20/10/11

Hierba Mala Nunca Muere, una historia de codicia, odio y venganza. Cap 3.

Capítulo 3

Un día de aquellos, el señor Jerónimo cayó enfermo, tenía dolores en todo el cuerpo, fiebres altas y una tos horrible. Irene rápidamente fue a cortar hierbas de su jardín e hizo infusiones y ungüentos para su esposo, esto durante unos tres días, periodo en el cual Don Jerónimo ni mejoraba ni empeoraba. Mas a la cuarta noche, la fiebre volvió y ahora mucho más alta que antes. Irene en la desesperación cortó casi todas las hierbas que bajaban la fiebre y se las dio a su esposo, el cual por la calentura ni cuenta se daba de lo que pasaba a su alrededor. Dos horas después, Don Jerónimo murió por una intoxicación a causa de tantas hierbas que había ingerido. Irene y sus hijos sufrieron amargamente durante toda la noche la muerte de Jerónimo y a la mañana siguiente llamaron a todos los vecinos y sacerdotes para darle santo sepulcro a su amado esposo.

Ya en la misa de difuntos Irene fue llamada para hablar de la muerte de su esposo. Ella sabía que si decía algo sobre las hierbas pensarían que lo había envenenado, así que simplemente dijo que murió de fiebre. Jerónimo fue enterrado al costado de la iglesia esa misma tarde mientras la gente lloraba y se lamentaba por la muerte de aquel buen hombre. Después de terminada la ceremonia, varias personas cuestionaron a Irene el porque no usó las hierbas para salvar a su esposo y ella, recurriendo de nuevo a la mentira, dijo que Jerónimo en tal estado de fiebre y desorientación se negaba a beber las infusiones, aún cuando ella se las metía en la boca a la fuerza, él las escupía y tiraba los vasos al suelo. Así la pobre Irene se volvió una mujer viuda pero muy rica. Parte por la herencia, parte por la venta de sus plantas, que aún después de la muerte de su esposo no disminuyeron en lo más mínimo.

Pero la culpa corroía a Irene, ella sabía que si no hubiese usado aquellas plantas, posiblemente su esposo habría podido salvarse. Todas las noches soñaba con la muerte de Jerónimo y ella, como devota creyente, sabía que su alma estaba condenada a las llamas eternas por el asesinato de su esposo y por mentir a todos los feligreses y sacerdotes sobre las causas del deceso del mismo. Tenía la necesidad de contárselo a alguien mas no sabía a quien. Si se lo decía a alguno de sus vecinos, seguramente la voz se correría y creerían que intentó envenenarlos a ellos también. No tenía a nadie a quien confesarle su terrible secreto. Pero una noche mientras ella rezaba sus oraciones pensó en Arturo. A pesar de todo el era su hermano y ella creía que podía confiar en el, además de que era monje y santo. Mas él ya no aceptaba sus visitas, así que decidió enviarle una carta confesando todo y pidiendo que en su calidad de monje rezara por la salvación de su alma y el perdón de Dios.

Escribió su carta y de noche la dejó bajo uno de los portales del monasterio con el nombre de su hermano escrito por fuera para que aquel que la encontrara se la llevara.

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