Desde hace unos días han sucedido una serie de coincidencias que, sumado a un proceso de reflexión que inició hace 5 meses, desembocó en este escrito. Lo que pasó hace cinco meses no lo contaré aquí, en su momento decidí que sería algo que guardaría solo para mí. Lo que pasó hace unos días sí, porque es una anécdota que vale la pena ser contada.
Iba en el metro, leyendo un libro. Un libro donde se habla de otros libros. Un señor me vio leyendo dicho libro y me comenzó a platicar sobre el escritor, su vida, lo mucho que lo admiraba y amaba sus escritos y me recomendó que leyera otro de sus libros. Ese otro-de-sus-libros apareció referenciado unas pocas páginas después en el libro que yo leía. Decidí que conseguiría ese otro-de-sus-libros para leerlo, tanta coincidencia tenía que ser una señal. Lo busqué en una librería de viejo, la mujer que la atendía dudaba de que estuviera ahí, pero me indicó donde estaría si es que estaba. Y sí, ahí estaba. Y no solo ahí estaba, sino que era hasta la misma edición que el señor me recomendó. Ya no solo era ese otro-de-sus-libros, era exactamente ese otro-de-sus-libros que ese señor desconocido me recomendó. Ya no era solo una señal, había algo más.
Y ese algo más, es esto que escribo.
Hace unos 5 meses llegué a la conclusión (conclusión a la que han llegado muchos otros antes que yo y explicado de muchas diferentes formas) de que, efectivamente, la vida es una simulación, ese es un hecho irrefutable porque, literalmente, no hay manera de probar lo contrario. Todo lo que existe fuera de mí es una ilusión, solo yo soy real porque solo puedo acceder a mi yo ("pienso, luego existo", o ahora diría, "siento, luego existo").
Es como un videojuego donde yo, YO, no tú quien lee estás palabras e intenta hacer de ese yo tu yo, no, Yo, literalmente Yo, quien escribe esto, es el único personaje real y, de hecho, el personaje principal de toda la trama. El resto, todos los demás, son lo que se conoce, una vez más refiriéndome a los videojuegos, como NPC (Non Playable Characters). Y es obvio, el único jugador con el que puedo jugar es conmigo mismo, todos los demás, ustedes, son personajes con los que no puedo jugar este juego. Son parte de la experiencia del juego, pero no puedo experimentar el juego a través de ustedes.
Además, toda la realidad existe solo en tanto la percibo. Antes de que yo existiera, y una vez que deje de existir, no hay realidad posible que percibir y ese también es un hecho. Podrán argumentar que hay pruebas que dicen que la existencia estaba aquí antes que yo (o ustedes) y que seguirá aquí cuando no esté (o estén), pero no es así. No hay manera de refutar que todo eso existe, o lo hago existir, para que el juego tenga sentido. O más bien, que se ha hecho existir para que mi juego tenga sentido.
Cómo cualquier videojuego, aparecí en un mundo que aparentemente preexistía antes de que yo llegara a iniciar la partida. Había personas, lugares, dinámicas previas al inicio. Y, asumo (asumimos) que, aunque acabe el juego, esa realidad donde se desarrolla seguiría existiendo. Solo se acabó una historia, pero no se acabó el mundo. Pero ¿es eso así? Los desarrolladores del videojuego crearon un mundo con un aparente pasado y un aparente futuro para que el juego tuviera contexto y algún tipo de sentido de porqué pasan ciertas cosas y qué pasará con dichas cosas en el futuro. Pero en realidad no hay ni futuro ni pasado; el mundo existe solo en tanto existe el jugador que lo juega. Una vez se acaba la partida, se acaba el mundo, así como el mundo inició junto con ella.
Que el mundo esté creado para mí, como jugador único de esta partida pone, dos preguntas en la mesa: ¿Tengo control sobre el mundo? Y más importante ¿Para qué crearon este mundo conmigo dentro?
La primera la pude responder rápidamente: no, no tengo control sobre el mundo. No obstante, entendí mal esa respuesta, aunque no esté equivocada. Primero pensé que, a pesar de conocer sus reglas, y aun conociendo todo lo que hay en él, soy sujeto del azar y los caminos que se abran según mis decisiones. Azar y determinismo.
