2/12/20

Tengo miedo de morir

Temerle a la muerte es algo increíble. Le temo al dolor porque he sentido dolor, les temo a las amenazas porque me han amenazado, le temo al sufrimiento porque he sufrido, a las pérdidas porque he perdido, a la humillación porque he sido humillado, pero ¿Temerle a la muerte? 
 
¿Cómo le puedo tener miedo a algo que jamás he experimentado y que, cuando lo haga, no habrá manera de expresar o compartir la experiencia? Temerle a la muerte es temerle a lo nuevo, a lo extraño, lo diferente y lo desconocido. 
 
Nunca seré o haré lo suficiente como para no morir. Nadie, al menos no por el momento, puede evitarlo y, aún si hubiera forma, no sé si optaría por la inmortalidad. Puedo intentar no morir pronto, evitar morir a toda costa, pero es un hecho que, lo más probable, es que muera sin haberlo previsto, sin haberme preparado, sin más, un día me reintegraré a la eternidad. 
 
Cierra los ojos y cuenta un segundo, así se siente la eternidad
 
No recuerdo ni percibo lo que fue el mundo y el universo antes de haber nacido, ni siquiera sé que olvidé ese pasado completamente inaccesible. Del mismo modo, el futuro después de mí es un vacío atemporal del cual no sabré ni tendré modo alguno de conocer, al menos hasta donde sé con certeza. 
 
Pero ¿Qué es saber con certeza? El no poder medir algo científicamente no es razón suficiente para negar categóricamente su existencia. Hasta hace unas décadas no podíamos medir los átomos, los agujeros negros, las galaxias del universo primitivo y, no obstante, ahí estaban. Así, hay cosas que hoy no podemos medir, pero no por ello significa que no existan. Pero tampoco significa que existan. 
 
Morir es cambio. Es continuar con aquel proceso de transformación que inició con energía, dio paso a partículas, átomos, que formaron estrellas y luz, que al morir me dieron vida y, así, al morir daré vida a otros seres, otras cosas. Los átomos que hoy forman lo que soy fueron parte de otras personas, de animales y plantas hoy extintas, de meteoritos, de planetas, de galaxias distantes. A su vez, cuando el Sol devore nuestro planeta dentro de eones, los átomos que hoy me forman volverán a aquella forja estelar antes de ser liberados al cosmos, en espera de formar parte de un cometa, una estrella, un planeta y, quien sabe, tal vez nueva vida. 
 
Romantizar la muerte, el eterno cambio hasta que la entropía del cosmos detenga su propia maquinaria. No obstante, no estaré para ver nada de eso. Mi ser se transformará en algo más durante el resto del tiempo, pero mi ego morirá sin duda alguna. Quien soy, lo que soy, lo que fui y seré se quedará atrapado para siempre en esta rebanada de tiempo que me tocó, aunque la materia que me da forma la trascienda. 
 
¿Qué es morir realmente? El uróboro. Es regresar al inicio de todo al llegar al final de todo.
 
Nunca me había preocupado tanto morir, y no es para menos. Pero no son las circunstancias que han puesto a la muerte a la orden del día, porque la muerte ya estaba ahí, desde siempre. Tampoco es que recién me de cuenta de mi propia fragilidad, porque esta también siempre ha estado ahí. Lo que sí, es que fue hasta hace un par o trío de años que, tal vez por primera vez en mi vida y por un lapso tan amplio de tiempo, he disfrutado vivir. Durante tanto tiempo me sentí tan miserable que la muerte no era amenazante, y desde entonces, desde que aprecio lo que tengo, temo perderlo. 
 
Que ironía. 
 
Pero, así como dice el chiste malo, si tener dolor de cabeza es bueno por ser señal de tener cabeza, entonces tener miedo a morir, supongo, es señal de querer vivir. 
 
Y eso es bueno.

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