Tu cuerpo ya no era una morada digna de tu espíritu indomable. Incansable viajera, con la confianza de que Dios te acompañaba le hiciste frente a la vida y a la adversidad sin dar un paso al lado.
Gracias por el suéter, por mi primera cobija, por los abrazos y las tortillas con salsa. Por cargarme frente a la ventana y cuidar de mí y de mi hermano cuando mi madre no estaba.
Me hubiera gustado conocerte más, pero las circunstancias no fueron propicias. Pero lo que llegué a saber de ti y de tu vida lo atesoraré en mis recuerdos, junto con tu risa, tus bromas, tu delantal, tu cabello blanco, tus uñas, tus ojos brillosos, tu amor a los gatos y el sonido de la cuchara mientras disolvías el azúcar en tu café.
Gracias por recibirme en tu casa más de una ocasión. Por tratarme sin condescendencia y con respeto. Por hacerme comer verduras. Hiciste y deshiciste, defendiste tu independencia hasta que tu dimensión material se rindió.
Te recordaré así, feliz de lavar los trastes y de ir a la tienda. Llevándome a un baldío a cortar epazote, sentada leyendo o tejiendo una carpeta.
Descansa de la travesía en este plano de la existencia y que tengas un buen camino de regreso a casa.
Hasta que nos volvamos encontrar en la lluvia, en la tierra, en el viento.
Hasta entonces. Descansa.
Antonia Bustamante Ramírez
1931-2024
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