Capítulo 7
Irene fue juzgada
dos días después y frente a las pruebas irrefutables de la carta donde
confesaba lo que había sucedido y el haber encontrado un sembradío de hierbas
en su jardín, fue condenada a morir quemada una semana después al medio día en
la plaza principal. Esto se informó a todos los vecinos de San Martín de la Luz
y se les dijo que fuesen a la iglesia a recibir nuevamente el bautizo y la
comunión para así librarse de todo mal que la bruja Irene les pudiese haber
causado al darles aquellas plantas del demonio. Y en cuando a sus pertenencias
que se le iban a dar a Arturo, serían tomadas por la iglesia y su casa
destruida ya que ahí se habían practicado actos impíos y como no habían hallado
a los hijos, no había necesidad de que Arturo los educara y por tanto no
necesitaba el dinero ni la casa. Arturo nunca pensó en aquel revés del destino
y la sentencia lo hizo enfurecer, mas no podía decir nada ya que revelaría sus
intenciones. Al final, Irene había tenido razón, sin sus hijos el nunca podría
completar su propósito. Arturo tenía que encontrar a los niños si quería ganar
su libertad, así que fue una noche a la cárcel de la Santa Inquisición y buscó
a Irene.
“A donde los
mandaste, infeliz”
Irene no respondía
nada y Arturo siguió cuestionándola, pero Irene permanecía muda ya que sabía
que si decía palabra, sus hijos estarían en riesgo. Así Arturo pasó toda la
noche interrogándola pero sin obtener respuesta alguna por lo que, movido por
la ira, mandó a que no se le diera de comer a la bruja porque según el la había
encontrado en su celda haciendo conjuros en contra de los sacerdotes y
blasfemando contra Dios. Y durante los días que Irene estuvo encerrada, Arturo
bajaba por las noches para interrogarla prometiéndole que si hablaba le traería
comida y agua, pero Irene prefería ser consumida por el hambre que dejar en las
garras de su hermano a sus dos pequeños hijos.
Finalmente llegó
el día de su ejecución y fue llevada a la plaza donde sería quemada públicamente.
Los verdugos montaron la hoguera y la llevaron casi a rastras puesto que el
hambre la había debilitado hasta que le era imposible mantenerse en pié. Cuando
fue amarrada al poste, la gente que la conocía y que en algún momento había
solicitado su ayuda ahora le insultaba y le lanzaba cosas. Arturo estaba
desesperado, si Irene moría se llevaría a la tumba el paradero de sus hijos y
el perdería la oportunidad por la que tanto había esperado, por lo que se
decidió a tomar cartas en el asunto, y una vez que ya todo estaba listo
interrumpió la ejecución.
“Paren todo esto!
Esta bruja aún no ha revelado el paradero de sus hijos. Seguramente los ha de
haber ocultado e instruido en la magia negra y volverán a tomar venganza de
todos nosotros!”
Todo mundo guardó
silencio.
“Ahora bien,
bruja. Confiesa donde están tus hijos!”
Irene, por
primera vez desde que fue apresada, habló con una determinación que nada, ni el
mismo tormento del fuego, podría quebrantar.
“Si tanto te
interesan, búscalos tu mismo.”
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