26/10/11

Hierba Mala Nunca Muere, una historia de codicia, odio y venganza. Cap 5.

Capítulo 5

Irene dormía, cuando unos golpes secos en la puerta  de su casa la despertaron. Ella salió de su cama y fue a ver que sucedía. Preguntó quien era y que quería a tan altas horas de la noche.

“Señora Irene, soy la señora Rosario. Tiene que huir pronto de aquí, me he enterado que una comitiva de la Santa Inquisición viene hacia acá en pos de prenderla por brujería y asesinato de su esposo.”

Irene no podía creer lo que oía, como es que se había enterado la iglesia de aquellos sucesos si había reparado en tener el mayor cuidado y discreción respecto a la muerte de su esposo y el uso de las hierbas. Ella no le había contado a ninguno de los vecinos la verdad ya que sabía que la denuncia era inevitable si lo hacía. Pero ahora no importaba, tenía que huir de ahí a toda costa y salvarse ella y a sus hijos de una muerte segura en al hoguera, así que después de agradecer a la señora Rosario fue a despertar a sus hijos, los vistió, tomaron cuanto podían llevarse con ellos, incluyendo un cofre donde guardaba todas sus monedas y partieron, pero cuando iban caminando sigilosamente por las oscuras calles, vio como la calle se iluminaba poco a poco y la sombra de la cruz que la luz de las velas proyectaban sobre las paredes de las casas. No había a donde huir, su casa era el final de aquella calle y pasar desapercibida entre el grupo que se acercaba era imposible, así que armada de valor tomó a sus hijos y les habló al oído.

“Mis niños, mis pequeños, mi sangre. Esta noche es posible que yo sea juzgada por la muerte de su padre y tal vez condenada a la hoguera. Pero si algo he de hacer antes, siendo posiblemente lo último, es salvarlos a ustedes, mis ángeles. Entren a la casa, salten los muros del jardín, y corran, corran hasta el amanecer. No se detengan ni miren atrás. Busquen donde quedarse y si es que sobrevivo, los veré aquí en una semana y si no, que Dios los cuide a donde vayan y les consiga sustento y casa. Corran mis amores, corran antes de que los vean y sean apresados también.”

Tanto Irene como los dos pequeños lloraban, pero Irene sabía que dos niños, uno de trece años y el otro a penas de nueve merecían vivir y no tenían porque pagar culpas ajenas. Abrió el cofre, tomó una bolsa donde llevaba unas cartas, sacó estas y llenó la bolsa con monedas. Le dio esta bolsa a su hijo mayor y le pidió que cuidara de su hermano y nunca dejara que los separaran. Los tomó entre sus brazos y ya cuando los rezos y pasos se escuchaban resonando en la calle, los empujó y les ordenó que se fueran. Los hermanos entraron de nuevo a su casa, escalaron los muros del jardín y se fueron corriendo por el campo mientras lloraban y escuchaban a lo lejos los gritos de su madre pidiendo clemencia.

1 comentario:

  1. Y así es que empieza...

    Decir "...una comitiva del Santo Oficio..." habría sido más apropiado creo...

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Cuando lo que se expresa es odio, no hay libertad...

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