13/2/14

Extraño el bosque

¿Qué sucedió? Todo fue tan rápido que los recuerdos son borrosos. Aún puedo ver aquellas verdes tierras donde vivía rodeado de otros, no siempre como yo, pero iguales al final; sin importar si eran más grandes o pequeños, más fuertes o veloces. Sin importar si volaba o caminaba, era igual a mí y a todos. De pronto el incendio, el humo, el terror. Finalmente cada quién tomó caminos separados, no había nada más que hacer más que arreglárnoslas por nuestra cuenta. Así, un día, me di cuenta de donde estaba. No supe como llegué a allí, supongo que el impacto aletargó todos mis sentidos. Me encontré dentro de un contenedor rodeado de basura, apestosa y desagradable. Alcé un poco la cabeza sobre el borde, era de noche y nadie rondaba por ahí. Salí a despejarme. Entonces, una piedra cayó cercana a mí, luego otra, risas y más piedras. “¡Casi le das!” “¡Pásame otra antes de que escape!”. ¿Qué hice yo para ganarme su odio? Tan sólo estaba en el basurero, sin hacerle daño a nadie, sin meterme con nadie, y aún así, tan pronto me vieron, las pedradas llovieron sobre mí.

Aprendí a alejarme de los humanos. Que eran peligrosos y temibles. Me ocultaba entre las sombras, evitando que alguien me viera, sin éxito en algunas ocasiones, lo que llevaba a más pedradas, gritos o aspavientos. Que tristeza la mía, alejado del bosque y sumergido en un mundo donde por no hacer nada más que ser te intentan hacer pedazos. Durante un tiempo así fue mi nueva vida en las sombras. Llegué a conocer a más seres perdidos como yo, lobos, conejos, mariposas y gatos vagabundos que también buscaban encontrar su lugar.

Poco a poco me fui acostumbrando a los humanos y me empezaron a parecer más curiosos que aterradores. Primeramente pensé que me rechazaban por ser diferente pero luego me di cuenta que entre ellos, entre la misma especie, se rechazan y se apedrean como lo hacían conmigo. Que raros son los humanos. Decidí investigarlos, observarlos, intentar entenderlos.

Aprendí a camuflarme entre ellos. A hablar su idioma e imitar sus gestos. Parecía que con sólo eso bastaba para que mis orejas y mi cola anillada pasar desapercibidas. Era uno más de ellos, o eso parecía. Mi estancia entre ellos me hizo darme cuenta de algo, ellos siempre quieren probar que son más que los demás, más rápidos, más guapos, más fuertes, más “machos”. Siempre buscan competir, demostrarle a alguien que son los mejores en algo. Quieren la mejor casa, la mejor pareja, el mejor coche y lo peor es que no lo hacen conscientemente. Que raros los humanos compitiendo sin saber que lo hacen. Supongo que por eso las piedras que me lanzaban sin motivo aparente, para demostrarse más fuertes que yo. Su vida es eso, una competencia interminable y sin sentido para probar algo a alguien.

Desde pequeños, intentando sacar números más altos que sus compañeros, hasta cuando son adultos, buscando que les paguen más que a sus colegas. De donde yo vengo, lo importante era tener comida, tener un refugio contra la lluvia, no tener el mejor refugio ni las bayas más ricas, sólo tener bayas y refugio. También se odian por el color de su piel, por que son hembras o machos, por que son pequeños o grandes, por viejos o jóvenes, por que creen una cosa y no otra, por que les gusta una cosa u otra; siempre intentando probarle al otro que por ser distinto es inferior, es débil y que debería dejar de ser como es… Un vaivén interminable e ilógico de intentar ser más que los demás

Que raros los humanos en verdad. Yo los veo iguales a todos. Son como los perros, algunos chiquitos, otros peludos, pero perros todos. Y sin embargo ellos siempre buscando someter al otro por razones tontas o mejor dicho, por sinrazones. Observé humanos que dicen sentirse perdidos, que no se hayan entre los suyos, pero vamos, después de unos años entran de nuevo en la corriente. Todo intento de ser diferente, de ser único, es aplastado poco a poco por las rocas, hasta que no queda nada y si lo hace, se mantiene oculto, para dejarlo salir en las noches, cuando nadie ve.

Y me cansa… me cansa siempre tener que ocultar mis orejas y mi cola anillada, pero es que o lo hago o regreso al basurero a cuidarme de las piedras. Al final es más fácil camuflarse, adaptarse e intentar pasar lo más inadvertido posible, aparentando, fingiendo…

Cómo extraño el bosque…

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