.
http://cuentosalreves.blogspot.mx/2013/05/la-gran-antropofaga.html

La Virgen y el Santo (VII)

“…Bendito el fruto de tu vientre, Jesús…”

Criada en el seno de una familia conservadora, María anhelaba honrar a sus padres llegando a ser cómo la Virgen por la cual obtuvo su nombre. Desde que llegó a la edad de entrar a un colegio, las monjas le hablaron sobre la Madre de Dios y poco a poco esta se convirtió en su modelo a seguir, su inspiración, y asemejarse a ella su misión en la vida. Su abuela, la cual continuaba en casa con la educación de la pequeña María y sus hermanas mayores instruyéndoles cómo debe ser el buen vivir de una mujer decente, elogiaba dicha idea y la alentaba a seguir el camino de la Virgen el cual, requería bondad, amor y pureza; jamás relacionándolo con la virginidad o el sexo, siendo este un concepto extraño y oscuro, palabra rara vez escuchada en aquella casa. Aún así y sin sospecharlo, María sabía qué era el sexo puesto que, viviendo en un pueblo donde abundaban las fincas en las periferias, divisar una pareja de animales copulando no era algo fuera de lo común.

—Los animales hacen eso sólo cuando desean tener una cría— Respondió su abuela a la inocente pregunta de la pequeña María, haciendo énfasis en el “SÓLO” para no dejar cabida a ninguna duda o comentario al respecto.

Creció María, siguiendo los consejos de su abuela, las enseñanzas de sus maestras y los pasos de la Virgen, convirtiéndose en una niña, alumna e hija ejemplar y de inmaculado comportamiento. Sin embargo, la pubertad trajo consigo sentimientos, sucesos y deseos nunca experimentados o siquiera mencionados que un: "¡No te toques ahí María! ¡Eso es sucio y pecaminoso, el diablo está tentándote!" por parte de su madre, acabó definitivamente con sus pequeños y torpes pasos para conocer su cuerpo. Al fin y al cabo, una Virgen no podía ser una pecadora o dejarse tentar por Satanás.

Llegada a una edad casadera, María sabía que cumplía con casi todos los requerimientos para poder considerarse una Virgen: la bondad en su corazón era infinita, el amor que profesaba por sus prójimos inigualable y la pureza de su alma y conciencia completamente intachable. Sin embargo, la Virgen María tenía una última cualidad que ella aún no alcanzaba y comprendía que nunca lo haría, ser la Madre de Dios en la Tierra. Mas María sabía que, si bien no era digna de alumbrar al nuevo Mesías, un hijo de su sangre y su carne también la llenaría de gloria y alegría.

Tiempo transcurría y una a una sus hermanas mayores conseguían un esposo de buena cuna, pero al ser la última hija, ella tendría que esperar a que todas desposaran antes de tener derecho a hacer lo propio. Las ansias la llenaban, estaba a un pequeño paso de convertirse en lo más cercano a la Virgen que una pecadora como ella podría algún día aspirar a ser, pero el día no llegaba. Algunas de sus hermanas se negaban a casarse, rechazando a cada uno de los pretendientes que acudían a pedir su mano, dejando a María con una desesperación y frustración en el pecho.

Más tiempo pasaba y menos posibilidades tenía ella de conseguir un marido que le concediera un hijo, decidiendo que romper la tradición valdría la pena al poder engendrar un vástago y con ello cumplir con todo lo necesario para ser Virgen. Tanto así que salió de su casa a espaldas de sus padres y hermanas, buscando a un hombre que le ayudase a cumplir su cometido. Buscó en las fiestas, en las calles e incluso en las tabernas, pero no halló quien quisiera casarse con ella.

