30/11/11

Hierba Mala Nunca Muere, una historia de codicia, odio y venganza. Cap 15.

Capítulo 15

El día en que justamente faltaba un mes para que se cumpliera un año de la muerte de su madre, Pablo, aprovechando que los monjes estaban en misa, entró a la celda de Arturo y como era costumbre, cambió las velas que veía se estaban acabando, pero en vez de poner velas cualquieras, se podrá intuir que colocó en su lugar. Pablo sentía como su corazón latía fuertemente e incluso llegó a creer que lo descubrirían por el ruido de este, pero se apresuró a hacer el cambio y salir de ahí, mas al cerrar la puerta se encontró cara a cara con su tío que ya regresaba de la misa.

“Solo venía a cambiar las velas que se estaban acabando por velas nuevas para que nunca le falte luz” Dijo el pequeño Pablo con la mirada baja y con un sudor frío recorriéndole la espalda.

“Muchas gracias, Dios te lo pague.”

Arturo entró a su celda y Pablo se quedó afuera, temblando del miedo que le provocó aquella experiencia, pero pensó en que pronto llevarían a cabo la última parte de su plan y que cuando Arturo estuviese agonizante, lo atormentarían. El mismo se dijo que hasta ese momento se podía poner nervioso, pero que se controlara si no quería que lo descubrieran, así que Pablo siguió con sus deberes, esperando a que la noche cayera y que Arturo prendiera fuego a aquel veneno.

La noche llegó y Arturo prendió ambas velas para estudiar a su luz las Escrituras. Rápidamente empezó a sentir un ardor en la garganta y en los ojos que no se podía explicar, y en eso estaba cuando escuchó unos pasos fuera de su celda. Les estaba prohibido a los monjes salir a esas horas de la noche, por lo que salió a ver que sucedía.

“Hermano Arturo, disculpe lo moleste a esta hora, pero me he quedado sin velas. Ese muchachito que se supone debería haberlas cambiado no lo hizo y ahora no tengo luz en mi cuarto. Sería tan amable de darme una de las suyas?”

“Le daré ambas velas, yo se que usted, Hermano Gabriel, asiduo lector y estudioso de las Escrituras las necesita en este momento más de lo que yo las necesitaría en toda una semana, así que por favor, llévese ambas y continúe con sus estudios.”

Arturo nunca se enteraría de que acababa de salvarse de una muerte lenta y dolorosa, y en cambio, había condenado al pobre hermano Gabriel que apenas llevaba tres meses en el monasterio, a una de las muertes más horribles. Así pues, el hermano Gabriel al encender las velas en su cuarto, comenzó a sentir esos ardores propios del veneno, pero tampoco llegaba a explicarse que sucedía, mas no le importaba realmente, ahora si podía seguir leyendo aquellos textos prohibidos que había encontrado en la biblioteca. Le llamaba en especial uno que hablaba de herbolaria…

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