6/4/11

La Dibujante - Parte 6.

Y pasó el tiempo, yo haciendo preguntas, ella respondiendo mis dudas, siempre fría, siempre estoica, hasta el punto en que yo ya no sabía que más podría preguntarle. Le pedí permiso de ver sus pinturas y ella accedió. Bellas sin duda alguna, pode haberme quedado días enteros viendo una sola, más como siempre, el tiempo se me agotó y tuve que retirarme. Le di las gracias por el café y por haberme dejado ver sus obras y también le pedí una disculpa por mi falta de sutileza y curiosidad desmedida. Aceptó mis disculpas y me acompañó hasta la puerta.

No podía esperar a contarle a Anselmo mi aventura, así que a la mañana siguiente me encontré con el y le dije que había hablado con la dibujante, que había ido a su casa e iba a empezar a contarle todo lo que sabía hasta que me interrumpió. “No quiero saber nada” –sorprendido pregunté sus motivos– “la veo y la admiro cada día que pasa y aún así no se nada de ella. Ella es el motivo por el cual mis días ahora son interesantes y espero con ansias el siguiente para volverla a ver. Pero solo porque no se nada de ella, porque toda ella es un misterio, una incógnita. Si me dijeras quien es, perdería eso que la hace enigmática para mí y se volvería una persona más"

Su respuesta me dejó pensativo, como es que no quería saber quien era en realidad, pero el se lo perdía así que me retiré. Pasaron los días y seguía yendo al parque a ver como Cristina seguía con su obra, pero algo había cambiado. Ya no me interesaba tanto, la veía como alguien conocido, como alguien común. Caí en la cuenta de que Anselmo tenía toda la razón, ella me provocaba esa adicción de estar ahí observándola cada tercer día porque era un libro cerrado, un cofre sin llave. Quería revelar sus secretos, eso es lo que me ataba a ella, y ahora que no tenía más secretos, ya no había ningún motivo que me mantuviera ligado a ella.

Poco a poco perdí el interés en su cuadro y en su persona y regresé a mi rutina diaria. La veía de vez en vez cuando pasaba, pero sin mayor curiosidad que las demás personas. Anselmo ahí seguía también, con su mirada iluminada al verla trabajar. Pasaron meses, y su lienzo cambió de tamaño y ella de lugar, pero no me interesó en lo más mínimo. Y así corrieron los días hasta que ya no le prestaba atención, ni a ella ni a su cuadro y tampoco a Anselmo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Cuando lo que se expresa es odio, no hay libertad...

Template by:
Free Blog Templates