6/5/11

La Dibujante - Final Alternativo

Ambos se volvieron parte del paisaje que diario veía, así que no me di cuenta cuando Cristina dejó de ir a pintar. Me percataría hasta que un día cualquiera y por pura casualidad no vi a Anselmo en su puesto, cosa que no me gustó ya que después de todo le conocía. Le inquirí a uno de los vendedores del parque si lo había visto y me dijo que desde hacía una semana no se pasaba por ahí. Fui a su casa y ahí se encontraba.

Había envejecido de pronto, ya no parecía un hombre de casi 90 años, si no de cien. Su mirada estaba vacía y sin vida. Le pregunté si se encontraba bien, si estaba enfermo o si necesitaba ayuda. “Se fue. Se fue la pintora. Hace un mes que la espero sentado en la misma banca y no ha regresado” De inmediato comprendí el por qué su cambio tan drástico, ella le había hecho los días más soportables y ahora que no estaba, ya no tenía nada ni nadie que lo sacara de su aburrimiento y soledad.

Inmediatamente fui a buscar a Cristina y mientras caminaba, en mi mente resonaban varias preguntas “¿Qué había sido de ella? ¿Por qué ya no iba al parque? ¿Estará bien?”. La inquietud me invadía y al llegar a su hogar mi corazón y mente se detuvieron en seco. La casa estaba completamente quemada. Incluso las casas de al lado tenían rastros de haber sido atacadas por el fuego.

Entré en la casa corriendo por una de las ventanas rotas y todo lo que vi era carbones, trozos de lienzo sin quemar, hollín de pared a pared y del piso al techo. Todo estaba calcinado. Subí por las escaleras, esquivando cuadros a medio quemar, y una vez arriba vi tres puertas, de las cuales una estaba intacta. Entré a esa habitación y no entendía como es que había quedado sin daño alguno, ni siquiera la alfombra tenía rastros de hollín, además pude ver colgado en la pared, ese lienzo que conocía tan bien. Me acerqué y lo observé con detenimiento. En una de las ramas del árbol había colgando algo que no lograba identificar, una piñata tal vez? Lo miré más de cerca y cuando comprendí de que se trataba, retrocedí dando tumbos. Era una persona ahorcada.

Después de admirar tan macabra escena, salí de la habitación y me acerqué a una de las otras dos puertas. Una era el baño, consumido por las llamas, en donde encontré algunos recipientes de plástico retorcido que no pude identificar y cuyas etiquetas habían desparecido casi por completo. Entré a la otra habitación y la escena que se abrió ante mis ojos se grabó a fuego en mi mente.

A la mitad de la habitación, tirado en el suelo, yacía un cadáver chamuscado, en un estado avanzado de descomposición y completamente irreconocible. De una viga del techo colgaba una cuerda rota, cuyo otro extremo aún estaba alrededor del cuello de ese cuerpo.

El terror me embargó y huí de esa terrible estampa, pero al bajar las escaleras tropecé con Anselmo el cual subía. Me había seguido puesto que también quería saber que había sido de ella. Le dije lo que había pasado y que debíamos llamar a alguien. La policía llegó unos instantes después y se llevaron el cuerpo al igual que el cuadro. Se determinó que la casa fue bañada en gasolina a excepción del cuarto sin quemar, y la prueba de ello eran los botes del baño.

Días más tarde recibí una llamada de Anselmo, me dijo que debía ir a su casa inmediatamente. Llegué y la puerta estaba abierta. Entré y lo busqué. No estaba en la planta baja ni en el primer piso. Salí a un pequeño jardín que había atrás y ahí estaba. A la sombra de un árbol, con un cuchillo clavado en el estómago. Su mano sostenía una nota:

“Querido amigo, me voy de este mundo. Todos mis pequeños placeres se han esfumado y te culpo a ti, maldito infeliz. La policía llamó, y el cuadro tenía una inscripción al reverso. Ella se suicidó por tu culpa. No pudo soportar el hecho de que la ignoraras, de que ya no la vieras. Estaba perdidamente enamorada del hombre que se atrevió a romper con cada regla de cortesía y acosarla con cinismo y, como le pagó ese hombre idiota? Con una total indiferencia. Así es, ella murió por tu culpa, y por ello yo también. Que quede en tu conciencia, eres culpable de dos muertes, maldito asesino!”

Así fue como terminaron esas dos vidas, murieron por mi culpa, por mi curiosidad primera y luego por mi indiferencia. Por eso escribo esto, para que quede registrado el por qué de que mañana cuando despunte el alba, haya un cadáver colgando de una de las ramas del ahuehuete del parque.

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