15/10/11

Hierba Mala Nunca Muere, una historia de codicia, odio y venganza. Cap 2.

Capítulo 2

Irene era una mujer a la que siempre le había gustado leer, y un día de aquellos en los que visitaba a su hermano, pasó por la biblioteca del monasterio y halló un libro muy viejo donde se hablaba de las hierbas medicinales que usaban los antiguos indígenas. La curiosidad la llevó a leer de cabo a rabo el libro mientras tomaba nota de todo aquello que se decía. Así pues, llegando a su casa, se imaginó plantando cientos de hierbas distintas para curar cualquier mal que le aconteciese a ella, a su marido o a sus hijitos. Con esto en mente habló con su esposo Don Jerónimo y el, después de meditarlo unos días, le dijo que la ayudaría pero manteniendo todo en el más profundo secreto ya que aquellas cosas podrían ser vistas de mala manera.

Así un día soleado de Abril, Irene y Jerónimo salieron del pueblo y fueron a buscar una de aquellas pequeñas villas donde aún habitaban algunos indígenas y una vez ahí comenzaron a preguntar por las plantas que Irene deseaba conseguir. Después de un día agotador, la pareja llevaba consigo más de setenta especies diferentes de hierbas con propiedades curativas listas para ser plantadas en su amplio jardín trasero. Una vez en casa, ni tardos ni perezosos, plantaron aquellas hierbas según su uso. A la izquierda las que eran buenas para los cólicos, las enfermedades estomacales y de la garganta. A la derecha las que tenían el poder de bajar las fiebres, adormecer al que tenía insomnio y curar dolores donde fuese que los tuvieran. En el centro, hierbas que eran buenas para infusiones para beber o para oler, algunas comestibles y una que otra puramente ornamental. Y al fondo, ocultas, las que se decían podían enamorar a quien las tomara, las que traían dinero y las de la buena fortuna. Así pues, Irene ahora tenía un jardín que la proveería de los remedios necesarios para cualquier situación que se presentara en su casa.

Efectivamente Irene era una buena cristiana, pero no muy discreta, por lo que rápidamente sus amigas se enteraron de su fantástico jardín donde tenía la cura a todos los males habidos y por haber, las cuales también hablaron y así sucesivamente hasta que la mayoría del pueblo de San Martín de la Luz sabía de aquel plantío de remedios caseros. Todo esto llevó a que fuera común que mucha gente tocara sus puertas pidiendo alguna infusión, hojita o flor que los ayudara con tal o cual dolencia. Que si las muelas, que si el estómago, que si el niño lloraba mucho por las noches o la abuela no aguantaba los dolores propios de la edad. Así que Irene comenzó a vender, a disgusto de su esposo, remedios y fórmulas para todo tipo de enfermedades. Asimismo Irene se fue haciendo de una gran fortuna y una fama de ser una sabia herbolaria y curandera que tenía la solución a cualquier problema. Todo el pueblo en algún momento había recibido algún remedio o hierba de manos de Irene, y como todo era en busca de la salud, nadie tenía reparos en denunciarla por acciones prohibidas, al contrario, era recomendada por todo el pueblo e incluso alguno que otro sacerdote se llegó a pasear por su casa para comprar una cura para alguna enfermedad que tuviese o padecimiento que lo aquejara.

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