29/10/11

Hierba Mala Nunca Muere, una historia de codicia, odio y venganza. Cap 6.

Capítulo 6

El grupo de monjes llegó a la casa de la bruja y la vieron tirada en la calle, llorando desconsolada. El sacerdote que guiaba la caravana se le acercó y mostrándole la cruz le dijo que se le acusaba de practicar la brujería y envenenar a su esposo y por tales acusaciones sería sometida a un juicio por la Santa Inquisición, y en caso de hallársele culpable, sería condenada a arder en la plaza del pueblo y sus hijos serían cuidados y educados por su hermano Arturo, al cual también se le legaría su dinero y su casa. Ella pidió que tuviesen clemencia, que ella no había matado a su esposo y que no era bruja, pero el sacerdote sacó la carta donde confesaba su pecado y la leyó en voz alta. Ella enmudeció y entendió como se habían enterado. Su hermano la había delatado, aún siendo misma sangre la había condenado a muerte. Los monjes entraron a su casa y fueron directo al jardín donde ciertamente había un plantío de hierbas extrañas que seguramente la bruja utilizaba para sus conjuros. Y en nombre de Dios, haciendo uso de las antorchas que cargaban, prendieron fuego al jardín entero para quemar todas aquellas plantas malignas.

Mientras tanto, Arturo sentía una enorme satisfacción al ver a su hermana ser apresada y como le ponían unos grilletes tanto en manos como en pies. Y cuando pasó a su lado le susurró algunas cosas al oído: “Ahora me pertenece lo que por derecho es mío amada hermana y tu, arderás en el infierno, bruja.”

Irene enloqueció de rabia por aquellas palabras y casi logra soltarse de los monjes que la traían encadenada.

“Tu, traidor inmundo, como te atreves a dirigirme la palabra después de haberme hecho tanto daño. Tu, infeliz, que aprovechaste mi humilde y sentida confesión para tus malditos propósitos. Mi dinero está en aquel cofre y mi casa es toda tuya maldita víbora, pero jamás podrás poner uno de tus dedos sobre mis hijos, que ya han de haber llegado al otro extremo del pueblo montados a caballo, así que pase lo que me pase, tu nunca cumplirás por completo tu cometido, víbora maligna y ponzoñosa, mal hermano y mal cristiano, asqueroso Judas. Yo se que recibiré el perdón de Dios ya que el es el que me juzgará y sabe bien quien soy y lo que hice, mas en tu caso, ni Satanás te deseará en el infierno ya que tu codicia te ha llevado a matar a tu propia hermana. Pecador impío!” 

Los monjes la jalaron, la tiraron al suelo y la comenzaron a patear mientras le decían que como osaba hablarle así a un humilde servidor de Dios que nada había tenido que ver con su condena. Arturo no se movía, solo pensaba en lo que su hermana había dicho. Tal vez tenía razón y su alma ahora estaba condenada al infierno, pero al menos lo que le quedara de vida,  sería lo que el siempre quiso. Solo que tenía el problema de los niños, si Irene los había hecho huir, probablemente ellos sabían la verdad y que la carta había sido escrita para el, cosa que no sería buena que se revelara ya que habría pruebas de que su hermana había dicho cosas ciertas respecto a su codicia, así que tendría que buscarlos y encargarse también de ellos. Mas si se habían ido montados en caballo como Irene había dicho, seguramente ya estarían lejos y sería difícil dar con ellos. Pero el ya se preocuparía si se presentaba algún problema, mientras tanto, no podía esperar a ver a su hermana atada en la pira y poder disfrutar de todo lo que el soñó.

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