17/10/22

Ave de caza

En cuanto escuché que comenzabas a caminar por la casa, abrí un ojo y comencé a seguir tus movimientos desde la cama. Te vi ponerte la chaqueta, las botas manchadas de tierra y los lentes oscuros. Estaba casi seguro, pero aún faltaba una última confirmación, aunque a esas alturas ya te miraba con los ojos abiertos, atento y con el corazón acelerado.


Finalmente te vi tomar la escopeta y la munición. La revisaste con cuidado, asegurándote, como siempre, que no hubiera balas ni casquillos en la recámara, que no se trabara el percutor y que la mira estuviera derecha. Era claro que era hora de salir y de un salto me puse de pie y corrí emocionado hacia ti.


-¿Listo?- me preguntaste, sabiendo de antemano la respuesta. Espero con ansia durante meses este momento. Siempre estoy listo.


Salimos y el aire helado de la mañana me dio de lleno en la cara y el cuerpo, trayendo consigo infinidad de aromas, el pasto cubierto de rocío y el petricor, tónicos que bastan para que mis sentidos se agudicen al máximo y me sienta más vivo que nunca.


Comenzamos a andar e internarnos entre la vegetación. Como siempre, yo delante de ti, atento al viento y lo que en él navega. Aromas, sonidos. Siempre atento, siempre delante de ti. Somos un equipo y yo soy los ojos de lo que no puedes ver, soy los sentidos de lo que no puedes percibir.


Caminamos, caminamos, caminamos. Sin descansar. Más adentro, más lejos. Siempre atentos. Atentos al viento y sus mensajes. No sé cuanto caminamos, no me importa. En días así no existe el cansancio, solo la excitación de lograr nuestro objetivo a toda costa.


Caminamos, caminamos, caminamos.


Lo olí primero, como casi siempre. Mi cuerpo se tensó automáticamente, dejándome inamovible, mostrándote con mi mirada hacia donde voltear la tuya. 


-Perfecto- musitaste con voz casi inaudible, pero siempre te oigo. Quedé esperando.


-Ve- y fui. Como magia mi ser recuperó movilidad y, despacio, silencioso, sintiendo la hierba rozar mi cuerpo, sin distraerme con absolutamente nada, avancé. Despacio, silencioso, como una sombra, como un suspiro. Despacio, cada vez más, silencioso, casi aguantando la respiración.


La vi entre las plantas. Quieto me quedé, esperando, calculando el momento. Corrí y saltó aleteando. Un estruendo y se desplomó al suelo en espiral. Fui y con sumo cuidado la recogí. Ese sabor metálico, esa tibieza que resbala por mis colmillos, despierta algo antiguo, algo olvidado pero que ahí sigue profundo, grabado a fuego muy atrás, muy profundo, muy antiguo. Espero mi recompensa.


La llevé hasta a ti como una ofrenda. -Excelente, como siempre- Lo sé, soy excelente. Siempre lo soy y hasta el último día de mi vida lo seré. La metiste en la bolsa, me relamí los dientes y reemprendimos la marcha.


Otro estruendo. Otra ofrenda. Otro estruendo. Otra ofrenda. Otro estruendo. Otra ofrenda.


Suficiente.


-Regresemos, pasa de medio día- Yo podría seguir horas y horas, pero regresemos.


Ya en casa las sacaste y comenzaste tu labor. Yo ya hice mi parte y te toca a ti. Somos un equipo y tu eres las manos de lo que mis extremidades no pueden hacer.


Metódico, preciso, delicado. Las plumas las guardas. Dices que algún día me harás una cama nueva con ellas. La más cómoda de todas. Las vísceras las separas, las limpias con cuidado y luego las pones en una gran olla. Salimos y prendiste la leña. Es cosa de esperar.


Antes de servirte, me sirves a mí. Todas esas delicias internas, perfectamente cocidas y hoy me diste una pata entera para mi disfrute, pero te espero. Espero a que te sientes a mi lado y, después de acariciar mi cabeza, cobro mi recompensa. Cálido, húmedo, delicioso. Oigo como crujen los huesos y ese recuerdo antiguo, profundo, se apacigua.

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