La tercera noche llegó y con ella los demonios surgidos de la más tremenda oscuridad se volvieron a reunir para contar sus secretos. Cada sombra ocupó su puesto, acostumbrándose cada vez más al ritual que habían establecido a penas hacía dos noches.
Poco a poco comenzaban a conocerse de manera superficial. Los ademanes al caminar, los rasgos que se podían adivinar en la tenue luz polvorienta que apenas e iluminaba la habitación, el sonido de las sillas al ser arrastradas, el perfume característico, los zapatos de tacón que resonaban con cada paso. Sombras sin rostro ni nombre, pero que poco a poco se convertían en extrañas compañeras en un viaje que nadie estaba seguro a donde les llevaría. Lo único que tenían claro es que esa noche develarían otra cara de la gran hidra que habían conformado al juntarse por primera vez.
III
Durante mucho tiempo intenté
darle una explicación, pero no puedo. Me gusta y ya. Como a la gente le gusta
el chocolate, el futbol o las tardes de lluvia. Bueno, más bien como a la gente
le gustan los latigazos, los tríos, que se corran en su cara, la orina y demás
secretos que guardan entre las sábanas. Estoy seguro de que no soy el primero,
ni el segundo, ni el tercero con el que se topan, solo que no lo saben, porque
créanme que somos muchísimos, muchísimos como yo.
No voy a mentirles, creo que es
algo que tengo desde que tengo memoria, desde que me empezó a interesar el
sexo, pero a esa edad uno es pendejo y no sabe cómo conseguirlo, cómo pedirlo,
como hacerlo y no hay nadie que le explique porque aún está muy chico para esas
cosas. Entonces me resultó más fácil. Los niños no se cuestionan lo que están
haciendo y menos si es una persona mayor quien se los dice. ¿Por qué creen que
hay niños soldados o predicadores o expertos en un instrumento musical? Porque
algún mayor les dijo que eso era bueno y ellos lo hacen, porque no lo piensan,
no lo juzgan, lo hacen porque aún no tienen refrentes del bien y el mal, todas
son experiencias neutras que les pueden gustar o no, pero sin juicios de valor.
En ese entonces, pues, me resultó más sencillo y creo que fue algo que se me quedó pegado. No sé, sería interesante saber si las primeras veces determinan los gustos para siempre. No lo sé. Puede ser que sí o que no, que solo sea un enfermo más. El caso es que así fue y así quedé y así lo hice durante un tiempo. Lo que más disfrutaba era, insisto, que no juzgan, no preguntan, no critican ni cuestionan. Están abiertos a la experiencia, a vivirla y luego determinar si les gustó o no. Como aquellas personas que les gusta coger con vírgenes porque no tienen conocimiento y entonces, no tienen parámetro para juzgar lo bien o lo mal que coge uno. Pues así, pero llevado un paso allá, porque ni siquiera saben que es eso de coger.
Hay otros como yo que dicen que
lo que les gusta es la sensación de dominancia, de poder. Esos que les gusta el
poder y el control me dan asco, disculpándome por juzgar. Pero es la verdad.
Esos violan, esos no les interesa más que satisfacerse a sí mismos y su
necesidad de sentirse grandes y poderosos, de dejar de sentir lo pequeños que
son en realidad. Pero yo no, nunca hice nada para forzarles. “Grooming” le
dicen ahora, con eso de los términos gringos que luego nos llegan.
Los convencía. ¿Cómo van a decir
que sí si no los convences? Es como cuando prueban el brócoli por primera vez,
hay que sobornarlos, insistirles, prometerles que les va a gustar y que si no
les gusta pueden no volver a comerlo en sus vidas. Nunca forcé nada, yo no soy
de los que busca autoridad y someter, solo busco esa experiencia y placer visto
a través de los ojos puros de alguien que aún no tiene la cabeza llena de
tabús, prohibiciones, “qué dirán” etiquetas y reglas que me juzguen. Conmigo
mismo basta para juicios.
Pero ya no, antes pues era
sencillo, ahora no. Imagínense, un señor de mi edad, con mis canas, con mis
arrugas, acercándome a los niños. Eso no pasa desapercibido, por más que uno
haga como que es un anciano inocente. La perversión se huele, la exudamos por
los poros, por la mirada, por el aliento y todos lo saben, aunque no lo sepan
en realidad, pero lo saben. Me ven y lo saben. Por eso ya no lo hago, solo me
deleito con mis recuerdos y con visitas a las playas donde los lentes de sol
tapan mis ojos que saborean esos cuerpos vacíos de prejuicios. Ya no, aunque eso
no signifique que ya no quiera, pero no. Ya no.
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Cuando lo que se expresa es odio, no hay libertad...