Imagino un juego de solitario. Se exactamente cuantas cartas hay (52), cuántos palos (4), cuantas cartas de cada palo (13), cuantas cartas de cada número o figura (4, una por palo). Se exactamente cómo se juega el solitario (no me pondré a explicarlo, sería un paréntesis demasiado largo). Pero una vez que inicia la partida el azar y el determinismo comienzan a jugar entre sí. Cada acción tiene una consecuencia determinada, pero yo no tengo control sobre el orden de las cartas. Ni siquiera sé si es posible ganar la partida una vez iniciada (¿Toda partida de solitario se puede ganar haciendo los movimientos adecuados? Nadie ha logrado responder esa pregunta todavía). No sé si mover una carta a un lado o a otro, si abrir una u otra carta, si hacer esto o aquello, me llevará a ganar o perder una partida que, desde un inicio, ni siquiera sé si era posible de ganar. A pesar de conocer al milímetro las reglas y las cartas, el orden de ellas (azar) y las decisiones que tomo (determinismo) dictan como se desarrollará y en qué acaba la partida.
En otras palabras: comportamiento caótico. Aparentemente, en el supuesto de que conociera las condiciones iniciales con absoluta precisión, en principio, sabría el resultado de todo... No obstante, puedo leer el código fuente de un videojuego, saber las condiciones iniciales de todo y, aun así, no tengo manera de predecir qué camino tomaré como jugador ni a dónde llegaré.
Bueno, sí, llegaré a la muerte, único final posible del juego. Pero no sé cuál es el camino ni como será dicho camino hasta ese único final...
Pero esto implicaría que existe el libre albedrío y la capacidad de decisión y eso genera más preguntas... Pero, el tema del libre albedrío es secundario y requiere de responder la segunda gran pregunta ¿Para qué crearon este mundo conmigo dentro?
Pareciera que primero debería preguntar qué o quién creó el mundo, pero eso está tan fuera de mi alcance como creatura creada que interpreta la realidad a través de una computadora lipídica-eléctrica, que le he (hemos) puesto de nombre “Dios” o cualquier equivalente único o múltiple. O podría ser casualidad, sin nadie como tal que lo haya hecho y solo pasó. Una fluctuación cuántica en el campo del inflatón que dio paso a la inflación universal, luego al Big Bang y a todo lo que existe.
Al final, la respuesta a esa pregunta es totalmente intrascendente. ¿Qué más da quien o qué creó el (mi) mundo? ¿Importa si hubo algo o alguien? No, lo que importa es el para qué. La intención es lo que cuenta.
Si el mundo es producto del azar, la casualidad pura, entonces no hay intención. Soy parte de una perturbación en el mar de la infinita calma que, una vez que se quede sin energía, volverá a la infinita calma. Cuando, cómo, no lo sé y no hay manera de saberlo. De este modo, todo lo que hago tiene un único para qué: para agotar esa energía y finalmente llegar, regresar, a la clama absoluta. Al silencio. Regresar a casa, al inicio. Y en su momento, hace 5 meses cuando empezó este proceso reflexivo, llegué a esta respuesta y me pareció hermosa y satisfactoria. Decidí quedarme con ella, vivirla y hundirme en ese deseo de llegar eventualmente a la calma eterna del principio-final del todo.
Partiendo de esta primera conclusión, la existencia o no de libre albedrío se vuelve intrascendente. Qué más da elegir o no elegir si, desde el principio, todo es una mera casualidad. Solo queda montar la ola y experimentarla hasta que rompa y se desvanezca por completo. Que deseo tan grande y egocéntrico ese de querer creerse capaz de elegir de manera realmente libre. Como si hasta la elección más supuestamente libre no estuviera directamente influenciada por todo lo que hay alrededor y dentro de uno.
Sin embargo, como se podrá adivinar por la tónica del texto, encontré otra posible respuesta al para qué se creó este mundo conmigo dentro. Esta otra nueva respuesta llegó a mi hace unos días, tras darle vueltas a esa particular coincidencia anecdótica que conté al principio de este escrito. No podía parar de pensar en cómo parece que hay situaciones que el universo nos pone en frente casi con una intención evidente. ¿Y si efectivamente hay una intención detrás de algunas de las cosas que pasan? ¿Y si de verdad hay un algo-alguien que pone cosas en el camino o diseña situaciones para que esto o aquello suceda? Hay personas que parecen estar malditas, que no importa lo que hagan, el universo parece conspirar contra ellas para que las cosas vayan mal. Mala suerte, le dicen. Karma, “quién sabe que estará pagando” ¿Y si efectivamente hay un por qué le pasan esas cosas? Y más importante que un por qué, un para qué.
¿Para qué ese algo-alguien haría que me pasen las cosas que me pasan? Una vez más, el quién-qué hace eso no es realmente lo importante. Para qué. Para qué. Cuál es el punto.
