2/4/20

El principio después del final [La generación del Apocalipsis V]

Entonces ocurrió, no era imprevisible, era cuestión de tiempo que sucediera, pero esperábamos que no nos tocara a nosotros, que fuera responsabilidad de los que aún están por venir, dejarlo para mañana.

Ocurrió y el reloj del mundo se detuvo. Un acontecimiento de proporciones planetarias que hizo retumbar los cimientos de nuestra normalidad como especie. Nos dimos cuenta de que esto no es una crisis que ha venido a cimbrar nuestra realidad, sino que nuestra realidad es vivir en crisis, pero hasta ahora es que se manifestó con maravillosa y aterradora claridad. 

El sacudón tiró de la manta con que ocultábamos la verdad incómoda que no queríamos ver y que seguimos sin querer aceptar, volteando a otro lado, mientras los cadáveres se apilan uno sobre otro y se multiplica el sufrimiento.

Desigualdad. Pobreza. Hambre. Muerte.

Nos hemos preparado y hemos preparado a los que vienen para adaptarse a un mundo enfermo, para encajar en el engranaje de una máquina descompuesta, asegurando que siga andando a pesar de que es evidente que hay que repararla, o incluso, tirarla a la basura y diseñar una nueva y mejor.

Prepárense para el futuro, para “el mundo real”, nos dijeron. Esta es la realidad y, todo aquello que nos convencieron de que íbamos a necesitar, no tiene cabida. Es más, ese futuro, esa realidad para la que nos preparábamos hoy se muestra sin maquillaje, nauseabunda.

Hoy escuché una frase, “es que cuando trabajen, nadie les va a preguntar, van a tener que seguir las normas y a nadie le va a importar como se sienten o si les desagrada o se les complica”. Pero ¿Por qué tiene que ser así? ¿Por qué tenemos que seguir contribuyendo, reproduciendo una estructura basada en la antipatía por el otro, en la productividad sobre todas las cosas, en alinearnos siempre a las reglas sin chistar, a la verticalidad? ¿Por qué seguir preparándonos para un mundo enfermo en vez de buscar cambiar el mundo?

Hoy escuché otra frase “Es que así le están haciendo en otros lados y nadie toma en cuenta sus quejas”, como si fuera justificación para hacer lo mismo. ¿No sería mejor que fueran ellos quienes cambiaran? ¿Qué fueran ellos los que escuchen, los que se preocupen los que cambien para mejor? ¿Por qué tendríamos que adaptarnos, plegarnos a la versión cruel y desalmada del mundo?

Hoy escuché otra frase “Pues yo me tuve que aguantar y sufrí y lo superé, sin excusas”, como si el sufrimiento propio fuera justificación para ser indiferentes ante el sufrimiento ajeno. ¿No hubiera sido mejor, en ese entonces, que alguien le preguntara, le ayudara, velara por su bienestar?

¿Por qué debemos seguir preparándonos para este mundo roto en vez de prepararnos para repararlo?

El mundo está congelado y es nuestra oportunidad para verlo con detenimiento y preguntarnos si realmente vamos por buen camino.

¿Por qué tenemos que aguantar? ¿Por qué tenemos que ser fuertes? ¿Para sobrevivir en un mundo que busca destrozarte? ¿No sería mejor cambiar el mundo? ¿No sería buen momento para preguntarnos si lo “bueno” es bueno en realidad? ¿Bueno para quienes? ¿Bueno para qué? ¿Bueno según quién?

¿No sería mejor cambiar el mundo?

Pero para eso, primero habrá, tal vez, que destruir éste.

El principio sólo viene después del final.

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