Mientras leía un cuento de Honoré de Balzac que hablaba sobre un
reino pobre que era frecuentemente visitado por las hadas (Sí, Balzac tiene al
menos un cuento sobre hadas y reinos lejanos), me puse a pensar en lo poco que
he escrito últimamente. Y no es falta de inspiración, porque creo que ahora,
más que nunca, me siento inspirado a escribir, sino que ahora es diferente,
para mí, el hecho mismo de escribir.
Y es que ahora, escribir se ha vuelto una actividad académica. Escribo ponencias, guiones de
exposición, textos analíticos, críticas… Así como me negué a estudiar música
por miedo a perder la libertad de la misma, pareciera que nunca consideré que
pasaría lo mismo con la escritura. Maldito academicismo.
Pienso en aquellos pequeños escritos filosóficos, porque eso son,
que tiempo atrás publicaba con frecuencia. Los leo y pienso “Oh, pero esto lo
menciona Sartre. Esto otro, dicen que lo dice Nietzsche. Y esto último,
seguramente lo dijo o al menos lo pensó Ricoeur o Derridà”. Y ese es
precisamente el problema. Ahora cualquier cosa que intento escribir está
mediada por el sin fin de autores, filósofos y teóricos, que ahora forman parte
de mi bagaje de “intelectual”.
Tiempo atrás, intentando tener un debate sobre cuestiones
antropológicas, le recriminaba a un compañero que yo estaba interesado en su opinión, no en la de Gramsci o la de
Bourdieu mientras que él me decía “Es que lo que yo creo ya lo dijeron ellos”.
Y vaya que es cierto. No sé si es que todos los caminos llevan a Roma o es que,
por leer los diarios de otros viajeros, pareciera que el viaje ahora es mío,
pero resulta que ahora mis opiniones filosóficas o teóricas “ya las dijeron
otros”.
Ahora, el acto de reflexionar sobre un tema, como podría ser la
importancia del pensamiento mágico-religioso o las implicaciones éticas de
desarrollar la inteligencia artificial, si bien dan para grandes y ricos
debates y discusiones tirados en el pasto o bebiendo unas cervezas en la sala
de un departamento, a la hora de querer escribir al respecto…
Maldito academicismo, supongo. Como me cuesta regresar a esos
bellos textos donde llegaba a conclusiones interesantes sobre cualquier cosa
ahora, simples, banales, pero con contenido. Ahora tengo manos de ponente, de
profesor, de tesista, de investigador. Todo tiene que estar perfectamente
argumentado y fundamentado, todo escrito con un lenguaje fino y perfectamente
redactado. Maldito academicismo, en serio.
Y es que, dirían los futuristas italianos:
Como queremos contribuir a la necesaria renovación de todas las
expresiones de arte, declaramos la guerra, resueltamente, a todos los artistas
y a todas las instituciones que, aun camuflándose so capa de una falsa
modernidad, siguen atascados en la tradición, en el academicismo y, sobre todo,
en una repugnante pereza cerebral.
Por lo que nos invitan a:
Destruir el culto del pasado, la obsesión de lo antiguo, la
pedantería y el formalismo académico.
Porque, ¿Cómo queremos avanzar si todo está inmerso en las reglas
viejas de las academias artísticas, científicas y filosóficas? ¿Cómo llegar a
lugares inexplorados si seguimos viejos senderos? Nos hemos dedicado a instruir en los clásicos sin enseñar a superar a los clásicos. ¿Dónde quedó la novedad, la violenta rebeldía? ¿Acaso nuestro futuro científico-artístico consiste únicamente en extraños performances exhibidos en casas abandonadas? ¡Debería ir alguien a lanzarle un globo de pintura a la Mona Lisa!
También me pasa con los escritos literarios. En mi escribir noto
trazas de autores cuyos libros he disfrutado. Y, si bien me inquieta menos ya
que los tomo como ejemplo de lo que es ser un escritor, también encuentro algo chocante el “querer ser como
ellos”, aunque sea inconscientemente -o eso quiero creer-, porque ¿Quién no
quiere ser como los grandes siendo que los grandes son grandes por algo? Sería
hipócrita, al menos de mi parte, negar ese deseo más o menos velado de unirme a
las filas de los reconocidos.
Ni siquiera pude cumplir con mi propósito del año, que era
arreglar, agrandar y reeditar muchos cuentos en un solo gran libro, porque de
pronto, se volvió algo muy importante, algo que necesitaba mucho cuidado y, con
tan poco tiempo, ¿Cómo iba a darle la atención que se merece? ¿Cómo llegar a
ser como los grandes sin el esfuerzo necesario? Maldito academicismo, vaya que
sí.
Lo único que pareciera que aún me salen “de manera auténtica” son
los poemas, pero seguro alguien ya escribía de ese modo, porque recordemos la
frase del Rey Salomón: Nihil novum sub
sole. O como el famoso ejercicio
(¿dadaísta o surrealista?) dónde se invitaba a los presentes a dibujar una rosa
original, que no se pareciera a ninguna otra rosa antes dibujada.
Es entonces que llega el fabuloso manifiesto de Jim Jaramush que
nos dice:
Nada es original. Roba de cualquier lado que resuene con
inspiración o que impulse tu imaginación. Devora películas viejas, películas
nuevas, música, libros, pinturas, fotografías, poemas, sueños, conversaciones
aleatorias, arquitectura, puentes, señales de tránsito, árboles, nubes, masas
de agua, luces y sombras. Selecciona sólo cosas para robar que hablen
directamente a tu alma. Si haces esto, tu trabajo (y robo) será auténtico. La
autenticidad es incalculable; la originalidad es inexistente. Y no te molestes
en ocultar tu robo, celébralo si tienes ganas. En cualquier caso, siempre
recuerda lo dicho por Jean-Luc Godard: “No es de donde sacas las cosas, es en
donde las pones”
Pero ¡MALDITO ACADEMICISMO! ¿Al final no es todo parte de lo
mismo? ¿Cómo salir de la paradójica situación donde buscar no ser parte de
ninguna corriente o “academia” resulta que, ahora, es parte de una corriente o
academia? ¿Cómo innovar si todo está dicho, incluso aquello que aún no está dicho?
Y entonces resulta irónico y trágico, en cierto sentido, el citar
a otros. Pero es que lo que opino y creo, ya fue dicho por otros, y al final,
todas son jaulas, una dentro de otra.
Malito academicísimo, ciertamente. Bien dicen que el que ignora es
más feliz, porque, sabiendo todo lo que uno sabe, se da cuenta de las escuelas
y corrientes; las cosas suenan a “Marx” o a “Surrealismo”; uno ya no es libre,
mientras se mantenga enredado entre los mismos hilos de autores, citas, cuadros
y opiniones sobre lo que es o no debería o debería y no es el arte y el
conocimiento.
Ignoremos pues. Vaguemos sin sentido en la oscuridad, bajemos el
arte y el conocimiento del pedestal, pero no como dicen los posmodernos, porque
entonces seríamos posmodernos, volvamos al lodo y a la nada y, transformemos
relatos personales en pseudo-manifiestos, inspirados (y tomándole la palabra a
Jaramush), en pláticas de sofá sobre el arte popular y el efecto retardado y añejo de una muy buena película de Cate Blanchett, al
menos si eres esnob, academicista e intelectual, porque los que ignoran, los
felices, no necesitan de una mujer desdoblada en 12 personajes para que se den
cuenta de nada. Ya lo saben, aunque lo ignoren.
Y al final, que importa si algo de lo que digo suena a que otro lo
dijo, al menos en este espacio, mi
espacio, no tengo que citar en APA.
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