3/4/11

La Dibujante - Parte 5.

En el centro había un pequeño espacio verde, donde crecía una jacaranda y la calle de alrededor estaba tapizada de casonas antiquísimas que parecía que se caerían en cualquier momento. Comencé a recorrer la banqueta exterior de la glorieta viendo con detenimiento las casas, hasta que me topé con una casa no más vieja que las demás, de color azul desteñido por el sol y por la que, a través de sus ventanas opacadas con suciedad, pude ver cuadros. Cuadros y más cuadros, grandes y chicos, de colores, a carbón, de árboles, de gente, de animales, de frutas, de absolutamente todo. Seguramente esa era la casa de la dibujante, esa casa azul pálido era la casa donde vivía ella. No pude evitar embelesarme con sus maravillosas obras mientras el tiempo volaba.

“Ha encontrado mi casa”, dijo una voz que reconocí al instante. Me volteé entre asustado y apenado ya que me habían atrapado in fraganti y no tenía ninguna excusa convincente que dar. “Se que me ha estado siguiendo, cree que no escucho el roce de sus ropas o sus pasos en las calles de adoquín? Pero bueno, ya que está aquí y tiene tanta curiosidad, pase por favor a mi casa”

Esa invitación me cayó como un balde de agua helada, no sabía si aceptar o retirarme rápidamente, pero al ver mi indecisión, ella insistió. Casi automáticamente caminé hacia la puerta y con sigilo, como si estuviese entrando a un templo, me adentré en la casa de la dibujante. Después de acomodar sus objetos de trabajo, me invitó a sentarme en un sillón antiguo y me ofreció café que acepté casi sin pensar, fue a lo que supongo era la cocina y trajo dos tazas. Se sentó frente a mí y bebió un poco.

“Bueno, que quiere saber?” Me preguntó pero, que no quería saber! Tenía tantas preguntas que hacerle y no sabía como empezar. “Que descortés soy” –dije con voz trémula– “mi nombre es…” ella hizo un ademán para que callara y no dije nada más. “El que tiene curiosidad es usted, no yo. A mi no me importa como se llama, donde vive, ni que hace de su vida. Así que pregunte” Me sentía como un niño siendo regañado por tomar una galleta sin permiso, instintivamente bebí un sorbo de café y pregunté: “Bueno, cual es su nombre?”

Cristina, así se llamaba la dibujante, y se describió a si misma como una persona solitaria, más no aislada del mundo. Esa casa la rentaba desde hacía unos meses y vivía ahí sola con sus cuadros. Se mantenía de lo que su familia le daba de cuando en cuando y de las ventas ocasionales que hacía las cuales no eran muchas. No estaba acostumbrada a las visitas ya que normalmente ella iba a visitar a sus familiares o amigos, más nunca iban ellos a su casa. Disfrutaba de estar sin compañía, pero en los días que no pintaba iba a pasear o si su economía le permitía, al cine o a algún concierto de música clásica. Así era la vida de la enigmática dibujante.

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