Temerle a la muerte es algo increíble. Le temo al dolor porque he sentido dolor,
les temo a las amenazas porque me han amenazado, le temo al sufrimiento porque
he sufrido, a las pérdidas porque he perdido, a la humillación porque he sido
humillado, pero ¿Temerle a la muerte?
¿Cómo le puedo tener miedo a algo que
jamás he experimentado y que, cuando lo haga, no habrá manera de expresar o
compartir la experiencia? Temerle a la muerte es temerle a lo nuevo, a lo
extraño, lo diferente y lo desconocido.
Nunca seré o haré lo suficiente como
para no morir. Nadie, al menos no por el momento, puede evitarlo y, aún si
hubiera forma, no sé si optaría por la inmortalidad. Puedo intentar no morir
pronto, evitar morir a toda costa, pero es un hecho que, lo más probable, es que
muera sin haberlo previsto, sin haberme preparado, sin más, un día me
reintegraré a la eternidad.
Cierra los ojos y cuenta un segundo, así se siente
la eternidad
No recuerdo ni percibo lo que fue el mundo y el universo antes de
haber nacido, ni siquiera sé que olvidé ese pasado completamente
inaccesible. Del mismo modo, el futuro después de mí es un vacío atemporal del
cual no sabré ni tendré modo alguno de conocer, al menos hasta donde sé con
certeza.
Pero ¿Qué es saber con certeza? El no poder medir algo científicamente
no es razón suficiente para negar categóricamente su existencia. Hasta hace unas
décadas no podíamos medir los átomos, los agujeros negros, las galaxias del
universo primitivo y, no obstante, ahí estaban. Así, hay cosas que hoy no
podemos medir, pero no por ello significa que no existan. Pero tampoco significa
que existan.
Morir es cambio. Es continuar con aquel proceso de transformación
que inició con energía, dio paso a partículas, átomos, que formaron estrellas y
luz, que al morir me dieron vida y, así, al morir daré vida a otros seres, otras
cosas. Los átomos que hoy forman lo que soy fueron parte de otras personas, de
animales y plantas hoy extintas, de meteoritos, de planetas, de galaxias
distantes. A su vez, cuando el Sol devore nuestro planeta dentro de eones, los
átomos que hoy me forman volverán a aquella forja estelar antes de ser liberados
al cosmos, en espera de formar parte de un cometa, una estrella, un planeta y,
quien sabe, tal vez nueva vida.
Romantizar la muerte, el eterno cambio hasta que
la entropía del cosmos detenga su propia maquinaria. No obstante, no estaré para
ver nada de eso. Mi ser se transformará en algo más durante el resto del
tiempo, pero mi ego morirá sin duda alguna. Quien soy, lo que soy, lo que fui
y seré se quedará atrapado para siempre en esta rebanada de tiempo que me tocó,
aunque la materia que me da forma la trascienda.
¿Qué es morir realmente? El uróboro. Es
regresar al inicio de todo al llegar al final de todo.
Nunca me
había preocupado tanto morir, y no es para menos. Pero no son las circunstancias
que han puesto a la muerte a la orden del día, porque la muerte ya estaba ahí,
desde siempre. Tampoco es que recién me de cuenta de mi propia fragilidad,
porque esta también siempre ha estado ahí. Lo que sí, es que fue hasta hace un
par o trío de años que, tal vez por primera vez en mi vida y por un lapso tan
amplio de tiempo, he disfrutado vivir. Durante tanto tiempo me sentí tan
miserable que la muerte no era amenazante, y desde entonces, desde que aprecio
lo que tengo, temo perderlo.
Que ironía.
Pero, así como dice el chiste malo, si
tener dolor de cabeza es bueno por ser señal de tener cabeza, entonces tener miedo a
morir, supongo, es señal de querer vivir.
Y eso es bueno.
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Cuando lo que se expresa es odio, no hay libertad...