Acostado en la hamaca viendo el
ventilador quieto en el techo, hastiado por aquel calor húmedo de la época, de
esos calores, propios de los trópicos, que se pegan en la piel e inundan los
pulmones, se preguntaba cuando regresaría la energía eléctrica a la cuadra.
Hacía unos cuarenta minutos, un transformador había estallado y, de haber sido
de noche, la colonia entera hubiera quedado a oscuras. Pero no, a penas pasaba
de medio día y el sol brillaba en lo alto con toda potencia, elevando la temperatura
y la humedad al evaporar las charcas que quedaban de la tormenta de anoche. No
quedaba más que esperar, al atardecer o a que lloviera para que ese calor abrumador
se disipara un poco.
Todos se encontraban en sus
casas, refugiándose del fuego celeste que impedía permanecer fuera de la sombra
más de unos pocos minutos. Ni los animales se atrevían a poner una pata en el
ardiente exterior, si acaso uno que otro insecto pasaba volando, mientras las
hormigas continuaban inmutables con su marcha. Los perros se refugiaban
jadeantes en los pórticos de las casas o bajo la sombra de los árboles que se
extendían por toda la calle, mientras que los pocos gatos de la zona, extendidos
tan largos como eran, descansaban en sus ramas, dando la sensación de que bajo
el intenso calor se habían comenzado a derretir.
Caminó hacia el refrigerador,
pensando seriamente si abrirlo o no ya que no quería dejar escapar el poco frío
que quedaba dentro y que mantenía frescos los alimentos ahí guardados. Se
reprochaba el no tener más hielo, viendo que a penas y quedaban para un vaso
con agua y que, tomando en cuenta que ésta estaba al tiempo, es decir, tibia,
no durarían mucho ni harían gran diferencia. Regresó a la hamaca, arrastrando
los pies, sudando, cargando consigo treinta y nueve grados centígrados a la
sombra y una humedad relativa de más del ochenta y cinco por ciento. Hasta
respirar le era difícil, se sentía como un dragón exhalando fuego por la nariz.
Intentó dormir para desconectarse
un momento de la situación, pero fue imposible. Ni estando en la hamaca dejaba
de sentirse arropado por una colcha que sería perfecta para usar un invierno en
las tierras cercanas a los polos. Los segundos se hacían eternos, como si el
tiempo mismo no tuviera energía ni ganas de seguir su curso bajo tales
condiciones climáticas, guareciéndose en el interior de los relojes para buscar
un poco de frescor. Tampoco el viento soplaba, negándose a dejar los montes y
las cuevas, por lo que tener las ventanas abiertas no hacía más que dejar
entrar más humedad y el sonido lejano de las cigarras que clamaban al cielo por
un par de nubes.
-Pero que calor…- Alcanzó a decir,
sin decírselo a nadie realmente más que a él mismo, apuntando lo evidente,
pero sintiéndolo necesario para asentar el hecho de que, efectivamente, hacía
muchísimo calor. Así pasaron los minutos que se convirtieron en horas, no había
llegado nadie para reparar el transformador
y sabía lo abusivo que sería de su parte llamar a la compañía de luz para
exigir que un par de trabajadores se expusieran al tiránico y sofocante
bochorno de la tarde con sus trajes, guantes y cascos.
No supo en que momento dieron las
cinco, envuelto en sueños febriles y una modorra que no le permitía
más que caminar de la hamaca del cuarto a la hamaca de la sala y de regreso. Estaba
tan absorto en evadir la incomodidad que ni cuenta se dio de que habían empezado
a aparecer nubes grises en el cielo, invocadas por el canto incesante de las cigarras.
Cubrieron el sol, pero las construcciones seguían irradiando fuego,
desesperadas por un poco de lluvia que calmara su sed. De pronto, un rayo, un
trueno, y, gota a gota, la llovizna fue descendiendo, evaporándose al instante
que tocaba cualquier superficie para después de unos minutos, ganar la batalla
y enfriar las rocas, el suelo y los techos. Las precipitaciones se quedaron hasta caída la noche, dando un respiro a los
habitantes de la zona.
A las ocho y media, con la calle mojada, con las plantas alegres, con las luciérnagas preparando las alas, con un clic y un zumbido, el ventilador del techo volvió a dar vueltas.
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