Estos meses me he preguntado constantemente, ¿Qué vida es la que quisiera tener? Evidentemente ésta, precisamente ésta, no es esa vida, pero ¿Cuál? ¿Qué es lo que quiero? Olvidemos por un momento cambiar el mundo, concentrémonos en cambiar mi mundo.
Recuerdo aquellos días donde no había más futuro que el
mañana, si acaso, la próxima semana. Donde diario tenía que ir a comprar algo de
comer porque todas mis posesiones, todo lo material, lo tenía que poder llevar
conmigo día con día. Recuerdo aquellas noches, donde lo único que me preocupaba
era que iba a desayunar. Recuerdo aquellos días, donde no sabía de qué iba a
vivir, pero igual no me preocupaba. Era cuestión de esperar, sentado, jugando
billar en una mesa terriblemente inclinada, a que me llamaran, a que dijeran
que necesitaban gente para descargar un barco, para limpiar una calle, para
cargar Tablaroca.
Pero claro, vivía en otro lado, en otro mundo, acá no es
tan fácil ¿O sí? ¿No será a acaso que me han convencido de eso? De que aquí no
es tan fácil. Pero igual lo veo, lo veo con la gente viviendo al día, viviendo
en el puro presente, sin más futuro que mañana. Y, ¿No acaso también lo he
hecho en este mundo? Por menos tiempo y en otras condiciones, eso es verdad, pero igual lo he hecho,
muchas veces. Cargando con todo lo que tengo, día con día, a la orilla del mar o
entre las montañas desérticas.
Pero ¡Qué incertidumbre! ¿Y si pasa algo? ¿Cómo o con qué
vas a enfrentar los imprevistos, las emergencias, los desastres? – Se escuchó a
lo lejos, en el fondo de mi mente – ¿Cómo vas a enfrentar la vejez? ¿La
enfermedad? ¿La soledad? ¿Y si alguien necesita de tu ayuda y no tienes los
medios o los recursos? ¿Qué vas a hacer cuando tus padres estén viejos? ¿Cuándo
tu ya no puedas trabajar? ¿De qué vas a vivir? ¿Qué vas a hacer?
Nada de eso me lo preguntaba en aquellos días bajo el sol austral
o bajo la tormenta tropical y, si lo hacía, esas voces no eran tan estridentes
como lo son ahora que no me han dejado dormir por meses, que me han llevado a
consumir sustancias para intentar apagar mi mente, sólo para poder ganar unas
horas de sueño, no para descansar, porque despierto igual de cansado, sino para
evadir el terror de no saber responder esas preguntas. Un tiempo fuera de la
realidad, desconectarme por un instante para no terminar de caer en la desesperación
desgarradora y peligrosa que probé en otros tiempos y que dejó marcas, ahora
casi desvanecidas, en mis hombros.
Sería renunciar a un plan de vida, a un futuro trazado, a una
expectativa, a un arduo camino, a una construcción empezada. Dar la vuelta y
abandonar todo por lo que, según yo, he trabajado estos últimos años… pero, la
verdad, es que igual no hay futuro. No importa cuánto me esfuerce, el futuro está
casi en su totalidad fuera de mi control ¿Quién hubiera dicho que esto estaría
pasando(nos)?
Recuerdo como en esos días no tenía más pasado que
experiencias encadenadas. Donde había estado y que había hecho, mas no quien
era yo o quien había sido.
Tal vez mis recuerdos me mienten. Es seguro que lo hacen. La
memoria se acomoda, se resignifica y reconstruye, pero no tenemos otra cosa. Si
eso ayuda a dar sentido, a movernos hacia adelante, a seguir andando, entonces,
qué más da si es inexacta, si es un cuento que nos inventamos. Al final del día
todos son cuentos e historias, mitos y poemas.
Entonces, ¿Qué es lo que quiero? Olvidemos por un momento el
mundo y su gente, el sufrimiento, la injusticia y el dolor. Sólo por un
instante, entra en ti, mírate y dime lo que quieres.
Quiero vivir sin futuro. Quiero vivir sin pasado. Olvidar quien
fui, solo recordar donde estuve. Soltar el
futuro, confiar en que lo que sea que se atraviese, sabré resolverlo o habrá
alguien que me ayude o que al menos encontraré la paz suficiente para afrontar
la muerte inevitable. Dejar de temerle a ese dolor tan intenso y terrible que
destrozó mi espíritu hace unos meses, sabiendo que no habrá manera de evitarlo
y, por tanto, no hay caso en tenerle miedo. Cerrar los ojos, respirar hondo y
dejar que el tren me pase por encima.
