18/8/11

La creación de una nueva humanidad.

Fue en ese momento que Gaia dijo basta y se detuvo. No éramos dignos de vivir y era hora de desaparecer de su superficie. Todo ser vivo perecería, pero Gaia siempre puede hacerlos revivir, en cambio a nosotros nunca nos volvería a dejar pisar su piel. Piel que hemos mancillado, lastimado, ensuciado y destruido. Fue por eso que Gaia decidió detenerse. Ya no habría noche ni día, y con ello tampoco habría vientos ni mareas. Habría un lado sumido en un oscuro invierno eterno, que mataría de frío a las velas y a las fogatas. Mientras que el otro permanecería en un ardiente día sin fin, que secaría los lagos y los mares. De un lado quedaría un desierto helado, del otro un infierno de fuego.

Gaia habló y dijo: “Les di y proporcioné todo con la condición de que vivieran en paz y en armonía con todos los demás seres que caminan sobre mi, incluidos ustedes, mas eso no les importó y decidieron pisotear y destruir todo lo que había a su paso, sin pensar en sus hermanos animales o sus hermanas plantas, y mucho menos en sus hermanos de sangre. Les di infinitas oportunidades y cientos de años para corregir sus errores, pero lo único que hicieron fue seguir consumiendo, destruyendo, matando… Es hora de que cobre lo que me deben. Me deben toda las vidas que han destruido sin ningún motivo, y aún muriendo dos veces, me seguirían debiendo. Nunca crearé otra especie semejante a la humanidad. Parásito carnívoro, virus contagioso, cáncer universal."

Fue así como poco a poco, el calor consumió los mares y quemó los bosques, mientras que del otro lado los lagos y ríos se volvían hielo y las plantas esculturas heladas. Los animales aceptaron su cruel destino, morirían con la esperanza de una vida futura mejor, no para ellos, si no para cualquier otro ser que repoblara a Gaia. Mientras tanto los seres humanos que buscaban refugio corrieron hacia la franja del eterno crepúsculo, donde el sol parecía morir pero nunca abandonaba su posición al final del horizonte, mientras que del otro lado las estrellas se asomaban tímidamente. Mas pronto se acabaron entre sí, por comida, por espacio, por ideas, por odio… Y así, solo quedó la vegetación de la zona del eterno crepúsculo mientras que todo lo demás desapareció de la superficie de Gaia, o al menos eso parecía. Hubo una niña, una niña cuyo nombre ya no importa. Hubo un niño, un niño cuya procedencia es irrelevante.

Una niña de piel clara que fue instruida para odiar a los negros. Un niño de piel oscura que fue instruido para odiar a los blancos. Dos sobrevivientes, dos seres que desde la cuna se les dijo que odiaran, que discriminaran, que mataran a aquel otro sobreviviente. Dos seres que vieron el horror de la muerte y el odio entre personas, la guerra, la traición… Ellos entendieron, ellos vieron que todo eso era horrible, y ellos dos comprendieron el porque de su exterminio.

La niña y le niño, juntos pidieron perdón a Gaia, por todo aquello que sus padres, abuelos y antepasados alguna vez hicieron. Estaban arrepentidos desde el fondo de su alma, arrepentidos por toda la humanidad. Gaia vio sinceridad en sus corazones, vio que sus lágrimas eran reales y no falsa hipocresía. Gaia supo que habían comprendido, que habían abierto los ojos. Y Gaia les dijo: “Es su responsabilidad de ahora en adelante restaurar el mundo, yo les daré todo lo que necesiten con la única condición de que vivan en paz y armonía, nuevo Adán, nueva Eva, este es su mundo, y pueden disponer de todo lo que hay en el, más nunca se crean los dueños. Ustedes no son dueños de Gaia, si no todo lo contrario. Tienen la oportunidad de reparar todos los errores del pasado, y si vuelven a fallar, su destino será el mismo, es una promesa, es una advertencia y es un consejo.”

Y después de haber dicho esto, Gaia volvió a moverse. Volvió la noche y el día, los vientos y mareas. El hielo se derritió y el agua llenó los ríos, lagos y océanos. Gaia dio origen a nuevas plantas y nuevos animales, todo a disposición de la nueva Eva y el nuevo Adán. Y ellos comprendieron la enseñanza de Gaia, comprendieron que nunca fuimos expulsados del jardín del Edén, fuimos nosotros los que decidimos destruirlo y desterrarnos del mismo, causando nuestra muerte.

Así, el nuevo Adán y la nueva Eva, iniciaron con la tarea que Gaia les había encomendado.

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