Optó entonces por conseguir a alguien que le diese un hijo, encontrando más hombres dispuestos a ello. Recordando los animales vistos en su infancia y la explicación dada por su abuela, estaba dispuesta a probar con tantos hombres como fuese necesario, al fin y al cabo, ella estaba haciendo eso únicamente porque quería un hijo. Mas la voz de sus maestras recitando el séptimo mandamiento le impedía aceptar las propuestas de la mayoría de los varones que acudían a su llamado. Únicamente algunos ancianos que, viudos y mostrando un enorme interés en ayudarla en su misión, llegaron a convencerla, tomándola pero sin lograr preñarla. María, desesperada por no encontrar quien la convirtiera en Virgen, rezaba e imploraba a Dios un hombre que la pudiera hacer madre. Dichos rezos fueron escuchados, trayendo un día al pueblo a un hombre jamás visto por ella, respondiéndole que era un viajero y, para su fortuna, soltero. Ella le habló de la faena que consumía su tiempo y pidió su ayuda en dicha misión.

Ni tardo ni perezoso el extraño aceptó regalarle un retoño, llevándola a una posada cierta noche. María, ya conocedora de dicho acto, esperaba que esa fuese la ocasión que finalmente terminase con su búsqueda y supo que así era cuando un escalofrío recorrió su cuerpo, un estremecimiento la inundó, calor y frío, dolor y placer, su alma volaba, dejando su entidad terrenal tras de sí. María sabía que lo había logrado, dicha sensación sólo podía deberse al Espíritu Santo confirmándole que su travesía llegaba finalmente a su término.

El extraño, después de concluida su obra, le preguntó cuánto habría de pagarle y María, extrañada por dicha pregunta, respondió "¿Por qué habrías de pagarme cuando agradecida de por vida quedo? Dios es quién te ha de recompensar con bendiciones, me has convertido en una Virgen y eso te hace un Santo".

Publicado originalmente en: "Desencuentros, cuentos para leerse al revés", 19 de abril de 2013, Motueka, Nueva Zelanda.
http://cuentosalreves.blogspot.mx/2013/04/la-virgen-y-el-santo.html

De los nueve que quedaban (VI)

Todo empezó cuando era una niña. Mis padres nunca me quisieron comprar un perro por más que yo rogara y prometiera que lo cuidaría y le daría todo el amor del mundo. Ellos decían que si sacaba buenas calificaciones lo pensarían y yo me esforcé al máximo durante mis estudios. Hasta en la preparatoria, siempre estuve en el cuadro de honor. Pero nunca me compraron un perro.

Me compraron un hámster y un cuyo, pensando que dos roedores equivaldrían a un can. Mi madre jamás tuvo que limpiarlos o alimentarlos. Sólo cuando me iba a casa de una amiga por un día o de campamento en la escuela, pero sin contar esas ocasiones, veía a mis mascotas cómo hijos y cómo si hijos fueran, cargaba con la responsabilidad de ser su “madre”. Incluso cuando les demostré que podía cuidar perfectamente de los anteriores, NUNCA me compraron un perro.

La casa era grande, teníamos un patio trasero precioso y a unas cuadras había un parque. Ni espacio ni amor ni cuidado le hubiesen faltado. Pero nunca llegó el perro. Finalmente me resigné a jamás tener uno. Veía a las personas en los parques o en sus coches, llevando a sus amigos peludos de aquí para allá. Los oía ladrar cuando pasaba frente a algunas casas o vagabundear sin rumbo por las calles. Al principio me invadía una envidia enorme y con el pasar del tiempo, aún cuando conseguí mi propia casa y bien pude comprarme un perro, el recuerdo de esos años me hizo desarrollar una aversión, no a los canes, si no a los dueños. Dueños que no sabían lo afortunados que eran de tener esas bolas de pelos, leales, juguetonas y amorosas, en sus vidas.

Ellos no eran dignos de tenerlos. Si yo, que durante años hice hasta lo imposible para tener uno no lo conseguí, ¿Por qué ellos sí podían? No, definitivamente no eran dignos. Y si yo no tenía un perro, me encargaría de que nadie tuviese uno. Así pues, primero pensé en sustraerlos de los jardines, pero me di cuenta de que los animalitos no serían felices conmigo ya que extrañarían a sus antiguos dueños; por ello decidí mandarlos a “un lugar mejor”, claro, evitando en la medida de lo posible que sufrieran algún dolor.