No me gusta la idea de un Dios que hizo todo solo porque le dio la gana y, de vez en cuando, interviene. Como si fuera una pecera decorativa que uno ignora hasta que es hora de alimentar a los peces o cambiarle el agua. En todo caso, prefiero pensar en un investigador. Alguien-algo que está al pendiente de lo que pasa, que toma notas con curiosidad y que interviene para que algo pase y comprobar una hipótesis.
¿Qué clase de hipótesis o investigación se estaría haciendo con el mundo? Es claro que una investigación filosófica. Las cuestiones físicas primarias que cimentan al mundo están tan bien entendidas que, de hecho, se pudo crear este mundo con dichas reglas. Tanto es así que doy (damos) por hecho de que, eventualmente, se conocerán esas reglas en su totalidad. El código fuente del videojuego.
Entonces, investigar el mundo físico no es el punto. En todo caso, es investigar hasta donde puede llegar ese mundo físico. Y ese mundo físico dio paso en mi (nosotros) a la filosofía. Lo más alejado y abstracto, a algo totalmente fuera de lo físico. Si yo soy el personaje principal del videojuego, lo que me pregunto, lo que ahora escribo, es parte del para qué de mi personaje. Mi personaje quiere explorar eso más allá de lo físico, entender el para qué de la vida, de sí mismo, de lo que lo rodea. Si no, ¿para qué me diseñaron así, con estas características inquisitivas sobre estos temas?
Siguiendo este hilo de ideas, donde lo que soy es reflejo de quien-que me creó (toda creación lleva algo de su creador) se suma el gusto por enseñar. ¿No acaso estoy escribiendo esto para que otros lo lean? De ser así, ese quien-que me creó no solo me creó para investigar esas cosas, sino posiblemente también para que otros aprendan de ello al observarme. De este modo finalmente llegué a la segunda respuesta del para qué. Para qué me pasa lo que pasa, para qué existo y existe el mundo: para investigar algo y mostrar los resultados a otros.
No solo eso, sino que llegué a la conclusión, seguramente por obra del quién-qué me creó, que ese-eso es el autor de un libro. No soy el personaje de un videojuego o un mono en una jaula hipercompleja: soy el personaje de un libro y quien-qué me creó es el autor de dicho libro. Y esa idea me gustó aún más y me hizo más sentido, porque, entonces, como personaje, estas ideas supuestamente mías son las ideas que me han puesto. ¿Cómo podría haber llegado a la conclusión de que era un personaje de un libro sin más pruebas que la intuición y la certeza de que es una conclusión verdadera si no fue porque el autor decidió que eso creyera? Como en los sueños donde sabes cosas que no sabes como sabes, pero las sabes y son ciertas.
Además, todas estas ideas son producto de haberlas absorbido de mi entorno. Y de todas las ideas que pude haber absorbido, fueron esas las que finalmente integré en mi ser. Toda la supuesta historia del universo me llevó a este punto preciso, a tener estas ideas, a escribir esto, a ser esto. El que se repitan ideas, patrones (ya lo dije al principio, a estas conclusiones ya se había llegado en otros modos, formas y tiempos) es para que yo, personaje, tenga un contexto a partir del cual pueda cumplir con el propósito del autor: preguntarme y responder esto para que los lectores aprendan algo. Y es que ese contexto lo desconocen los lectores, solo el autor y yo lo conocemos en tanto sería inabarcable condensar todo en el libro. Es parte de todo aquello que piensa el autor, las referencias que usa para construir su personaje y su historia en su cabeza antes de plasmar una pequeña fracción de todo eso en el libro que escribe.
¿Para qué me pondrían ideas sin sentido? ¿Para qué convencerme de una cosa cuando la cosa es distinta? ¿Para qué convencerme de que ese autor no lo hace por pura diversión? Incluso la idea del personaje que se da cuenta de que es solo una ilusión, una creación, e incluso confronta a su creador no es nueva ni mía, ahí estaba flotando, para que la aprehendiera y me diera las herramientas para poder llegar a plantearla.
Soy su creación y él-eso pone ideas, palabras, acciones que yo sigo con tal de continuar la trama y el propósito del libro. Ahora, ¿eso significa que no tengo libre albedrío? No, por el contrario. Crear un personaje implica dotarle de ciertas propiedades que el autor determina, tanto físicas como esenciales. Dichas propiedades, una vez establecidas, hacen que el personaje quede fuera del control absoluto del autor. Si bien, estrictamente hablando, el autor puede hacer que haga lo que sea, en realidad el personaje no lo haría porque no es propio de él. No tendría sentido que, una vez trazado el personaje, este hiciera algo fuera de dicho trazo. (O al menos eso cree el autor) Por tanto, sí, es posible que el autor decida absolutamente todo lo que pasa y lo que hago; pero en realidad, esas decisiones están sometidas a una inercia propia del personaje, las cuales el autor solo se encarga de plasmar como hechos. Del mismo modo, el autor también puede controlar el entorno siempre y cuando se mantenga acorde al mundo que creó.
