He estado aquí desde antes que hubiera alguien o algo con memoria para recordarme.
Soy la materialización del tiempo
que pasa y la paciencia, por eso hay relojes que me contienen.
Soy el pasado que
puedes tomar, pero se escurre entre tus dedos.
La prueba de que lo mínimo da
paso a cosas gigantescas, como una tormenta torrencial hecha de millones de
minúsculas gotas.
Me formé entre el murmullo de las olas rompientes que, una a
una, fueron trayendo mis componentes.
Estoy hecha de piedra molida por el
viento y el agua, de conchas y esqueletos antiguos.
Me convierto en fuego bajo
los rayos de sol, me solidifico al humedecerme.
Siempre moviéndome de aquí para
allá, me cuelo en cualquier intersticio que encuentre.
Un día decidí imitar al océano y comencé a
agolparme en una esquina remota de una playa.
Miles de años me tomó juntarme en
tal cantidad, pero valió la espera.
Formé olas con crestas estáticas, siempre amenazando
con desplomarse.
El viento decoró mi superficie con pequeñas ondas que bailan y
se retuercen a cada segundo.
Permanecí sola durante siglos, visitada por la
lluvia y aves ocasionales hasta que llegó la gente.
La gente viene y va y, así como estuve antes que ella, estaré después de ella.
Vienen y escalan los
montículos, los recorren en cuatrimoto y hasta se deslizan en tablas.
Nadie
puede andar sobre mí sin hundirse y aunque me dejan sus marcas, en breve
desaparecen sin dejar rastro alguno.
Soy la eternidad y la inmensidad que se
renueva a cada instante.
Verdaderamente soy el mar, el mar a la orilla del mar.