27/3/11

La Dibujante - Parte 3.

“A las 5 es la hora en que se retira” –me seguía comentando el señor Anselmo– “Toma sus carbones y los guarda en una cajita. Con un gran paño cubre su lienzo y lo desmonta del caballete, guarda lo que puede en su morral y con una mano se lleva el caballete, y bajo el otro brazo su lienzo.” Le pregunté si acaso había visto a donde iba, o de donde venía. Se limitó a señalar una de las callejuelas circundantes. “Por ahí viene y por ahí se va.”

Imaginarme todo lo que me describía me hizo tomar una decisión, a la siguiente mañana en lugar de seguir mi rutina, me sentaría junto Anselmo y así podría ver a la dibujante llegar, trabajar e irse. Así que a la mañana siguiente ahí estábamos los dos, Anselmo y yo, a las 8 de la mañana sentados en una banca impacientes por que dieran las nueve. Hasta que al fin apareció, sin un minuto de adelanto o retraso comenzó su ritual habitual e inició su labor.

Pasaron las horas como agua entre los dedos. En menos de lo que pude imaginar, ya era hora de que Anselmo se fuera por su refrigerio de medio día. Me invitó y aunque tenía hambre, me negué a acompañarlo, quería seguir viendo a la dibujante y su obra. Anselmo se fue y me quedé acompañado de palomas y alguna ardilla ocasional.

En eso vi a la dibujante que se detenía por un momento, guardaba sus carbones y se sentaba a la sombra del árbol. Ahí permaneció inmóvil durante media hora, sin hacer ni el más mínimo movimiento. Me sentí tentado a acercármele e intentar entablar una plática, pero no me atrevía. Pasó el tiempo, y 5 minutos antes de las dos, ella comenzó de nuevo con su trabajo. A las 2 llegó Anselmo, y otra vez nos dispusimos a contemplarla en completo silencio.

Desde nuestro ángulo la veíamos casi de frente, estaba ligeramente de perfil hacia la derecha, y el lienzo la cubría por completo cuando dibujaba en el centro. Pero cuando se acercaba a las orillas, podíamos ver su rostro. No era nada espectacular, era bella, pero no más que las demás mujeres, más sus ojos, su actitud o algo tenían que me impedía apartarla de mi mente. Y así pasaban los días, cuando tenía algún tiempo libre me iba a sentar con Anselmo a ver a la dibujante.

Una de tantas tardes, mientras la veíamos dieron las 5 y ella, como acostumbraba, se retiró caminando trabajosamente por lo estorboso que era su lienzo. Pensé que sería buena idea irla a ayudar, además de que así tendría un motivo para acercármele. Me despedí de Anselmo y con paso rápido me aproximé a la dibujante, pero antes de poder decir algo, se detuvo en seco, se volteó y se quedó viéndome a los ojos. Esos ojos, esa mirada, por un instante me sentí desnudo ante ella, podía sentir como leía mi alma como si fuesen estas mismas líneas. Me congelé ante esa mirada penetrante de ojos café oscuro, no sabía si hablar o huir, estaba completamente petrificado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Cuando lo que se expresa es odio, no hay libertad...

Template by:
Free Blog Templates