Como al caminar sobre una fina capa de hielo que, al romperse, te hace caer al vacío, a la nada, cayendo sin parar, sin llegar a ningún lado, con el terror constante de no saber cuando aparecerá el suelo para romper cada uno de tus huesos, sin poder prepararte para ese momento, sólo hay oscuridad, llegará y ni siquiera te darás cuenta.
Como agujas de cristal que se entierran en la carne, en los ojos, bajo las uñas, sin poder quitarlas ya que se rompen y se hunden aún más, entrando al torrente sanguíneo, aguijoneando el corazón y el cerebro. Metal fundido, goteando lentamente, carcomiendo todo a su paso hasta llegar al hueso y seguir sin detenerse. Aroma a piel quemada, a gritos incesantes.
El infierno, dentro, en el fondo, en lo profundo, ardiendo en silencio, consumiendo todo a su paso, poco a poco, desgarrando, rompiendo, hasta que todo colapsa sobre sí mismo, se hunde, se convierte en polvo, en humo acre que quema al entrar al cuerpo. Un crescendo inagotable, no para, se acumula, como el moho, como el polvo, como el granizo que derrumba techos, Sísifo recolectando kilómetros de caminata, una y otra vez.
¿Para quién escribes esto si nadie lo está leyendo?
Para no tenerlo en la cabeza, para vomitarlo y verlo. Escupirle con coraje y lágrimas de odio.
Arrancármelo del alma para no arrancarme la piel.
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Cuando lo que se expresa es odio, no hay libertad...