Por tanto, durante años me he sentado en parques y veredas, esperando que un perro sin correa se me acerque a olfatearme. En ese momento, yo le ofrezco una salchicha o un pedazo de jamón y mientras están distraídos en comer, con un movimiento rápido, los espolvoreo con un veneno de mi creación a base de hongos y otras cosas. Esta está diseñada para que el perro comience a atontarse, dormirse y, cómo una vela, se extinga al cabo de unos veinticinco minutos. Suficiente tiempo para desaparecer de la escena y deshacerme de toda evidencia que pudiese inculparme.

Mucha gente me conoce, y muchos rumores corren sobre mí; algunos dicen que pertenezco a una secta satánica, que devoro bebés, que en las noches aúllo a la luna o que soy una bruja. No puedo entrar a más de un parque y los niños me gritan “Cruella De Ville. Todo esto no me molesta en lo más mínimo, al fin y al cabo, es un apodo bastante adecuado. Es más, incluso considero que hago un bien público reduciendo la suciedad en la calle.

Sin embargo nunca me he quedado a ver la cara de los dueños al ver a su perro desplomarse. Con imaginármela me basta. Seguramente será como si toda la tristeza que yo sentí durante años se condensara en unos interminables minutos.

Una impotencia y desconcierto increíbles llenándoles la mente y la cara. Y no me siento mal por los niños llorones o los ancianos solitarios o las familias que entran en histeria, si yo nunca fui digna de tener un perro, ellos menos.

Publicado originalmente en: "Desencuentros, cuentos para leerse al revés", 09 de febrero de 2013, Nelson, Nueva Zelanda.
http://cuentosalreves.blogspot.mx/2013/02/de-los-nueve-que-quedaban.html

La que me da Don Beto (V)

No es por presumir, pero neta soy un escritor bien chingón, o al menos eso dicen mis cuates que de vez en cuando leen mis textos. Que les gusta mi manera de pintar escenarios, las relaciones entre personajes, los finales inesperados e incluso los temas escabrosos que saco hábilmente a relucir, y que muchos consideran inapropiados o conflictivos. Dicen que tengo el “don” de sacarle jugo a lo que sea, incluso a los tópicos más intensos y hacerlos divertidos y “tragables”.

Yo estoy de acuerdo con ellos, de que tengo el don, porque vaya que lo tengo, sólo que no es un “don”, sino un “Don” con mayúscula. Se llama Don Beto y es el señor que trabaja en la tiendita de la esquina. Sin él, no podría concentrarme en escribir de tantas vueltas que le daría a eso que tanto me gusta.

La verdad es que la primera vez que lo hice no sentí nada. Estaba en la casa de un compa cuando me dijo que lo intentáramos. Total, ¿Qué podría pasar? Así que nos fuimos a su cuarto, cerramos con llave y lo hicimos. Él también estaba verde en esos temas y creo que tampoco sintió gran cosa. Luego lo hice en un concierto, llegó una chava y me preguntó si tenía experiencia. Le conté lo de mi primera vez y ella nada más se rió y me dijo que estábamos bien güeyes y que por eso no nos había gustado además de que ella me iba a enseñar la manera chingona de hacerlo. Así que nos fuimos hasta atrás donde estaba más oscuro y tendríamos más privacidad. ¡Vaya! ¡Esa vez sí que lo disfruté! Las luces, la música, el ambiente, todo fue increíble. Lo recuerdo todo tan nítido como si fuese una película en mi cabeza. Lo único que se me fue es el nombre de la chava, pero ni pedo.

Desde ese momento me dediqué a buscar con quién hacerlo. Intenté convencer a mis amigos de entrarle, pero decían que no eran de “esas cosas” y que yo tampoco debería porque aún estaba joven y ponía mi vida en riesgo y otras tantas razones que a mí me valían. En fin, allá ellos si no querían, no los iba a obligar.

