Aquella tarde extrañamente fría para ser primavera, mientras llamaba a su gato que, al abrir la puerta de la casa, había salido disparado cual bólido, de pronto se encontró a si misma más lejos de lo que esperaba. No se había dado cuenta de lo mucho que había caminado hasta que dejó de reconocer las construcciones que la rodeaban. Pensando en emprender el retorno y que su gato encontraría el camino a casa, sacó de su bolsillo un puñado de monedas que esperaba fueran suficientes para poder pagar un taxi, cuando escuchó el inconfundible maullar de su gato al interior de un antiguo edificio de ladrillo que aparentaba haber sido un hotel y cuya entrada a penas y estaba cubierta por un tablón sobrepuesto.
Viendo que el gato no respondía a su llamado, se internó en
el edificio con la presión de encontrarlo antes de que el Sol terminara de
ocultarse y dejara en total oscuridad las entrañas del inmueble. El maullido
venía de un piso superior, así que fue recorriendo piso por piso, asomándose en
las habitaciones sin mucho éxito hasta llegar a la última planta. Tal como en
los demás, recorrió el pasillo, asomándose en cada cuarto, hasta que encontró
una puerta cerrada, bajo la cual, se colaba un tenue resplandor
Si bien estaba casi segura de que el gato no podía estar
dentro, decidió abrir la puerta para cerciorarse que no había quedado
encerrado. La perilla aun estando oxidada, no ofreció ninguna resistencia al
girar y las bisagras no hicieron ruido alguno, dejando la entrada abierta con una
suavidad totalmente inesperada. Al fondo y frente a ella, se alzaba un ventanal
que cubría la totalidad del muro y que dejaba ver las luces de la ciudad, las
cuales iluminaban tenuemente la habitación y, justo en el centro, trazada en el
suelo y dividiendo el espacio en dos partes, había una línea de color blanco. Notó
en una de las paredes un cartel pegado que, a pesar de estar descolorido, se
podía leer a la perfección. Éste rezaba: “Bajo ningún concepto, rebase la línea
blanca en el suelo”.
Parada en el marco de la puerta, sin saber bien si entrar o
no, pasaba su mirada del cartel al ventanal y del ventanal a la línea,
intentando entender que podría significar todo eso, hasta que un maullido la
sobresaltó, dejando caer las monedas que aún sostenía en la mano. A su lado estaba
el gato, mirándola fijamente con sus ojos deslumbrantes y, mientras ella se agachaba
para abrazarlo, una de las tantas monedas rodaba por el suelo del cuarto, cruzó
la línea y, con un sonido tintineante, tocó la esquina del ventanal para luego detenerse
y caer. Como si se tratara de un espejo al que han lanzado una piedra, vio como
una maraña de grietas que habían comenzado en aquella esquina se iba extendiendo
por el ventanal, para luego seguir por sobre las paredes contiguas y el techo de
la habitación con un crujir que le recordaba al que se hace al caminar sobre
hojas secas en la acera. Se quedó inmóvil, con el gato en brazos y aguantando
la respiración, pensando en que tal vez si se mantenía quieta, las fisuras seguirían
su ejemplo y detendrían su lento pero constante avance sobre los muros.
No hubo caso, las grietas continuaron creciendo, salieron de
la habitación trepando todas las superficies y acercándose hacia donde se
encontraba. El gato, asustado, saltó de sus brazos y corrió, pero por cada zancada
que daba, el piso se estrellaba tras de sí mientras todo a su alrededor seguía
resquebrajándose hasta que su cuerpo mismo se quebró pieza por pieza, para que
luego, todo el edificio y todo lo que contenía, se desplomara en un mar de
minúsculas partículas que se esparcieron por la calle, reflejando las últimas
luces del ocaso.
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