El calor y aroma del vapor se cuela por tu
nariz, huele a frutas, a jamaica… huele a un día frío. Tus manos se entibian al
rodear la taza, tus labios se desentumen al sorber el té, y tu cuerpo se
reconforta al deslizarlo por tu garganta.
Llueve afuera, hace frío adentro. No te salvas.
Pero aún así prefieres el frío. Con este clima, aunque un tanto irónico,
disfrutas más del calor. Calor de las sábanas, o de aquel sweater que guardas
para estas ocasiones.
Que bien se siente el calor cuando hace frío.
Que bien sabe el té o el café cuando hace frío. Que cómoda esta tu cama cuando
hace frío. Que bueno es estar en casa cuando hace frío. Que bien se siente un
abrazo cuando hace frío.
Disfrutas tanto del calor del frío, que incluso
abres la ventana, para que el gélido viento inunde la recámara, y así, tener
una excusa para ponerte más cobijas encima, o para ir por otra taza de té.
Decides permanecer acostado, el té es bueno, pero tu cama es mejor.
El sonido de la lluvia te arrulla en tu cálido
lecho, las sábanas te abrazan, y la almohada te invita a cerrar los ojos. Tú,
aún cuando has dormido muy bien, caes en los brazos de Morfeo, y te deslizas a
otro mundo, a otro tiempo. Duermes, arrullado por la lluvia y abrazado por las
sábanas.
Que bueno es el calor del frío.
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