Un día me enteré de que había un grupito en mi colonia que les encantaba hacerlo, y me les uní. Ahí fue cuando me di cuenta de mi potencial de escritor, porque después de un rato de estar en los baldíos o en las casas de ellos, me llegaban ideas bien intensas. Mi cerebro se aclaraba de pronto y ¡ZAZ! Qué cosas se me ocurrían… Pero siempre que llegaba a mi casa todo se había esfumado.

Que frustrante era para mí que me viniesen pensamientos tan cabrones y que se me olvidaran así de fácil, cómo cuando tienes un sueño bien chido y al despertarte no te acuerdas de casi nada, solamente de que estaba poca madre. Fue ahí cuando decidí que empezaría a cargar un cuadernito conmigo, para que una vez terminado todo y con las ideas frescas, las pudiese escribir y ya luego les daría forma.

Después de unos meses me aburrí de estar con eses güeyes, a ellos no les interesaba mi manera de pensar y más de una vez básicamente me metieron uno en la boca para que me callara, así que a la larga me fui alejando, buscando como poder hacerlo sin estar con ellos. Ahí conocí a Don Beto, que después de verme entre los otros, me ofreció ayudarme por un módico precio. Y de ahí pa’l real, he explotado mi don de escritor a todo lo que doy. He ganado concursos con mis cuentos y mis pequeños ensayos; soy el consentido de la maestra de literatura y bueno, hasta publico habitualmente en un sitio de internet.

Ahora sólo necesito a Don Beto y la que me da. Ya no tengo que andarme metiendo en casas extrañas o barrios feos. Simplemente me doy una vuelta por la tienda, le doy su lana y después me voy al techo de mi casa, en una esquinita donde no da el Sol y a disfrutar de lo que es bueno. Pero ya veré si sigo con Don Beto, porque me está empezando a cobrar más de lo normal. O mejor aún igual y siembro una plantita en mi cuarto y dejo de andar pagando por ella. Ya veré…

Publicado originalmente en: "Desencuentros, cuentos para leerse al revés", 13 de enero de 2013, Christchurch, Nueva Zelanda.
http://cuentosalreves.blogspot.mx/2013/01/de-la-que-da-don-beto.html

Quiero comerte a besos (IV)

Puesto que era la noche de su primer aniversario de novios, Rodrigo y Clara habían decidido preparar una cena especial, así que después de conseguir algo de mantequilla, sal, pimienta, ajo y limones, cocinaron un delicioso brazo izquierdo y un par de dedos fritos y gratinados para acompañar de lo que hasta hacía unos días, era una joven de 24 años.Tenían una enorme colección de videos y recetas en la computadora sacados de lo más recóndito de la “deep web”, y al menos una vez cada dos semanas conseguían un cuerpo o parte de él y lo congelaban para que durara. Preferían la carne fresca, pero después de asesinar a un cuarentón, la idea no les gustaba mucho; por ello, la morgue donde trabajaban era el mejor mercado de la ciudad. La época del año que traía más comida a la mesa eran las fiestas decembrinas, donde no faltaba el borracho que fuera a embarrar su coche contra un poste, el güey atrevido que se volara la cara con cohetes o simplemente uno que otro vagabundo que muriera de frío. Lo mejor era cuando en un accidente de coche se veía envuelta una familia entera, ya que la carne de niño, así como la ternera, es más suave y sabrosa.Rodrigo tenía una sorpresa para Clara ya que el primer año había que celebrarlo en grande, por lo que una vez terminada la cena y habiéndose puesto cómodos en la habitación, sacó del clóset una sierra quirúrgica, un sartén eléctrico y una botella de aceite. Él le dijo a su mujer que como prueba de su profundo y sincero amor, la dejaría comerse uno de sus pies. Clara, entre sorprendida y emocionada, dijo cuanto le encantaba la idea y que ese era el mejor regalo que le podría haber dado. No obstante, no sabía cómo le iban a hacer, ya que el canibalismo y el sadomasoquismo distaban mucho el uno del otro. Sin embargo Rodrigo había visto en Youtube un tutorial de cómo amputar una extremidad en caso de emergencia, por lo que estaba preparado para todo.
De la mesita de noche sacó una jeringa llena de un líquido blanco translúcido.

