No puedo evitar detener todo lo que esté haciendo para dedicarme a admirar la lluvia. La gran tormenta que se desarrolla a tan sólo unos metros de mí, a través de una fina barrera de vidrio que impide que el agua y el frío me calen los huesos. La gran tormenta no sólo atrapa a mi persona. Varias miradas asombradas por su potencia voltean hacia las ventanas, ya sea para admirar esa salvaje belleza o para empezar a preocuparse por como regresar a sus casas sin quedar empapados.
Sin embargo, pocos son como yo, que se quedan anonadados ante su poder. La mayoría mira sorprendida unos instantes para luego regresar a sus actividades, incluso poniéndose audífonos para acallar el rugir del agua contra las rocas, ventanas y techos. Aquellos pocos, en cambio, ven con asombro las cascadas que caen de los techos, los patrones de la lluvia hechos por acción del viento, la bruma que se levanta producto de las finísimas gotas que salen despedidas cuando otras gotas se estrellan contra alguna superficie. Incluso toman fotos cómo si jamás hubiesen visto la lluvia. Y es cierto. No importa cuántas veces hayamos visto llover, siempre es una lluvia diferente. Agua diferente. Truenos diferentes. La lluvia siempre es nueva y con ella los ríos y los mares.
Hay unos no disfrutan de la lluvia. Dicen que es triste. Dicen que los días lluviosos son días malos o feos. Que por culpa de la lluvia no pudieron ir o hacer lo que un día soleado les hubiese permitido.
Lluvia que arruina reuniones. Lluvia que enloda pantalones. Lluvia que inunda. Lluvia que hace tráfico. Lluvia que moja la ropa del tendedero. Lluvia que arruina el peinado. Lluvia que ensucia el coche. Lluvia que aburre. Lluvia que te enferma. Lluvia que corta la luz. Lluvia que interfiere con la señal de televisión. Lluvia que te deja atrapado en algún lado.
Esa lluvia fina que incomoda y que deja todo lleno de tierra. Esos aguaceros que los niños ven fastidiados dentro de sus casas. Esas tormentas que causan estragos en las calles. Esos diluvios que llegan a matar animales y personas. Esas lluvias nos hermanan; hacen que, por un momento, todos compartamos un objetivo común, buscar refugio. No importa quién seas, ni que creas, ni que te guste, por un instante todo aquello se olvida y surge un gran sentimiento de unidad húmeda y aburrida bajo los aleros y techos.
Hay otros que disfrutan de la lluvia. Dicen que es magnífica. Dicen que los días lluviosos son frescos y el sonido relajante. Que gracias a la lluvia el pasto no se secó o dejó de haber tanto polvo, cosa que los días soleados propician.
Lluvia que refresca la tierra. Lluvia con aromas deliciosos. Lluvia que embellece los parques. Lluvia que ruge. Lluvia que nos da espectáculos de luces. Lluvia que crea arcoíris. Lluvia que canta sinfonías. Lluvia que dibuja formas curiosas en las ventanas. Lluvia que empaña. Lluvia que asusta. Lluvia que aviva la imaginación de madres para entretener a sus hijos. Lluvia que nos invita a abrazar. Lluvia que al final nos regala cielos claros.
Esa lluvia fina que llena de diminutos diamantes los pétalos de las flores. Esos aguaceros en los que los besos saben mejor. Esas tormentas que nos recuerdan lo indómito del agua. Esos diluvios que nos causan temor y a la vez emoción. Esas lluvias también nos hermanan; hacen que, por un momento, todos recordemos que no importa que tan lejos creamos que estamos de la naturaleza, que tan urbano sea nuestro entorno, siempre habrá una lluvia feroz que nos demuestre lo contrario.
Ciudad Universitaria, México D.F.
19 de junio de 2013.
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