12/8/12

Como caído del cielo (o salido del infierno)

Hay veces que uno se topa con algo olvidado por algún despistado que, increíblemente, necesitabas y que pareciera haber sido puesto ahí para ti, pero ¿Cómo saber si algo es una señal del cielo o es el diablo tentándote?

Cuando Jesucristo, según la Biblia, se fue al desierto 40 días, el ex-ángel Luzbel, lo tentó con comida, con poder, con juegos de azar y mujerzuelas y demás cosas que el diablo puede ofrecer. Y Jesucristo sabía que estaba siendo tentado porque, según esto, Satanás en “persona” lo estaba intentando convencer de comer piedras. Pero qué hubiese pasado si en vez de haberlo hecho tan directo y obvio, lo hubiese tentado de manera más sutil, dígase por ejemplo, poniendo una hogaza de pan en su camino.

Sin tomar en cuenta la supuesta omnipotencia, omnisciencia y otras omni-cosas y súper poderes que, dice la leyenda, Jesucristo poseía, ¿Cómo podría saber si esa hogaza de pan es un regalo del cielo o es el diablo tentándolo? Sí, que iba a ayunar 40 días y por ello sería obvio que una hogaza de pan en medio de la nada sería una tentación del diablo a romper con su ayuno… bueno, pero digamos que es el día 40, la hogaza de pan podría ser perfectamente un premio por haber desbloqueado el logro de “sobrevivir 40 días sin comer” o podría ser una tentación para que todo se fuera al cuerno… Pero como Jesucristo tenía súper poderes, es obvio que el sabría qué hacer en esos casos.

Ahora bien tú, lector o lectora, tal vez seas de las personas honradas y honestas de las que se están extinguiendo y te planteo el siguiente escenario: No estás ayunando en el desierto, pero sí tienes una sed inconcebible porque estás en una playa calurosa. Caminas hacia una tienda que está a cinco minutos bajo el Sol ardiente. En eso, te encuentras, irónicamente y casi como burla, una botella de agua bien fría, de esas que hasta escurren, bajo una palapa.

Tú sabes perfectamente, o al menos deberías, que las botellas con agua fría no nacen en la arena de la playa, y que seguramente es de algún descuidado turista o vendedor. Pero está ahí, sola, te mira con sus gotas de humedad condensada, te pide que la bebas y tú humanidad secunda la moción…

Ahora bien, ¿La tomarías sabiendo que cerca de ahí hay una tienda donde puedes comprar una específicamente para ti? Porque, ¿Cómo saber si esa botella de agua es un regalo del cielo o es el diablo tentándote a que robes? ¿Cómo saber si es tu día de suerte y te acabas de ahorrar el dinero correspondiente o estás a punto de ser puesto en la lista de niños malos de Santa? ¿Cómo saber si estabas destinado a encontrar esa botella específica en ese lugar específico y todo el universo conspiró para que tu pudieses calmar tu sed de forma gratuita o si esa botella era la única fuente de hidratación de un pobre viejito que se fue “un momento” para usar el sanitario?  Y, entre mejor persona te consideres, más dura es la decisión, porque bien podría ser un premio al mejor de la clase o un intento por manchar tu pulcrísimo expediente de vida.

Y sobran ejemplos, como encontrar un fajo de billetes en la calle, unos zapatos olvidados en un casillero que increíblemente te quedan y hasta se te ven bien, una pizza entera sobre una mesa vacía mientras tú te mueres de hambre, etc. Bien podrías decidir a esperar a ver si es que alguien regresa a reclamar el agua, dinero, zapatos o pizza, cosa que podría suceder y por lo cual tú, cómo buena persona, ganarías otra estrellita. O bien, podrían pasar horas sin que nadie regrese y cuando finalmente te hayas decidido a beber, recoger, ponerte o comer, llegue otro y sin pensarlo dos veces, lo haga por ti. O calmar tu sed, embolsarte, estrenar o saciarte con el peligro de que dos minutos después venga alguien y te insulte y nombre, cómo es correcto, ladrón.

Así pues, la pregunta se queda en el aire. ¿Cómo diferenciar una excelente oportunidad, un regalo de Dios o un golpe de suerte; de un mal paso, un intento de Satanás por tentarte o un peligro?

En fin. Al menos lo publiqué en el periódico.

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