- Buenas noches ¿Lo de siempre?
- Que tal, sí,
lo de siempre, por favor.
Vodka-tonic, doble,
mucho hielo, con tres tiras de cáscara de limón, como no cabe toda el agua
tónica en el vaso, el sobrante te lo sirvo aparte. Me sé tu orden de
memoria. Es lo que has pedido estos últimos diez, casi once meses que, si falta,
has venido cada miércoles y cada sábado.
Te veo entrar
por la puerta, normalmente a eso de las siete y media. A veces un poco más temprano,
a veces un poco más tarde, pero sin pasar de las ocho, exceptuando aquella vez
cuando caía una lluvia torrencial que me hizo pensar que no llegarías y que tendría
que regresar al refrigerador los limones extra que había lavado. Llegas y sin
voltear a los lados caminas directamente a la barra donde te sientas solo. La
primera vez que viniste, avanzaste tan decidido hacia mí que juro que pensé que
venías a hablarme o a reclamarme algo, incluso me había preparado para
agarrarnos a golpes si era necesario. Pero no, un vodka-tonic, doble, mucho
hielo, con tres cáscaras de limón. No va a caber todo el tónico por los hielos
-te dije ese día- y tú, sin titubear respondiste que te lo sirviera en otro vaso.
-Si me permite
preguntar ¿Por qué tres tiras de cáscara?- me llamaba la atención esa
especificidad tuya sobre una cosa en la que nadie, en mis años de servir
tragos, había reparado antes. Me miraste directo a los ojos -No sé. Así me
gusta. Sé que normalmente se ponen solo dos ¿Tiene costo extra?- Claro que no
tenía costo extra, o al menos nunca se me hubiera ocurrido cobrar más por algo
así.
-No, solo se
cobra extra por ser doble.
Alguna vez te ofrecí
otra bebida y tu respuesta fue un amable pero contundente no. Tenías muy claro
lo que querías y cómo lo querías, así que nunca volví a sugerir otra cosa y, al
cabo de dos semanas, ya me sabía la orden de memoria. Ahora te espero, casi diría
con emoción, cada miércoles y cada sábado. Cuando dan las siete y cuarto, mis
sentidos se agudizan y aunque esté atendiendo a otros clientes, estoy al pendiente
de la puerta. Te has convertido en una especie de hito, de tótem que ordena mi
semana y mis noches en la barra, una especie de rutina que sigo con gusto.
No sé qué pasaría
si un día te recibo con la bebida preparada sin necesidad de que me la pidas.
Algo me hace sentir que sería un acto demasiado íntimo, reconocer que entre tú y yo se ha establecido una extraña relación de familiaridad y digo extraña porque
más allá de tu orden, el agradecimiento al servírtela y cuando te retiras, no
intercambiamos palabra alguna. Solo te sientas, sin compañía alguna, a beber
ese único trago para luego irte quien sabe a dónde.
También me
pregunto qué haría si un día me pides otra bebida, si una noche cualquiera te
acercaras y ordenaras un cosmopolitan o una piña colada. Tal vez mi primer
impulso sería preguntarte si estás seguro de eso, pero conociéndote, por
supuesto que estarías seguro de que, esa noche en particular eso es lo que
quieres tomar.
-Gracias por la
compañía- dijiste antes de llevarte el vaso a la boca.
-¿Perdón?
-Sí, gracias
por la compañía. No es fácil encontrar a alguien con quien uno se sienta tan a gusto.
-No hay de qué-
dije sin saber si continuar o no la conversación. Afortunadamente, una chica se
aceró a pedir dos margaritas, dos congas con mucha granadina y caballitos de
tequila para todos los de su mesa, dándome una excusa para voltear hacia otro
lado.
Acabaste tu bebida, pagaste y te fuiste. Te espero el próximo sábado.
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