–Es lo que usan en las veterinarias para poner a dormir a los perros. El Jorge me la consiguió porque le dije que disque teníamos un gato que estaba sufriendo mucho y queríamos dormirlo nosotros mismos, así que esa dosis no creo que me mate y seguro será suficiente para dormirme la pierna. Y no te preocupes por el reguero de sangre, nada más átame un cinturón o un pedo así acá en el muslo y ya. Además, cualquier cosa, voy a estar despierto y te puedo ir guiando, y lo mejor es que vamos a poder hacerlo mientras comes.

Esto hizo sentir mucho más segura a Clara, por lo que decidieron iniciar con el procedimiento. Efectivamente, la dosis de anestesia no mató a Rodrigo, pero sí lo hizo la trombosis cerebral causada por un torniquete mal aplicado, pero Clara, después de llorar durante 4 horas seguidas y reprocharse por lo que había hecho, se dio cuenta de que habría que inventar una gran historia para explicar el cadáver cercenado y el pie a medio freír que yacían en su cama.

Dos meses después de una intensa búsqueda por la policía, se dio a Rodrigo por desaparecido y se archivó su caso junto con otros tantos no resueltos. Y lo que respecta a Clara, nunca se había masturbado tan placenteramente hasta que lo hizo comiéndose un riñón de su novio guardado en tuppers.

Publicado originalmente en: "Desencuentros, cuentos para leerse al revés", 07 de Diciembre de 2012, Christchurch, Nueva Zelanda.
http://cuentosalreves.blogspot.mx/2012/12/quiero-comerte-besos.html

Calcetines Mojados (III)

