20/3/11

La Dibujante - Parte 1.

Esta es una pequeña historia que iré publicando por partes. Está basada en una persona que tal vez, alguno de ustedes haya visto en el parque del museo de las intervenciones en Coyoacán. Todo esto es ficción, solo usé su persona para inspirarme. Espero que les guste.
Nadie sabe su nombre, solo ella. Nadie sabe de donde viene, solo ella. Nadie sabe como llega, solo ella. Pero todos nosotros sabemos que hace. Dibuja.

Todos los días la vemos en su puesto, como vigía en una torre, sin moverse ni un instante. Carboncillo en mano, dibuja y detalla sobre su gran lienzo blanco, la imagen del ahuehuete que crece en el parque. Día tras día la veíamos, algunos con curiosidad, otros con indiferencia y unos pocos locos como yo, con asombro e incluso un poco de cariño. Pero, como es que ella llegó a nuestras vidas en primer lugar?

Un día cualquiera, mientras caminaba acompañado por los transeúntes de ese paso tan familiar para mí, la vi. Observaba con detenimiento el árbol, como si quisiera grabarse cada detalle, cada hoja y pliegue de su corteza. Tomó su carboncillo y comenzó a dibujar líneas que poco a poco fueron tomando la forma del árbol. Seguí caminando mientras pensaba que sería de mala educación, por así decirlo, quedarme ahí viéndola como un tonto. Y no solo yo la vi, todos la vimos y a todos nos produjo algo, pero todos continuamos nuestras vidas.

Al siguiente día, al pasar por ese camino, no estaba. Supuse que solo una vez la vería, y que su imagen sería un recuerdo. Pero a la tarde siguiente ahí estaba, con su lienzo y sus carbones dibujado. Me fijé en la hora y era la misma a la que había pasado el día anterior, así que la hora no había sido el factor por el cual no la vi. En fin, no me causó más que ese placer que siente uno al volver a ver algo que le parece bello. Cuarto día después de la primera vez que la vi, no estaba. Quinto, ahí se encontraba. Comencé a entender su patrón. Un día si, uno no. Y así lo cumplía sin falta, sin omitir fines de semana o días festivos. Cada tercer día podías encontrarla ahí, dibujando incansable al ahuehuete.

Prácticamente comenzó a ser parte del parque, de nuestra rutina, verla o no verla dependiendo del día. Al principio veía como la gente aminoraba la marcha al pasar cerca de ella y su cuadro. Se detenían incluso para ver como avanzaba la obra. Pero con el paso de los días, la rutina volvió a entumecer los sentidos de todos y cada vez menos personas admiraban la belleza de ese dibujo monocromo.

Pero yo no, no podía evitar pararme unos minutos y admirar el cuadro y su creadora, a la artista y su arte. Era mi escape de la rutina, de lo cotidiano, y no me aburría, por que siempre que me detenía, veía un cuadro diferente, aun siendo el mismo lienzo.

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