¿Por qué? Porque leo y releo el escrito anterior y me digo a mi mismo “A ver como superas eso”. ¡Y cómo
superarlo! En ese momento las letras
eran mis aliadas, las palabras mis amigas y las ideas fluían como agua entre
mis dedos, entre mi alma y mi mente. Un río de emoción, de creatividad viajaba
a toda velocidad dentro de mi ser, serpenteando y tomando fuerza mientras
bajaba por mis brazos para terminar en una caudalosa cascada en la punta de mis
dedos, la cual talló y redondeó el papel, las letras, las palabras, las
metáforas.
¿Y ahora? Esos rápidos, esa cascada ruidosa.
Ahora no es más que un riachuelo que viaja lentamente, sin preocupación, sin
nada en que pensar. Arrastra un poco de arena, algunas hojas y de vez en cuando
un pequeño guijarro suelto. Pero no tiene la fuerza para tallar la roca del
papel vacío. Intento darle fuerza, intento ver las estrellas y escuchar la
melodía de la lluvia. Busco algo que le regrese la fuerza a aquel río que ahora
es tan solo un atisbo de lo que fue. Una sombra, un débil hilo de agua que a ni
un pez podría darle cabida.
Que fue de esa inspiración, de ese incendio que
consumió el espacio vacío y lo llenó de ideas y pensamientos. De imágenes y
luz. Ahora solo son cenizas, brasas que se avivan un poco con el viento, pero
que no logran producir ni la más insignificante lengua de fuego. Como reanudar
aquella explosión de calor y brillo que se manifestó en simples palabras, que
intentó expresar su intensidad en fonemas y sílabas, formando frases que solo
permitían conjeturar la verdadera naturaleza del fuego por lo limitado que es
el lenguaje. Las flores y el trino de las aves hacen crepitar por un momento la
madera y los carbones, pero el fuego no crece. Está ahogado entre las cenizas
de lo que fue.
Como llamar al cierzo que antes barría con todo
lo que se encontraba, desprendiendo tejados y arrancando paraguas. Ahora es una
suave brisa que apenas desacomoda el cabello de los despreocupados transeúntes de
mi imaginación. Ya no se oye el rumor de las hojas, ni el aullido tenebroso
saliendo de las chimeneas. Ya no hay remolinos que levanten las letras y las
ordenen en bellos relatos, en oraciones largas. Dónde está ese vendaval que
hacía girar los rehiletes a vertiginosas velocidades, haciendo que sus colores
se confundieran entre sí creando otros nuevos y maravillosos más allá de lo
imaginable. Ahora todo está rodeado por un gran muro que no permite al viento
arrasar con lo que toque, haciéndolo estrellarse con ideas vacías e inconexas.
Porqué la tierra ya no vibra, ya no ruge, ya no
se estremece destrozando los castillos y aterrando a los reyes de la lógica. Ya
no tira las paredes de lo existente dando pie a lo inexistente, a las mil posibilidades
del caos. Ahora la roca sólida descansa como un gigante durmiente, roncando en
la comodidad de lo común. El alma y la mente están quietas, estáticas, a la espera de un
terremoto que remueva sus cimentos, derrumbando sus cúpulas y ciclópeas torres
hasta que no quede nada, para así poder renovarse, reconstruirse y renacer.
Y veo las estrellas y escucho la melodía de la lluvia.
Y veo las flores y escucho el trinar de las aves. E intento tallar con mis
propias manos lo que parece imposible, la inmaculada superficie de la hoja en
blanco.
A esto le llamo inspiración; viento del norte has tallado de nuevo la hoja, dejando plasmado nuevamente el sello de tu existencia.
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