-Míralo, parece tonto viendo esa lámpara. Lleva más de dos horas ahí, bajo la nieve.
-¿Por qué será?
-Dice que en su vida ha visto la nieve y que ahí la puede ver caer mejor que en otro lado. Que el reflejo, que la contraluz, que no-sé-que…
-¿Y lleva dos horas ahí? Vamos… hay que meterlo, seguramente regresará con pulmonía.
-Tienes toda la razón Conchita, habrá que meterlo y decirle que se cambie la ropa.
-Y darle algo caliente, porque ya sabes cómo es tu marido. Él solo no se cuida como debe.
-Ay… Si lo vieras cada vez que vamos de paseo. Se queda mirando las nubes, el pasto, los árboles, las vitrinas de las tiendas… todo, como si una florecilla, el amanecer, un río o un perrito fuesen la octava maravilla.
-Pues ¿No te digo Ceci? Tu marido es como un niño, con cualquier cosa se asombra. Y ahí afuera está la prueba. Viendo la nieve como si fuera algo especial. ¿Qué a tu marido no le gustan las películas americanas? En muchas hay escenas con nieve. Con eso me basta a mí para saber que es la nieve. No necesito estar congelándome y arriesgándome a que me entre el catarro.
-¡Míralo, míralo, míralo! ¿Ahora qué se trae ese entre manos?
-¡Pero si está haciendo un ángel de nieve!
-¿Un ángel? A mí me parece que lo que está haciendo es arruinar sus pantalones y su camisa ahí acostado. Más que ángel, diablo.
-No puedo creerlo. Tu marido ya tiene sus años y sigue haciendo ese tipo de cosas. ¿Qué no sabe nada de decencia y compostura? Ya no está en edad de comportarse tan… tan… infantil, sí esa es la palabra.
-Ni me digas, que el otro día que estaba lloviendo se fue sin paraguas y regresó todo enlodado y hecho una sopa. Me dijo que se fue al parque a caminar bajo la lluvia, ¿Tú crees?
-Pero eso ya ni mi Pedrito, que aunque tenga 12 años ya es todo un hombrecito. Ay Ceci, ¡Hice un verso sin esfuerzo! Él sí se cuida, se tapa, se está quieto y no hace travesuras. Desde los diez años su papá le enseñó cómo comportarse.
-Y deja te cuento otra cosa. A mi marido le encanta estar comiendo porquerías. Ya sabes, helado, hot cakes, refresco, chocolates, pizza y todas esas cosas.
-¡Híjole! No me digas eso. Yo apenas como algo así y enseguida me entra la gastritis. Yo si me cuido comiendo All-bran, leche deslactosada, nada de grasas, pescado al vapor y otras cosas. Tal vez no tengan mucho sabor, pero eso sí, hay que cuidarse. Que aunque tenga 36 yo si quiero llegar a vieja.
-Yo siempre se le digo. Cuando estamos comiendo agarro y le digo: “Jorge, ya tienes 40. Deberías empezar a pensar en dejarte de esas cosas que tanto te gustan y cambiarlas por actividades más sanas y acordes a tu edad. ¿Por qué no en vez de irte al parque a jugar con los perros o andar armando cosas con la basura que encuentras en la calle, no lees un buen libro o resuelves sudokus o vas a conciertos de música clásica? que se yo. ”
-Y ¿Qué te contesta?
-Me dice que eso es para gente aburrida, que lo que a él le gusta es divertirse y hacer cosas al aire libre.
-¡Ay nos está diciendo aburridas! Además, nosotras también sabemos divertirnos. Ya sabes, está el bingo, la novela de las cinco, el crucigrama y claro, leer los chismes de las revistas. Y suficiente aire libre tenemos yendo a hacer el mandado.
-Sí. La verdad no sé cómo aguanta estar corriendo y “retozando” tanto tiempo. Yo a penas empiezo a caminar o estoy parada mucho tiempo y me empieza a doler la cadera, las rodillas y los tobillos. Por eso prefiero estar aquí sentadita, con mi cafecito caliente y con mi abrigo para que no me dé frío, que luego me duelen las articulaciones.
-Ay Ceci… Pero ya, vamos a meterlo que seguro le va a dar gripa.
-Sí, vamos por él, que mira que ya ha de estar todo congelado. Habrá que frotarle los pies con alcohol para que no le vaya a dar el enfriamiento…
-Y que se seque bien…
-Y que se cambie de calcetines…

Publicado originalmente en: "Desencuentros, cuentos para leerse al revés", 17 de septiembre de 2012, Queenstown, Nueva Zelanda.
http://cuentosalreves.blogspot.mx/2012_09_01_archive.html

Sientes (II)

Sientes. Tu respiración rebotando en su pecho, cálida, suave; el calor de su cuerpo, del tuyo; el placer en lo hondo de tu ser, de tu mente; las sábanas, sábanas blancas, suaves, con aroma a recién lavadas, a detergente floral; la almohada que revuelve tu cabello, almohada de plumas; sus manos en tus hombros, esas manos que tanto te gusta tomar entre las tuyas, que te acarician en las noches; frío en tus pies, el aire se cuela por la ventana y cosquillea en tus plantas; una gota de sudor que baja por tu frente, por tu ceja, por tu cuello… sientes el amor.

Ves. Sus ojos, ojos de basalto, ojos de fuego; su rostro, esa barba, esa nariz, esa boca que se junta con la tuya en las tardes; su cabello, negro, revuelto, como el tuyo; su cuerpo, brillante, perlado de sudor; tu cuerpo, perlado de sudor, brillante; las cortinas que bailan, bailan al ritmo del viento; la luz tenue de la luna, que ilumina y crea sombras en la habitación; tu sombra, la suya, proyectadas en la pared como una sola; la pasión, en su rostro, en su expresión… ves el amor.

