9/4/11

La Dibujante - Parte 7.

Ambos se volvieron parte del paisaje que diario veía, así que no me di cuenta cuando Cristina dejó de ir a pintar. Me percataría hasta que un día cualquiera y por pura casualidad no vi a Anselmo en su puesto, cosa que no me gustó ya que después de todo le conocía. Le inquirí a uno de los vendedores del parque si lo había visto y me dijo que desde hacía una semana no se pasaba por ahí. Fui a su casa y ahí se encontraba.

Había envejecido de pronto, ya no parecía un hombre de casi 90 años, si no de cien. Su mirada estaba vacía y sin vida. Le pregunté si se encontraba bien, si estaba enfermo o si necesitaba ayuda. “Se fue. Se fue la pintora. Hace un mes que la espero sentado en la misma banca y no ha regresado” De inmediato comprendí el por qué su cambio tan drástico, ella le había hecho los días más soportables y ahora que no estaba, ya no tenía nada ni nadie que lo sacara de su aburrimiento y soledad.

Inmediatamente fui a buscar a Cristina y mientras caminaba, en mi mente resonaban varias preguntas “¿Qué había sido de ella? ¿Por qué ya no iba al parque? ¿Estará bien?”. La inquietud me invadía y al llegar a su hogar mi corazón y mente se detuvieron en seco. Ya no se asomaban los cuadros por las ventanas y los muebles tampoco estaban, el lugar estaba completamente vacío.

Fui a la casa de al lado, tal vez alguien sabría decirme que había sido de ella, toqué el timbre y una señora abrió la puerta. “Hace un mes que la casa está abandonada, la dueña se mudó, pero no se a donde. Me pidió que guardara unas cosas por si algún día sus dueños venían a reclamarlas” Me invitó al interior y la seguí hasta un cuarto de la planta superior donde había dos lienzos cubiertos, uno grande que enseguida reconocí y otro más pequeño que nunca había visto. Descubrí los dos lienzos iniciando con el grande y lo que vi me dejó mudo. Era el ahuehuete terminado, detallado hasta lo más mínimo, pero lo que más impresionante eran dos figuras en el fondo sentadas en una banca, la misma banca que ocupábamos Anselmo y yo. Éramos nosotros sin duda alguna, dibujados en el fondo de su lienzo.

Cristina nos había incluido a los dos en su obra, dibujándonos sin darnos cuanta mientras la observábamos trabajar. El otro lienzo era aún más impactante, era un retrato de Anselmo alimentando unas palomas. Una imagen sumamente realista y hermosa, pintada con óleos de colores y lo más bello de la pintura era la expresión de felicidad que se reflejaba en la cara de Anselmo.

El cuadro pequeño tenía un pequeño texto en el borde que decía:

“Pintado y dedicado a ese anciano, que incansable y sin falta, siempre estuvo ahí, acompañándome desde el otro lado de la vía y que jamás se atrevió a violar ese halo de misterio que nos unía a ambos, por más deseos que tuviera.”


Mi corazón se achicó al terminar de leer esas palabras, ya que me di cuenta de que no solo nosotros disfrutábamos de verla si saber nada de aquella mujer, si no que también Cristina disfrutaba de nuestra compañía constante y lo que representábamos para ella, algo en que nunca reparé hasta ese momento, hasta que simplemente ya no importaba.

Jamás volví a ver o a saber de Cristina y respecto a Anselmo, aún hoy lo visito cada fin de semana. Acostumbramos a tomar un té o café y platicamos en su sala durante horas bajo la feliz mirada de ese retrato tan hermoso y con el recuerdo de aquella mujer que me enseñó que debemos estar atentos a nuestro entorno, donde los más maravillosos actos se llevan a cabo.

Seguro algunos se preguntarán que pasó con el otro cuadro. La verdad la ignoro, pero tengo la ligera sensación de que un día lo vi de reojo mientras caminaba, enmarcado en uno de esos restaurantes caros del centro de la ciudad.

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