Quiero dejar de ser y comenzar a estar, sólo hoy, si acaso
mañana, a lo mucho la próxima semana.
¡Cuánta incertidumbre! – se escuchó una vez más
Al contrario. Tengo la certeza de que no tengo certezas, en
vez de creer que las tengo, aferrándome al humo, a futuros que se me escapan
entre los dedos con cada nuevo día que llega.
Vivir sin futuro, sin pasado.
¡Vas a arruinar toda tu vida! – gritó
¿Acaso no la estoy arruinando ya? ¿Acaso esto que siento es
vida? ¿Esta es la vida que quiero? ¿De verdad quiero seguir así, sin dormir,
sin pensar en otra cosa que el miedo, en ansiedad, en depresión, en muerte? Podría
ser peor, por su puesto, pero al menos que sea la vida la que me ponga ahí, no
yo mismo.
¿Cómo es que olvidé todo eso? ¿Cómo me dejé tragar una vez
más por el “qué será”?
Te veo y lo recuerdo. Me obligas a recordarlo. Porque no quiero que estés donde estoy, porque no quiero que llegues hasta este punto. Y, cuando pienso en qué decirte, aunque no te diga nada, me obligo a decírmelo a mí mismo y a darme cuenta de todo lo que olvidé, todo lo que extraño, todo lo que aprendí y que dejé de aplicar. Me haces recordar el camino, me hacer volver sobre mis pasos y darme cuenta de que, en algún momento, me perdí. Pero aún no es tarde, porque lo he recordado, y, ahora, puedo caminar una vez más por el sendero
Claro, se dice fácil. Yo que lo he tenido todo, que he
enfrentado a penas una fracción de lo que tú vives día con día. Se dice fácil
olvidar el futuro, como si estuviera romantizando la vida de incertidumbre, inseguridad,
precariedad… No, para nada. Es terrible, es duro, es injusto, pero para cambiar
eso hay que cambiar el mundo. Hoy necesito tomarme una pausa de ese proyecto
para cambiar mi mundo, poder estar bien para poder ayudar a los demás, y, fue
en ese estado, donde tenía certeza de que no tenía más futuro que mañana, esos
momentos donde el presente era lo único que existía, cuando mejor me he
sentido, cuando más fuerte he sido. Hoy estoy entumecido, oxidado, congelado en
el confort. Pero, es que qué rica es la comodidad, eso es innegable, pero, te
enmoheces y atrofias, como los enfermos que se mantienen postrados durante
tanto tiempo que se llenan de pústulas y llagas, se debilitan y terminan siendo
un cascarón vacío, un cuerpo degradado…
Pero ¿Cómo dejar de pensar en el futuro? ¿Cómo detener o ralentizar
una máquina que te has dedicado a perfeccionar durante décadas para que trabaje
de manera totalmente eficiente y sin detenerse un solo instante? Es como si
quisieras debilitar un músculo que has fortalecido toda tu vida – Me cuestionó.
Eso crees, pero te equivocas. Piensa en los comics. Piensa
en la Bruja. Su problema era que era demasiado poderosa y sus poderes podían
destruir el mundo y destruirla a ella misma. La salida fácil es matar a la
bruja, ella misma intentó deshacerse de ese poder, pero hay otra vía: aprender
a controlar dicho poder. Eso es aún más difícil, requiere de aún más trabajo.
Pasar de la fuerza bruta a la coordinación fina, de poder derribar una muralla
con un solo martillazo a poder enhebrar una aguja al primer intento. Tienes la
fuerza bruta, te falta saber cuando y como usarla y cuando y como ponerle
pausa.
No será fácil, pero este es un buen primer paso y, si algo
hemos aprendido, y si algo no nos hemos dejado olvidar es que nada te puede
detener y, ahora, con esa nueva adquisición en tu pecho, que siempre hay más
camino que recorrer, pieza por pieza, paso a paso.
Ya estamos dando esos pasos. Ahora, no te detengas.
Deja de ser, comienza a estar.
Deja de aferrarte al pasado o al futuro, cae al vacío del
presente.
Vuela pajarillo, vuela lejos.
Te perdiste, pero aquí estaré, esperándote.
Te quiero, T.
Atentamente: N.W.
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