Entre la vida y la muerte te mueves, heraldo del atardecer,
con tus alas negras que bajo el Sol que desaparece,
irradian iridiscentes azules y púrpuras.
Mensajero de dioses y brujas,
miras atento desde lo alto de tu rama, juzgando a los terrestres, a los atados,
no como tú, que recorres valles y montes,
buscando llaves para abrir las puertas del inframundo.
Consumidor de cadáveres,
le das nueva vida a la carne fenecida,
resucitando al fallecido,
llevando al cielo al finado en tu vientre,
arrancándole de este plano, acercándole al paraíso.
Ave, que de mal agüero dicen que eres,
que contigo cargas infortunio y sufrimiento.
¡Injusticia! ¡Infamia!
Que siendo portal y puente, entre el cerca y el lejos,
te señalen y acusen de ser culpable de desgracias.
El día que mi cuerpo decida que es hora de dejar mi alma libre,
ven por mí, dulce embajador de las constelaciones ocultas,
llévame a tu reino, en tu pico, en tu sangre, en tu canto.
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