Oyes. Las respiraciones de ambos, agitadas, entrecortadas; el rechinido de la cama, al compás de sus movimientos; el reloj, que cuenta los minutos, las horas que han estado juntos; el roce de tus piernas contra las suyas, contra la cama, contra las sábanas; tus gemidos, gemidos de placer, silenciosos, quedos, pero existentes; un susurro, tu nombre dicho con su voz; un auto que pasa afuera, pasan más, pasan autos y camiones, ignorando lo que pasa en ese cuarto; música, aquella que pusieron para ambientar, aquella que ya se repitió varias veces… oyes el amor.

Hueles. Su perfume, el que no te gusta pero insiste en usar; el sudor, el cansancio de ambos; el pasto recién cortado, allá abajo, en la calle; su aliento, huele a la cena, la que preparaste con tanto esmero; tus manos, huelen a limón, limón de la cena, la que disfrutaron hace unos instantes; tu shampoo, el de frutos rojos, el que deja tu cabello sedoso y brillante; el aroma del cuarto, huele a ustedes, aroma conocido e inolvidable; las rosas que están en la mesita de noche, rosas blancas, rosas rojas, una docena, lo que siempre te regala… hueles el amor.

Saboreas. Lo que queda de la pasta dental, de menta, o de hierbabuena, no lo recuerdas; su boca, su lengua, su saliva; una gota de su sudor, salado; una gota de sangre, por morder tan fuerte tu propio labio; restos de chocolate, del que compartieron sobre la cama… saboreas el amor.

Y al final, sientes un orgasmo, sientes calor en tu cuerpo. Ves sus párpados cerrarse con fuerza, ves su cabeza echarse para atrás. Escuchas su grito y escuchas el tuyo. Hueles el pasto, las flores, todo con una intensidad descomunal. Saboreas el momento, saboreas el instante mismo. Tus sentidos están sobrecargados, tu cabeza da vueltas, te desprendes del mundo terrenal y te elevas y fundes en el cosmos.

Sientes, ves, oyes, hueles y saboreas al mismo tiempo el amor… el placer… la vida…

Publicado originalmente en: "Desencuentros, cuentos para leerse al revés", 6 de Marzo de 2012.
http://cuentosalreves.blogspot.mx/2012/03/sientes.html

Carta de la muerte (I)

Saben, es difícil ser la muerte. Mi trabajo originalmente consistía en llevarme a aquellos seres que simplemente ya habían cumplido su cometido en la tierra y ya no tenían nada que aportar a la vida, pero actualmente trabajo de más. Ahora me llevo diario a cientos de personas, de las cuales, entre víctimas de asesinatos, guerras y enfermedades, hay una que otra que si estaba en mi lista.

Mucha gente me odia y eso me llena de pesar. Si por mi fuera, yo solo me llevaría a la gente que tiene cita conmigo y dejaría en al tierra a todos los inocentes que últimamente llenan mi barco, pero las reglas de la vida me exigen, aún contra mi voluntad, el llevármelas. ¿Se imaginan si dejara a un decapitado vivo? ¡No podría comer, ni hablar, ni pensar, ni nada, sería un bulto inútil! Y ahora todo el mundo me teme, como si me la pasara buscando a quien hacer infeliz o que familia destruir. Como si me pagaran por llenar cementerios. Ese no es mi propósito, es más, ¡Ni me pagan! Yo no tengo ningún beneficio por llevarme a la gente, esa es mi razón de ser y nada más, es mi naturaleza, como es del sol alumbrar y de la lluvia mojar.

Cuando me encontré con Saramago, le comenté que su novela me había gustado mucho y que me encantaría tomarme unas vacaciones, el solo se rió y me dijo que sería interesante ver la tierra poblada de gente muerta-viva. Pero como ya dije, no puedo tomarme unas vacaciones y dejar que la tierra se llene de personas, animales y plantas que más que ser útiles, nada más ocupan espacio.

