23/10/11

Hierba Mala Nunca Muere, una historia de codicia, odio y venganza. Cap 4.

Capítulo 4

Mientras se preparaba para ir a la misa de la mañana, Arturo fue interceptado por otro de los monjes: “hermano, he encontrado esta misiva con tu nombre escrito en ella y te la he traído para que la leas y veas que asunto es tan importante y secreto como para haberlo entregado de esta forma en vez de por medio de un criado o de frente.” Arturo dejó la carta dentro de su celda y no reparó en ella hasta la noche antes de dormir. La abrió y leyó en voz baja. No podía creer lo que en ella estaba escrito, su hermana había asesinado a su esposo usando hierbas que no solo se asociaban con curanderos, si no también con brujas. Que perfecta ocasión para vengarse! Ella sola le había entregado las armas para poder tomar medidas en su contra, pero no podía hacerla sospechar, por lo que le escribió diciendo que el comprendía que fue un terrible error y que pediría por su alma para que Dios la perdonara y envió dicha carta a su casa.

La fortuna al fin le sonreía a Arturo, ya tenía como vengarse de su hermana. La acusaría por brujería y usaría la carta como prueba irrefutable y confesión por parte de ella. Y una vez muerta, el pediría salir del monasterio para cuidar de sus sobrinos y así el sería libre además de que la fortuna de su hermana sería suya. Solo que el no podía ser el que entregara la carta, ya que si el la denunciaba, podría levantar sospechas que luego reclamara la custodia de sus sobrinos, así que tomó la decisión dejar la carta en otra habitación, tomando la precaución de tachar su nombre y con harto esmero, copiar la letra de su hermana y así escribir el nombre de otro monje. Al otro día, repitiendo lo que a el le habían dicho la mañana pasada, entregó la carta a otro monje, el cual la leyó y quedó horrorizado por lo que en ella ponía, así que inmediatamente fue a denunciar a Irene por brujería.

El rumor se esparció como pólvora dentro del monasterio y rápidamente se decidió que se tomarían medidas en contra de la bruja, sería quemada en la plaza del pueblo junto con su terrible huerto de hierbas demoniacas y sus hijos serían encargados a algún buen cristiano que se ofreciera para educarlos en la fe y hacerles ver el mal que pudieron haber recibido por parte de su aborrecible madre. Claramente Arturo fue el que se ofreció para llevar esto a cabo y como era el tío de aquellos dos niños, aún cuando jamás los había visto, le concedieron la gracia de ser el tutor de estos. Y así llegamos al inicio de esta historia, a aquella noche oscura que con su manto de oscuridad cubría las calles de San Martín de la Luz, oscuridad que era cortada por las antorchas que los monjes llevaban consigo mientras caminaban a la casa de Irene para aplicar la justicia divina sobre ella y sus plantas.

Arturo iba al final de la comitiva, riéndose entre dientes a sabiendas de que después de tantos años, el obtendría no solo lo que tanto anhelaba, también vería morir a quien se lo había arrebatado. Y podría decirse que moriría por propia mano, ya que ella había confesado su pecado a aquella persona que tantos rencores y odios tenía en contra suya.  

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