24/3/11

La Dibujante - Parte 2.

Algo tenía ella, su cuadro o el conjunto que me atontaba, me hipnotizaba y hacía que olvidara todo a mí alrededor. Pero esa sensación era solo mía y de un viejo que se sentaba en una banca al otro lado del camino a verla pintar.

Era curioso, ese viejo siempre había estado ahí, alimentaba a las palomas o simplemente admiraba nuestro ajetreado trajinar por la vía, siempre con la mirada perdida en el infinito, seguro en increíbles y profundos pensamientos, o tal vez recuerdos. Siempre me dio curiosidad sentarme con el y platicar, pero como toda persona ocupada, mantener una charla tendida gasta tiempo que seguramente ya tengo ocupado con algún deber mundano y banal.

Pero esos días, mientras veía a la dibujante, los ojos del anciano brillaban, rejuvenecían y daba la impresión de que el viejo regresaba a la tierra abandonando sus pensamientos solo para verla dibujar. No podía parar de pensar en lo hermoso que sería sentarme como el viejo a verla durante horas, sin nada de que preocuparme, ningún pendiente, nada.

Un día de los que la dibujante se tomaba su descanso, y como no tenía yo casi sin ningún compromiso, cosa que no muy a menudo sucedía, decidí hablar con el anciano. Me senté en su banca, lo saludé cordialmente y me presenté. El me vio con extrañeza, como si lo que acababa de hacer fuera de otro mundo, pero su mirada pronto retornó a la normalidad y respondió mi saludo. Anselmo se llamaba, y tenía 89 años. Le inquirí el porque de su casi religiosa estancia en esa banca, y me contó que hacía 2 años había quedado viudo, sus hijos eran grandes y vivían lejos, y lo único que le quedaba era eso. Sentarse y ver la vida pasar, alimentar a las palomas, de vez en cuando leer un libro y refugiarse en sus recuerdos.

Aburrida, así definió su vida. Aburrida, siempre lo mismo, siempre el mismo sitio. Me comentó que el siempre estaba en esa misma banca de ocho de la mañana a doce. Iba a su casa por un almuerzo y regresaba a las dos para irse a las siete de regreso a su hogar. Esa era su rutina diaria, tan estática y repetitiva como la mía. Pero eso cambió con la llegada de la dibujante.

“Ella llega a las 9” –me dijo– “prepara su lienzo y su caballete, siempre en el mismo sitio y en la misma posición. Luego se sienta a ver detenidamente el árbol, como si se lo quisiera aprender de memoria, después a su sombra, y así alternándose de lugar cada cierto tiempo. Después come una fruta que lleva en su morral, a veces una manzana, un plátano o una mandarina y comienza a dibujar.”

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Cuando lo que se expresa es odio, no hay libertad...

Template by:
Free Blog Templates