Recuerdo cuando más de una persona me agradecía por llevarme a alguien que estaba muy enfermo o que sufría mucho. Esas personas en cuanto me veían sonreían y daban gracias por poder liberarse. Los ancianos me saludaban y ni pío decían cuando les decía que noventa años, o los que tuviesen, ya eran suficientes. Pero hoy por hoy, me usan como si fuese exterminadora de ratas, llevándome gente al por mayor, un gran porcentaje de estas asesinadas sin ninguna buena razón más que la que le quiso dar su asesino. Me duele mucho tener que ir por adultos, jóvenes y niños que tenían un gran futuro, y me duele más cuando me reclaman tanto ellos como sus familias. Ya se los dije! TENGO que hacerlo, no es que yo quiera truncar sus sueños. No saben cuanto me costó ir a aquella guardería a recoger niños, o cuanto me duele ir a cada rato a las ciudades fronterizas por mujeres e ir al desierto a recoger víctimas de guerras.

Algo que me extraña es que aún en algunos lugares me hagan festejos si soy tan odiada. Bueno, más bien festejan a los que me llevé, porque a mi en específico nadie me celebra. Hay uno que otro loco que me invoca para llevarme a sus enemigos y hace imágenes a las que les pone flores y velas… la verdad así no funciona esto, por más conjuros raros y sustancias de dudosos ingredientes que se hagan, si no hay una razón de peso para llevarme a alguien, no lo haré. Y también, por más que intenten que alguien se quede, si le toca, le toca. Mil disculpas por haberme llevado a la abuelita o al tío, pero dejarlo vivir más de 100 años o con los dolores del cáncer se me hace un poco cruel.

Y les voy a decir un secreto, no existe un “cielo-infierno”, todos los que se mueren vienen a parar acá donde yo estoy, yo no juzgo a nadie por lo que haya o no hecho en vida, la verdad me vale un comino, además, es curioso ver como una vez muertos, las personas deciden hablar en vez de darse cañón. Deberían ver como Hitler y Churchill se la pasan muy bien juntos después de haber aclarado sus diferencias y haber dejado claras sus posturas. Como aquí no pueden matarse, lo único que le queda a la gente es darse cuenta de que cada quien piensa diferente y tuvo sus razones para hacer lo que hizo. Incluso Osama ya se disculpó con cada una de las víctimas de sus ataques y la mayoría las aceptó gustosas al darse cuenta de que pues en el ambiente donde el creció, lo que hizo era “heroico”, tan heroico como que los compatriotas de las víctimas fueran a hacer guerra por las tierras de Osama. Ningún muerto es rencoroso. También tenemos por estos rumbos un método muy bueno para que la gente esté feliz, la gente que se quiera quedar, que se quede, la que no, la mando a la tierra en forma de bebé. Y bueno, con tantos inconformes, la cigüeña también anda que no se la acaba. No por nada hay vivos unos 7 mil millones.

Pero también hay muchos muertos ya que de por sí este lugar es increíble. No se imaginan como Paltón, Kant y Sartre se echan unas discusiones bien intensas, irónicamente, sobre la vida. ¡O las competencias musicales entre Mozart y Kurt Cobain! En este lugar siempre andamos de fiesta, y ahora con la llegada de Jobs, pues veré como modernizar un poco este sitio y hacer un poco más fácil mi trabajo, porque con tanta gente que traigo a diario estoy agotada, ¡A veces pienso que este trabajo va a terminar matándome!

Pero bueno, debo regresar al trabajo. Yo siempre estoy ocupada no como Santa Claus que trabaja un día al año, el cual por cierto tengo entre mis filas desde el siglo cuarto cuando murió en Anatolia. Y me despido no sin antes pedirles de favor que dejen de matarse o tendré que traer a Adam Goldstein, dueño de la Royal Caribbean International, para que me ayude a hacer un barco más grande y que no se hunda como el último que me hicieron los de la White Star…

En fin, les pido eso y que dejen de odiarme por hacer mi trabajo, al final, ahora ustedes son los que deciden a quien me llevo en estos días.

Atte: La Muerte.

Publicado originalmente en: "Desencuentros, cuentos para leerse al revés", 2 de noviembre de 2011.
http://cuentosalreves.blogspot.mx/2011/11/carta-de-la-muerte.html

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