5/11/11

Hierba Mala Nunca Muere, una historia de codicia, odio y venganza. Cap 8.

Capítulo 8

La rabia inundó a Arturo, caminó hasta la hoguera y atacó a su hermana. El sacerdote le gritó que se detuviera y varios soldados fueron a agarrarlo, y una vez arreglado ese asunto, se dio la orden de que se continuara con la ejecución y los verdugos encendieron la base de la pira. Mientras tanto Arturo se revolvía en los brazos de los soldados y veía como su libertad y su dinero se iban convirtiendo en humo frente a sus ojos, con su hermana muerta jamás podría dar con sus hijos, a los cuales ni siquiera conocía de vista y con ello se iría la posibilidad de salir del monasterio y vivir como según el merecía.  Ocultos entre la multitud y vistiendo unas humildes capas Marcos y Pablo, los hijos de Irene, veían a su madre ser consumida por las llamas.

Esos dos pequeños habían presenciado la muerte de su padre y ahora la de su madre. Sus corazones se habían endurecido y ahora eran de roca fría. Contrario a lo que su madre les había pedido, una vez que saltaron las paredes del jardín y escucharon los gritos de su madre, decidieron regresar ya que no podían soportar el huir así sin rumbo y con tanto dolor en su alma. Se encontraron con el jardín en llamas y desde lo lejos escucharon el discurso que Irene le dio a Arturo, enterándose así de la verdad y de cómo su tío había traicionado a su madre para apoderarse de sus riquezas. Y ahora que veían el fuego alzarse en el centro de la plaza, tomaron la decisión de vengar a su madre, pero para eso debían acercarse a su tío de algún modo. Ellos eran conscientes de que Arturo no los conocía e iban a aprovechar eso para poder llegar hasta el sin que se diera cuenta, pero todo requería un plan más elaborado.

Los dos niños se fueron de la plaza y se dirigieron a un lugar apartado.

“Pablo, tenemos que hacer algo para vengar a nuestra madre, que más que bruja era una santa que con sus conocimientos de herbolaria curaba a las personas y nunca causó más mal que no poder salvar a nuestro padre de morir. Ahora tenemos dinero suficiente para sobrellevar algunos días, pero pronto se acabará. Así que puesto que necesitamos acercarnos a nuestro infame tío, tengo la idea de hacernos pasar por pobres para que nos den asilo en el monasterio y ahí sabremos que hacer.”

El pequeño Pablo solo asintió con la cabeza y siguió a su hermano hasta una posada donde residirían hasta que las circunstancias fueran propicias para poner en marcha su plan.

Una vez consumida toda la hoguera, la multitud fue hacia la iglesia a recibir el bautismo y la comunión como habían recomendado los prelados, mientras que Arturo era llevado a su celda para que se tranquilizara, pero el estaba completamente cegado por la furia y la frustración de haber perdido la única posibilidad de dejar ese lugar y vivir como siempre había soñado.

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Cuando lo que se expresa es odio, no hay libertad...

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