Aquel que la haya visto y no la pueda volver a
ver seguro sufriría más que si no pudiese volver a ver el Sol. El Sol quema,
lastima y enceguece. La Luna es como una madre, te acaricia con sus rayos, te
acompaña en las noches oscuras, a veces te deja unos días ya que sabe que
puedes cuidar de ti mismo, pero siempre vuelve a ti.
La Luna es una amante, una mujerzuela que a
pasado por las manos, mentes y ojos de todos aquellos que tienen la fortuna de
poder hacerlo. Desde la más tierna infancia, si la oportunidad se presenta,
nadie se ha resistido a verla a la cara y desnudarla lascivamente.
La Luna es una amiga que guarda tus secretos,
lo que haces en las noches. En la oscuridad donde nadie te ve, donde solo ella
sabe y es testigo de tus actos. La Luna te ve, pero no juzga, no traiciona, no
reprocha ni se enoja. La Luna es una observadora silenciosa, bailando allá en
lo alto, viéndote y viendo a todos y a todo en sus más íntimos momentos,
cobijados en el manto estrellado de la noche.
La Luna es el astro más poderoso, que opaca
estrellas cuando aparece fulgurante en el firmamento. Desgarra la noche con su
brillo, desgarra el aire con el sonido de los lobos y coyotes, desgarra las
sombras. La Luna es una daga de plata que atraviesa el alma de quien la mira.
La Luna puede comerse al Sol, puede volverse de sangre, cambia, muere y se renueva.
La Luna es un ave fénix.
La Luna es inspiración de poetas y escritores,
de artistas y aficionados. De enamorados y gente solitaria. Puede acompañarte
en tus momentos de amor desbordante, o tenderte la mano cuando te encuentras
sumido en la desesperanza. La Luna es esa persona especial, el recuerdo de
aquella noche, la canción que suena bajo la ventana, y el poema que le dedicas
a la persona amada. La Luna se regala, se baja y se visita. La Luna nunca se
acaba, siempre hay Luna para obsequiar.
Pero que escribir sabiendo que la Luna brilla
mientras lo haces. Brilla incansable, brilla blanca y pura allá en el
firmamento. La miras entregándote su fulgor a ningún costo. Sería una mala
prostituta la Luna, regalando su cuerpo sin cobrar.
Cobrar por ver la Luna, vaya que sería un
negocio interesante. Mucha gente acudiría a los lunarios y pagaría por deslumbrar
sus retinas con el blanco del espejo celeste. Otros sin embargo, no gastarían
nada para verla. Hay gente que no disfruta de ver la Luna… ni de oler flores…
ni de escuchar música.
Que sería de aquellos que nunca pudiesen ver la
Luna. Los que nunca la vieron, no tendrían problema, no al conocen, no la
pueden extrañar ni añorar. Pero los que la vieron un día, antes de ser atrapada
y comercializada en latas, en bolsas, en instantes pagados… sufrimiento,
tristeza, desesperación.
Y se va la Luna, se guarda en su caja de marfil
negro. Allá en el horizonte. La Luna también necesita descansar. Todos y todas
ya la han utilizado esta noche.
Bella publicación, inspirado te encontrabas este día North Wind
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