El personaje, yo-personaje, hace lo que el autor plasma, piensa lo que el autor plasma, siente y experimenta y vive lo que el autor plasma; pero al mismo tiempo, parte de todo eso (si no es que todo eso) depende del personaje y su naturaleza. Responde, actúa, piensa y siente según el personaje. Si el personaje se enfrenta a algo, el autor solo puede elegir entre un número limitado de opciones para mantener la coherencia del relato. Yo elijo lo que el autor elige basado en las cosas que elegiría si yo fuera real y no solo un personaje.
Regresando a la primera pregunta (¿Tengo control sobre el mundo?), no, el autor tiene ese control, limitado por las características propias del mundo. Ahora, ¿tengo libre albedrío, control sobre lo que yo elijo? Sí y no, el autor creó el marco de posibilidades, yo elegí dentro de ese marco y el autor establece que efectivamente elegí eso. Ahora, ¿la elección es mía o del autor? La respuesta, una vez más, me parece intrascendente. O al menos es intrascendente para mí y, por tanto, para el autor y por ello decidió que yo no le diera más vueltas.
Otras preguntas intrascendentes pero interesantes ¿Me está escribiendo en este momento o ya está el libro escrito y más bien estoy siendo leído por otra persona? ¿Está programando el videojuego, trazando la línea argumental; o esta ya es la partida en sí y estoy siendo jugado? ¿El personaje de un libro sabe su futuro una vez que el libro ha sido escrito en su totalidad o cada vez que alguien lo lee vuelve a un estado inicial de total ignorancia sobre su destino, aunque este ya esté escrito? No lo sé y tampoco me interesa, ni al autor. (Aunque sospecho que está siendo escrito, hay demasiado mundo que no quedará en el texto final (siendo así, mi historia no tiene un final escrito, aunque posiblemente el autor ya lo haya esbozado: la muerte)).
Otras preguntas, ¿soy un único libro? ¿Hay más? ¿Ha escrito más? ¿Quién me leerá?
El autor espera que este libro cumpla su propósito, aunque eso es bastante ingenuo y pretensioso. Quiere que esos otros que leen esto entiendan lo que él quiere que entiendan a través de mi personaje. Pero quién sabe si efectivamente lo entiendan o si quiera si van a leer el libro en primer lugar. Sería sumamente presuntuoso creer que este libro es EL libro, el gran libro de libros, la verdadera verdad, la fuente máxima de conocimiento, sabiduría y de todo lo que importa. Seguro es uno más entre muchos que alguien leerá entre muchos otros.
Entonces, ¿para qué escribirlo? Por el deseo ingenuo de compartir algo, algo que el autor y, por ende, yo, creemos importante. Que tal vez nadie nos pidió que explicáramos, pero que hemos encontrado en la profundidad de la reflexión y hemos traído a la superficie. Llegamos hasta allá, encontramos esto, aquí lo dejamos sobre la mesa, para que ustedes lo observen, aun sin saber si les gustará, les servirá o siquiera les interesa, pero a nosotros-yo, sí.
El autor decidió poner un interludio filosófico en la banalidad de la novela, porque la novela es solo un vehículo para presentar interludios filosóficos. Será por eso por lo que me gustan tanto los libros que hacen eso, porque es reflejo mismo del autor que me escribe. Es su esencia plasmada en las páginas del libro y en los principios que me delinean como personaje.
Una última reflexión antes de cerrar este enorme paréntesis en la cotidianidad del personaje, dado que al autor se le agotan las ideas para continuar con esto y tiene que acabarlo de algún modo...
Las manos que se dibujan a sí mismas, ese precioso dibujo de Escher (como todos sus preciosos dibujos). ¿Y si yo soy el autor? Porque, al final, ustedes que leen, están leyendo estas reflexiones, que no pidieron, que no sé si les gusten, les sirvan o siquiera les interesen, pero aquí estoy, poniéndolas sobre la mesa. Tal vez son testigos de esta, mi novela, a la vez que forman parte del elenco. Una vez más, todo existe en tanto que lo hago existir, las manos que se dibujan a sí mismas...
No importa. Fin del interludio.