Capítulo 15
El
día en que justamente faltaba un mes para que se cumpliera un año de la muerte
de su madre, Pablo, aprovechando que los monjes estaban en misa, entró a la
celda de Arturo y como era costumbre, cambió las velas que veía se estaban
acabando, pero en vez de poner velas cualquieras, se podrá intuir que colocó
en su lugar. Pablo sentía como su corazón latía fuertemente e incluso llegó a
creer que lo descubrirían por el ruido de este, pero se apresuró a hacer el
cambio y salir de ahí, mas al cerrar la puerta se encontró cara a cara con su
tío que ya regresaba de la misa.
“Solo
venía a cambiar las velas que se estaban acabando por velas nuevas para que
nunca le falte luz” Dijo el pequeño Pablo con la mirada baja y con un sudor
frío recorriéndole la espalda.
“Muchas
gracias, Dios te lo pague.”
Arturo
entró a su celda y Pablo se quedó afuera, temblando del miedo que le provocó
aquella experiencia, pero pensó en que pronto llevarían a cabo la última parte
de su plan y que cuando Arturo estuviese agonizante, lo atormentarían. El mismo
se dijo que hasta ese momento se podía poner nervioso, pero que se controlara
si no quería que lo descubrieran, así que Pablo siguió con sus deberes,
esperando a que la noche cayera y que Arturo prendiera fuego a aquel veneno.
La
noche llegó y Arturo prendió ambas velas para estudiar a su luz las Escrituras.
Rápidamente empezó a sentir un ardor en la garganta y en los ojos que no se
podía explicar, y en eso estaba cuando escuchó unos pasos fuera de su celda.
Les estaba prohibido a los monjes salir a esas horas de la noche, por lo que
salió a ver que sucedía.
“Hermano
Arturo, disculpe lo moleste a esta hora, pero me he quedado sin velas. Ese
muchachito que se supone debería haberlas cambiado no lo hizo y ahora no tengo
luz en mi cuarto. Sería tan amable de darme una de las suyas?”
“Le
daré ambas velas, yo se que usted, Hermano Gabriel, asiduo lector y estudioso
de las Escrituras las necesita en este momento más de lo que yo las necesitaría
en toda una semana, así que por favor, llévese ambas y continúe con sus
estudios.”
Arturo
nunca se enteraría de que acababa de salvarse de una muerte lenta y dolorosa, y
en cambio, había condenado al pobre hermano Gabriel que apenas llevaba tres
meses en el monasterio, a una de las muertes más horribles. Así pues, el hermano
Gabriel al encender las velas en su cuarto, comenzó a sentir esos ardores
propios del veneno, pero tampoco llegaba a explicarse que sucedía, mas no le
importaba realmente, ahora si podía seguir leyendo aquellos textos prohibidos
que había encontrado en la biblioteca. Le llamaba en especial uno que hablaba
de herbolaria…