25/7/12

Mátame pero no me mates

Como  algunos sabrán, he salido de mi país para embarcarme en una gran aventura en lo desconocido, sólo y sin mucha más ayuda que la que se me pueda proporcionar por este tipo de medios. Y, mientras contaba los minutos para que fuera hora de iniciar con los preparativos finales, dígase ropa, última revisión de cosas, fotos y despedidas, me dio miedo. No nervios, no ansiedad, no emoción. Miedo, puro y simple. Crudo y cortante como solo el verdadero miedo puede ser. Casi terror, casi pánico. Un miedo envolvente y tangible; denso e incontrolable. Una reacción que raya en los instintos más primarios de huir o luchar. Sí, miedo.

Pero, ¿Miedo a qué precisamente? ¿Qué es lo que me aterrorizó tanto de momento que me hizo quebrarme hasta el llanto? ¿A qué le tuve miedo? Porque, aun cuando voy en solitario a un país lejano, se comunicarme, tengo contactos, tengo dinero y como bien se sabe, el dinero mueve montañas. ¿Entonces? ¿Qué asustó a mi “ello” que terminó sacando de sus cabales a mi “yo”?

Lo mismo que a todos. La muerte.

La muerte es la razón de todo miedo. Es el motivo básico y único de todo lo que nos atemoriza en mayor o menor medida. Y no solo a morir, sino también a no morir. Veámoslo así, aquel que le tiene miedo a volar no le tiene miedo al hecho de volar en sí mismo, sino que le tiene miedo a que el avión se desplome. El que le tiene miedo a las alturas, no es a la altura por sí sola, el miedo es a la caída y la potencial muerte. Incluso, los miedos más simples, a los insectos, a los ratones, a casi cualquier cosa, es desencadenado por un incontrolable e irracional miedo a que eso nos mate. O peor aún, que no nos mate. Aquí entra el miedo al dolor, al sufrimiento, a la tortura.

La agonía y el sufrimiento son la perfecta representación de la no muerte. Así pues, tenemos miedo a morir o a no poder hacerlo. Bastante extraño, ¿Cierto? Nos da miedo la muerte tanto como si viene y cumple su deber, cómo si se niega a presentarse y hacer su trabajo.

Así que volviendo a la pregunta inicial, ¿A qué le temí? ¿A la muerte o a la no muerte? Estoy casi seguro que la respuesta es a la no muerte, porque sinceramente veo difícil el morir allá, a menos claro que se caiga el avión, se acabe el mundo este diciembre o cualquier otro evento fortuito y fuera de lo normal.

Y aquel que diga que no le tiene miedo a la muerte, miente. Cualquier miedo, por más pequeño que sea, al final se basa en la muerte. Y es completamente natural. Todo animal huye de la muerte y se aferra a la vida con todo lo que su ser le permite, y aunque no sea un miedo “racional” como el nuestro, es un instinto básico que incluso nosotros tenemos bien programado en nuestro ADN.

Sí, es normal y necesario temer a la muerte. Si no, ya nos habríamos extinto hace tiempo. Así que lo admito con orgullo. Tuve (y posible tenga próximamente) miedo a morir o a no hacerlo. Y gracias a ello, la especie humana seguirá existiendo, al menos, uno que otro siglo más.

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