Yo no estudio una rama de las ciencias naturales o exactas, tampoco
estudio nada que tenga que ver con la medicina, el derecho o la economía. Lo
que estudio no me servirá para entender el funcionamiento del cosmos, para
ganar un juicio, para descubrir la cura de una enfermedad o para volverme
millonario. Yo, estudio una ciencia humana, una “disciplina” o incluso un arte.
Mi campo de trabajo es la humanidad, su cultura y sus diversas manifestaciones.
Me han dicho, tanto familiares como amigos,
profesores y colegas; que seré un culto muerto de hambre, que lo mío no es
porvenir y que no tiene ningún beneficio. Que jamás encontraré trabajo, que
nunca podré comprar una casa, que viviré como mantenido o que simplemente
terminaré vendiendo piratería, baratijas o limosneando en el transporte
público.
Muchos otros me han dicho que soy un idealista, que mis
intenciones son inalcanzables e irreales. Que la humanidad nunca va a cambiar,
tanto porque no se puede como porque la misma humanidad no quiere hacerlo. Que
deje de soñar, que me evite la frustración de estrellarme con la realidad, que no vale la pena.
Otros me dicen que a menos que yo sea, y disculpará usted la
expresión, un verdadero chingón que
venga a romper paradigmas, establecer normas, resolver eternas encrucijadas y
hacer un enorme revuelo, no tiene gran mérito nada de lo que haga; y aún cuando
sea toda una eminencia, posiblemente se me reconocerá como tal cuando los
gusanos terminen de devorar mis restos físicos.
Incluso, sin llegar a desprestigiar tan directamente mi
elección, simplemente me han cuestionado mis motivos. Qué le vi de bueno, de
que sirve, por qué eso y no algo más útil.
A todos aquellos y aquellas, hoy les respondo esa pregunta.
Estudio lo que estudio por amor. Por
amor, por pasión, incluso podría decirse que por hedonismo o una especie de
onanismo mental. Amo lo que hago, y amo lo que estudio. Mis motivos van más
allá del dinero o el reconocimiento. Cuando tomé la decisión de rehusarme a estudiar
leyes o medicina, acepté conscientemente el gran riesgo que corría, ese riesgo latente
de no poder nunca cosechar los frutos de mi esfuerzo, y si llegase a hacerlo,
que estos fuesen insignificantes.
No hago lo que hago porque quiera instaurar una nueva
categoría en el premio Nobel, porque venga con la idea de revolucionar mi área
de estudio o porque crea que yo podré arreglar todos los problemas que aquejan
a la raza humana. No, claro que no, sin embargo no descarto la posibilidad de lograrlo.
Demasiada gente a mi parecer se empeña en -a mí y a mis
colegas- cortarnos las alas argumentando que nos están bajando a la tierra, que
nos están evitando los sinsabores y tristezas de lo que en verdad es nuestra
sociedad, mas yo les pido que nos dejen volar. ¿Cómo podremos llegar a lo más
alto si nuestras alas son reducidas a cenizas desde antes de siquiera despegar?
¿Cómo podremos llegar a las estrellas si no nos dejan añorarlas? ¿Cómo saber si
nosotros éramos los que reconstruirían nuestro campo de trabajo desde los
cimientos si no nos dejan intentarlo, si nos piden que desistamos de nuestros
esfuerzos antes de emprenderlos?
En añadidura, aún cuando no seamos los padres de las teorías,
tendencias y creencias futuras, nuestra cruzada no es en vano. Tal vez no
podamos hacer la Magnum Opus de nuestros
tiempos, el epítome de toda nuestra área de estudio, pero incluso nuestro
esfuerzo, por insignificante que parezca, puede que ayude a mejorar la humanidad; aunque sea un poco,
aunque sea a unos cuantos. Tiene igual o incluso tanto más mérito una playa conformada
por miles de pequeños esfuerzos que una gran roca nacida de la epifanía de uno
solo.
Yo soy un idealista consciente de serlo y que acepta, con
todo lo que ello implique, la enorme tarea de buscar no un cambio, simplemente
una mejora, por diminuta que parezca a primera vista, en mi entorno, en mi
comunidad, en mis amigos o quizá simplemente en mis hijos. Quién sabe, tal vez
sean nuestros sucesores quienes llegarán a las tan ansiadas respuestas últimas
de nuestra era, apoyándose en la pequeña
semilla que un día les sembramos en el pensamiento y en el corazón.
Es esta posibilidad la que, finalmente, hace que sí valga la pena el esfuerzo.
Dedicado a todos los soñadores.
Viento del Norte.
Ciudad de México. 28
de agosto de 2013.
Eres un pequeño mapache idealista. :) No sabía lo que habías hecho de tu vida. ¿Qué pasó con meternos a físico-matemáticas? ¿O al área 5? Jaja. Los que estudiamos "humanidades y artes" quizás no comeremos perdices, pero viviremos felices. :D
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